LAGUNA DE VOCES

    •    Martes 13


Buena parte de los acontecimientos trágicos en la vida de una persona se registran en la madrugada, en la noche que se extiende y dura más de lo debido. Los hospitales tienen horas precisas en que la desesperanza se pasea por sus corredores, y parecieran eternas las horas cuando todo es asunto de esperar desenlaces fatales. Llegar al día siguiente es una proeza que algunos logran, y entonces tienen la certeza de que la luz les permitirá quedarse, apartar los adioses para dentro de muchos años, pero no ahora, no en el instante que se tienen nuevas esperanzas.
    Pero no solo es asunto de enfermos. También de los desesperados que ven como tarea imposible, encontrar nuevos caminos que los lleven al justo instante en que soñaban con la vida que estaba por venir, y por es el porvenir es posibilidad de hacer, de reconstruir la vida.
    Deberían prohibir la noche para quienes padecen el miedo a la muerte, es decir a todos, porque solo los amaneceres pueden ser garantía de que las cosas seguirán, malas o buenas, pero seguirán. “Pasó la noche”, dicen del enfermo postrado en una cama, y eso es un avance sustancial. No es para muchas noches, sino una sola, la definitiva, cuando todo parece llevar a ese desenlace tan indeseado.
    Cuando el cielo se oscurece y empieza a correr el aire frío, los seres humanos cambian para ser otros, los que buscan a tientas el sentido de la vida, las preguntas antes del sueño, las angustias de los años que cargan a la espalda.
    Deberían convertir las noches en días, para animar a los que de pronto se perdieron en la búsqueda eterna de la razón para ponerse a caminar, ilusionarse con el futuro inexistente, hacer planes para los años que siempre son tan inseguros, ajenos a todo plan.
    Sin embargo es absurda siquiera la idea, porque sin aprender a morirse las cosas suelen ser peores. Dormir es una posibilidad de ensayar el sueño eterno, aprender a digerir la ausencia que tarde o temprano llegará, y ser capaces entonces de cerrar los ojos sin miedo. Pero siempre hay miedo. Nadie, por más preparación, es capaz de acurrucarse y esperar la sombra de esa oscuridad absoluta que tanto espanta.
    Por eso debieran existir seres iluminados que vayan por los hospitales, las carreteras, las calles donde puedan dar luz a los que están a punto de irse quién sabe a dónde, y cuando menos orientarlos, darles algunas pistas para que no se pierdan.
    Dicen que los sueños revelan mucho de lo que es la realidad de la vida misma, que difícilmente alguien recordará que en esa otra vida, cuando el cuerpo descansa, que la noche fuera el marco ideal. No es así, siempre hay luz.
    La noche ha sido para todos, el instante en que se hacen todo tipo de conjeturas porque las estrellas se asoman pero con una luz tan sigilosa, que hace pensar en el último suspiro que dieron antes de estallar y extinguirse. Se supone que el firmamento que miramos está lleno de cadáveres, historia tan antigua como nuestra propia existencia.
    Deben existir suficientes amaneceres para todos. Para los que algún día los necesiten, los que hoy mismo buscan esa posibilidad y esperan pacientes que el sol se asome por la ventana.
    Por eso debieran enseñar la manera de atesorar el justo instante en que el sol se asoma: en el mar, en la montaña, entre los edificios, en los cerros pelones de Pachuca, en la ventana del hospital, de la cárcel, de la cantina, de la oficina.
    Si uno es capaz de guardar, pero guardar en términos reales la forma como el sol se asomó esa madrugada en que todo parecía perderse, tendremos a la mano un conjuro que nunca fallará contra el mal de la desesperanza. A lo mejor logramos engañar a la noche eterna, con todo y que amanezcamos a un martes 13.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
    Deberían prohibir la noche para quienes padecen el miedo a la muerte, es decir a todos, porque solo los amaneceres pueden ser garantía de que las cosas seguirán, malas o buenas, pero seguirán. “Pasó la noche”, dicen del enfermo postrado en una cama, y eso es un avance sustancial. No es para muchas noches, sino una sola, la definitiva, cuando todo parece llevar a ese desenlace tan indeseado.

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