La vergüenza del tigre

FAMILIA POLÍTICA
¡Cuidado, experto domador! este tigre no es un ente zoológico, es un monstruo de ficción, formado por seres humanos (como El Leviathán de Hobbes).  No se debe abusar de su inteligencia.  La nación no tiene dueño, aunque las encuestas digan que el nuevo y tropical mesías es más popular que Cristo.  ¡Cuidado!  La vergüenza del tigre puede comenzar cuando se entere de que, quien lo domestica, es su proverbial y coqueto liberador.

“La vergüenza es ira
vuelta contra uno mismo:
si una nación entera se avergüenza
es león que se agazapa
para saltar”

Octavio Paz.

El cuatro de octubre de 1968, dos días después de los sangrientos sucesos de Tlatelolco, y veinte años antes de ganar el Premio Nobel de Literatura, Octavio Paz, en ese tiempo Embajador de México en La India, anunció su retiro después de casi treinta años en el servicio exterior mexicano.  El poeta sintió vergüenza de sí mismo por servir a un sistema y a un Presidente en los que ya no creía.  Dicen que al conocer la decisión, Díaz Ordaz expresó con desprecio: “¡Ése qué va a renunciar!”, pero… ésa es otra historia.
    En ese momento decisivo de su vida, Paz escribió las letras que sirven de epígrafe a este artículo; la primera parte dice: “La vergüenza es ira vuelta contra uno mismo…”.  Los que hemos experimentado un sentimiento igual en condiciones similares, toda proporción guardada, podemos entender lo que se siente: disgusto, rabia, compulsiones autodestructivas, impotencia ante los monstruos que desde afuera y desde adentro pretenden minimizarnos, reducirnos a la nada.
    Cuando todo el peso del Estado impacta sobre un individuo, sobrevivir es una hazaña; para ello ayudan la cólera y el deseo de venganza, aunque ello signifique el suicidio.
Desde el punto de vista psicológico la vergüenza es una emoción social; un sentimiento que surge de una evaluación negativa del ego; es un largo proceso de sufrimiento y deshumanización; relación de enemistad con uno mismo; cobardía real o artificial; miedo a admitir nuestras propias verdades.
En el plano individual, la mente proporciona algunos mecanismos de defensa: podemos recurrir a la negación, a fingir que “no pasa nada”, a convencernos de que la realidad que nos ofende no existe, aunque la tengamos enfrente o estemos dentro de ella.  El alejamiento es una variante de la negación: poner distancia o tiempo de por medio, puede mitigar ese cruel sentimiento, pero no desaparecerlo por completo. El perfeccionismo es evitar el mínimo error de conducta, superar el motivo de nuestros excesivos rubores; sin embargo ningún éxito nuevo puede lograr que se extingan fracasos anteriores.  Hay quien tapa con exhibicionismo sus miserias; no sólo las controla, alardea de ellas.  Entre el control y la pérdida sólo hay un paso.
“Cuesta mucho perder la vergüenza; pero se vive muy bien después de haberla perdido”.  “El cinismo integral es el estado perfecto del hombre”.  Con esta filosofía ¿Será, el nuestro, un país que hace del cinismo ostentación y orgullo?  Un rupestre libelo con aspiraciones de comic, para escarnio nacional, hizo popular la frase: “¡Así soy! ¿Y qué?”.
Cuando ese pernicioso sentimiento trasciende al “yo” para instalarse en el “nosotros”, adquiere categoría de vergüenza tóxica.  Aquí entra la segunda parte del poema de Paz: “Si una nación entera se avergüenza, es león que se agazapa para saltar”.  Nuestro filósofo escribió esto con la sangre fresca del dos de octubre; hubo más el “jueves de Corpus” de 1971; después, las guerrillas urbanas y rurales, con diferentes caudillos, como Genaro Vázquez, Lucio Cabañas y otros.   Algunas resultan verdaderamente grotescas; tal es el caso del “levantamiento zapatista”, del “Subcomediante” Marcos en enero 1994, con sus rifles de juguete.
El controvertido historiador y novelista Roberto Blanco Moheno, refiriéndose a la Revolución Mexicana, en su etapa maderista, decía más o menos lo siguiente: “Cuando una jauría está rabiosa y hambrienta, basta con que un niño suelte sus cadenas para provocar una vorágine destructiva, incontrolable…”.  Don Francisco I. Madero, fue el niño que soltó a la jauría.  Lo mismo podría decirse del cura Hidalgo y el Grito de Independencia.
Los tiempos actuales no son de declarada violencia pre revolucionaria; aún viven las instituciones.  A pesar de los excesos verbales, de los intentos de autovictimización que se dan en algunos actores políticos, la sangre está lejos de llegar al río, por inercia propia.  El león avergonzado de Octavio Paz y la jauría rabiosa de Blanco Moheno, se transforman en “Tigre”, bajo cuya sombra terrible, pretende medrar su presunto dueño.  Este pintoresco personaje (que puede ser Presidente de México) quiere utilizar en su provecho la vergüenza tóxica; la ira colectiva que el pueblo siente contra sí mismo; para ello utiliza el doble filo de su discurso demagógico, con máscara de “amor y paz”.  En realidad, va contra el Estado de Derecho; amenaza: “si se suelta el tigre, a ver quién lo amarra, yo me voy para Chiapas” (ahí se ubica geográficamente La Chingada).
¡Cuidado, experto domador! este tigre no es un ente zoológico, es un monstruo de ficción, formado por seres humanos (como El Leviathán de Hobbes).  No se debe abusar de su inteligencia.  La nación no tiene dueño, aunque las encuestas digan que el nuevo y tropical mesías es más popular que Cristo.  ¡Cuidado!  La vergüenza del tigre puede comenzar cuando se entere de que, quien lo domestica, es su proverbial y coqueto liberador.
P.D. Pido permiso a mis escasos, pero fieles lectores para ausentarme por dos semanas.

Marzo, 2018.

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