Un Infierno Bonito

DOS SUJETOS ESTABAN CALIENTITOS
Se rajaron cuanta madre tenían. Se jalaron de las greñas, se dieron aventones, que caían de nalgas, parando las patas. Era una lucha de poder a poder. Se estaban dando hasta debajo de la lengua.

La gente les gritaba que se estuvieran quietos, pero desde lejos, para que no les fuera a tocar algún madrazo. Uno de ellos sacó la pistola y sin tocarse el corazón, le jaló el gatillo, echándose a su rival al plato; el otro hizo lo mismo. Los dos quedaron tirados a media calle, como vaqueros del oeste, con los brazos en cruz, mirando al cielo.
Todo sucedió en la tarde del domingo, en la cancha de futbol del rancho San Antonio, del municipio de Tizayuca. Los cuerpos quedaron en un charco de sangre. Los gendarmes estaban asustados y con miedo de que llegaron otros por la retaguardia y también se los echaran al plato.
Se informó que los uniformados del municipio atendieron el reporte de la riña. Ángel, de 28 años, presentaba un agujero de bala en el pecho. El joven les dijo a los gendarmes que sólo se trató de una riña, donde le tocó perder a él. Y se murió.
Se dijo que unas personas se llevaron al otro en un coche particular, a un sanatorio cercano, y dijeron que se llamaba Yahir, de la misma edad, que también estaba a punto de irse al Valle de las Calacas, porque se le dobló el pico. Tenía un balazo en la barriga y otro en la mano.
Dicen por ahí, que estaban chupando al parejo en el lugar, de pronto se les boto la cuica y comenzaron a pelear. Llegó el Ministerio Público, quien anotó en la carpeta de investigación y mandó el cadáver al Semefo.

HAY MUCHOS DESMADRES EN LOS CENTROS DE VICIO
Cada fin de semana los borrachos salen como arañas fumigadas de los centros nocturnos, de tanto chupar. Por cualquier cosa se agarran a madrazos, haciendo un escándalo de todos los diablos. El meollo del asunto es que la policía no se da sus vueltas en esos lugares.
El viernes pasado, en  bar “El Ático”, que se encuentra en el bulevar Everardo Márquez, a eso de las tres de la mañana, hubo un enfrentamiento entre ebrios que se dieron en la madre en el estacionamiento del mencionado antro.
Era una lucha de poder a poder, todos contra todos, y nadie los podía detener. Se daban con todo lo que encontraban. Salieron los guardias de seguridad y los meseros, que también le entraron a la bola. Caídos, pateados, desgreñados, hasta que vieron la de a deveras. Uno sacó la pistola y aventó un balazo al aire. Todos corrieron, cada quien por su lado, para ponerse a salvo.
Una jovencita, que no se sabe con quién iba, que se llama Berenice M., salió sin un zapato, como tapón de sidra, para que no la fueran a desmadrar. Al atravesar la carretera para pedir auxilio, una camioneta Eurovan, placas KV00803, blanca, del Estado de México, se la llevó de corbata, dándole un tremendo golpe que la aventó varios metros, haciendo el salto mortal en el aire, cayendo de mollera.
El chofer Oscar Castro, de 35 años, se detuvo para auxiliarla. En esos momentos llegó la patrulla y lo agarraron. Se llevaron a la chica al Hospital General; la camioneta, al corralón, al chofer al bote y de los borrachos que armaron la bronca, no supieron nada, ni tampoco saben de qué banda era la chamaca, que no pudo declarar del ranazo que le dieron.
Por su parte, el chofer que la atropelló, declaró ante el MP, que la mujer se atravesó en su camino, por más que frenó, se la llevó, que ella tuvo la culpa.
Pero, mientras son peras o son perones, se quedó encerrado, hasta que las autoridades competentes determinen la presunta responsabilidad, pues la mujer se encuentra delicada. Los peritos hacen sus indagaciones, a ver quién tuvo la culpa, si Berenice, por pasarse sin precaución, o el chofer, que manejaba a gran velocidad.
Pero todos los fines de semana hay desmadres en los centros nocturnos disfrazados de bares. “Hay que darse una vuelta de vez en cuando”.

UN BORRACHO SE METIÓ A LA ESTÉTICA
Al verse en los espejos, que estaba muy feo, los quebró a golpes. Mauricio Victoriano, de 26 años, vecino de la calle Jaime Nunó, del municipio de San Agustín Tlaxiaca, andaba hasta la madre. Había perdido la brújula, no sabía dónde se encontraba. Aparte, unos vándalos le dieron de madrazos, dejándolo tirado,
Se paró, todo revolcado, y buscando alguno que se le presentara por el camino para descontarlo. Eran las 10 de la noche y las calles estaban solitarias. Al ver que estaba abierta una estética, en la calle Perote, de la colonia San Cayetano, pensó que era una cantina para seguir chupando, y se metió.
José Luis Alvarado, de 34 años, dueño del changarro, se estaba arreglando los bigotes. Al verlo entrar con una piedra en cada mano, se escondió debajo de un escritorio. Como había espejos por todos lados, el borracho, al verse reflejado, pensó que estaba rodeado de varios que lo querían madrear. Y con piedras y sillas, se les fue encima a los espejos, haciéndolos mil pedazos.
Les mentaba la madre, creyendo que se le echaron a correr, o los había desaparecido. Se salió y siguió su camino. El dueño de la estética, por el miedo, se había zurrado en los pantalones. Salió a pedir ayuda a la policía. Llegaron los uniformados, se entrevistaron con José Luis, que temblando, les dijo que se le metió el pelado y destrozó su negocio, comentando que no andaría lejos, pues estaba hasta las chanclas, y apenas podía caminar.
Los gendarmes se subieron en sus patrullas, anduvieron recorriendo varias calles, hasta que vieron a un hombre chaparro. Caminaba un paso adelante y otro atrás; por momentos se descontrolaba, se iba de cuernos, se agachaba y movía las manos, parecía que estaba agarrando pollos.
Le cayeron los cuicos, lo revisaron, a ver si no portaba armas. Le vieron un golpe en el pómulo y el hocico roto, y expedía olor a pura marranilla, que atarantó al comandante “Pistolas”. Se lo llevaron pero, antes de ponerlo ante el MP, con el temor de que con su aliento lo embriagara, lo metieron directo a la galera.
Horas después que se le bajó la peda, les dijo cómo se llamaba, dónde vivía, les preguntó por qué lo habían encerrado y por qué estaba en Pachuca, si él comenzó a tomar en su pueblo. No le resolvieron el misterio. Quedó en el calabozo, hasta que pague los daños que hizo a la estética y arregle su situación, porque les mentó la jefa los policías.

UN TRÁILER SE METIÓ HASTA LA COCINA  
Florentino Melo y su esposa Josefina Paredes, ambos de 25 años, el miércoles pasado, a las 6 de la mañana, desayunaban en su domicilio, de la colonia Ignacio Zaragoza, cerca de una clínica del municipio de Metepec.
Cuando, de momento, se escuchó un madrazo seco. La mujer recibió un golpe, resultando apachurrada contra la pared, que sonó como claxon. Al hombre le cayeron grandes piedras encima, que quedó con medio cuerpo enterrado con el escombro.
Sucedió que un tráiler Kenworth, placas 673- DC3, conducido por Marco Antonio, de 24 años, quien se durmió al volante, se fue de madre contra una casa, metiéndose hasta la cocina. Los gritos de la señora se escucharon, desgarradores, que despertaron a los vecinos. Al ver la pesada unidad, entraron a ver qué le había pasado a la mujer, que gritaba como si estuviera pariendo cuates.
Llegó la policía, acompañada de protección civil y los socorrista de la Cruz Roja. Sacaron a Josefina, que se había desmayado por el susto, al ver a su viejo que estaba bajo los escombros, que parecía topo. Sacaron al chofer de la unidad, que se había abierto la cholla contra el parabrisa, y los trasladaron a la clínica para su atención, y fueron interrogados por separado.
La afectada dijo: “estábamos desayunando, escuché un fuerte ruido, y vi algo que me apachurró contra la pared, con todo y silla. Me dio tanto miedo, quedar como ratón”.
José Luis declaró: “de momento, cuando me empinaba mi jarro de café, sentí que la casa tembló; me cayeron piedras encima, todo se derrumbó dentro de mí. Vi a mi vieja prensada”.
El chofer, que estaba desmadrado, confesó la triste realidad: “me ganó el sueño y desperté dentro de una casa, escurriendo de sangre”. Se llevaron el tráiler al corralón. Al operador le pusieron una multa, por dormilón, y se hizo un convenio, de que pagaría los daños de la vivienda, así como de las curaciones de la pareja.
Firmó el documento, dando su dirección, diciendo que ese mismo día llegaría una cuadrilla de albañiles para que dejaran la casa como palacio de Blancanieves. La policía le tomó sus datos generales, advirtiendo que si no cumplía lo iban a encerrar en la bartolina.

POR UN PELITO Y LINCHAN A DOS LADRONES
Los salvó la campana cuando llegaron los gendarmes de Singuilucan.
Los gritos de los ladrones, que parece que estaban pariendo chayotes, eran de los madrazos que les daban los vecinos, que mandaron a traer gasolina para quemarlos vivos. Algunos dijeron al juez de la colonia, que mejor los escondieran para que no los agarrara la policía, y el Viernes Santo los crucificaban de a de a deveras.
Los delincuentes gritaban: “Somos inocentes, no la vayan a regar”. Pero les callaban el hocico a madrazos. Ya estaban a punto de darles en la madre, cuando les cayó el chahuistle. Llegaron los uniformados, que se pusieron en medio de ellos, protegiéndolos para que ya no les pegaran.
Revisaron un Jeep y encontraron una pistola calibre 9 milímetros, con dos cajas de cartuchos. Dijeron ser vecinos de Huasca de Ocampo, y pedían que los dejaran escapar, pues los pobladores los querían quemar. Hubo un momento en que la gente del pueblo se les dejó ir. Tumbaron a los policías y no los dejaron parar, quedando debajo de los ladrones.
Tocaron las campanas de la iglesia del pueblo y llegó más gente armada con palos y piedras. Los policías pidieron ayuda a sus hermanos los estatales, a los agentes de investigación, y llegó el cuerpo de rescate, protección civil y los bomberos.
Los agentes pidieron su declaración a los lugareños, para aplicar la nueva ley, y dejar en libertad a los acusados, si es que dicen la verdad. Pero el Juez conciliador dijo que ni madre, que ellos van a tomar justicia por su propia mano. La nueva ley ellos se la pasan por el arco del triunfo. Así que pidió que a los ratas los rociaran de gasolina. Dijo el pueblo que sí.
Pero se salvaron los individuos, porque los huachicoleros ya les habían robado los garrafones de gasolina. Entonces dijeron que lo iban a matar a punta de madrazos, y se les fueron encima, tumbando a todas las autoridades.
Los policías les dijeron que se acercaba la Semana Santa, que los dejaran unos días más, que ellos se los llevaban y les daban en la  madre. Les preguntaron cómo se llamaban. Dijeron que Juan y José, de 22 años, radicados en Huasca de Ocampo. En un descuido se los llevaron en la patrulla, dejando a los vecinos con la boca abierta.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                            

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