La soledad

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FAMILIA POLÍTICA

En política, las multitudes nutren, por contraste, la soledad crónica de los hombres y mujeres de poder quienes después de los aplausos, los cohetes, los halagos, las indignidades de las oficiosas cortes de lambiscones, tienen que enfrentarse cara a cara consigo mismos.  La intimidad de una habitación en cualquier parte del mundo siempre les susurrará al oído el consejo que, por consigna, un esclavo daba a Julio César tirando de su túnica en la apoteosis de su gloria mundana: “Acuérdate que eres mortal”.  

“A mis soledades voy
de mis soledades vengo
porque para estar conmigo
me bastan mis pensamientos”.

Lope de Vega.

Tema polémico, fuente primigenia de múltiples ríos de tinta que pasan por las plumas de poetas, filósofos, religiosos, psiquiatras, sociólogos y hasta políticos.  Algunos defienden la naturaleza de la soledad y su derecho a instalarse, o por lo menos de pasar por ella en su ruta hacia el descubrimiento de valores superiores.  Otros la consideran una horrible patología, casi, casi, la antesala del infierno.  También hay quienes ironizan su innegable presencia, y hasta ríen de ella o con ella.
    Aristóteles definía al ser humano como social por naturaleza: “un ente solitario sería un Dios, o una bestia, pero nunca un hombre”.  En la misma línea Schopenhauer consideraba que el instinto gregario no se basa en el amor a la sociedad, sino en el miedo a la soledad, “Los seres humanos tenemos pánico de estar solos”; en cambio Nietzche afirmaba que la valía de un hombre se mide por la cuantía de soledad que le es posible soportar: “los hombres valientes no temen estar solos”.
“Si tienes miedo a la soledad, no te cases”, decía con ironía Antón Chejov.  La soledad es lo único que encuentras sin buscar.  Voltaire, con su característico humor y sarcasmo acuñó la siguiente frase: “La soledad no está tan sola ¿No ves que a mí nunca me abandona?”. Claro que no es lo mismo “estar” solo que “sentirse” solo.  En un mundo moderno, los avances científicos y tecnológicos generan nuevos tipos de soledad.
Octavio Paz se sumergió hasta el más profundo inconsciente de la mexicanidad para desenmascarar a los monstruos generadores de la soledad como principio de identidad nacional: “Somos, por primera vez en nuestra historia, contemporáneos de todos los hombres”, escribió en ‘El laberinto de la soledad’. Muchos años después, su voz nutre una mayor audiencia universal y mexicana, clásica y contemporánea.  Algo de cada uno de nosotros está en sus letras.
Los seres humanos de acuerdo con los diferentes roles y momentos que juegan en la sociedad, se identifican con alguna expresión de este sentimiento.  Los misántropos, anacoretas, ermitaños, santos… harían de la soledad la razón de su existencia. Los religiosos sinceros y los poetas románticos dirán que donde hay amor no hay soledad; los primeros refiriéndose a Dios, los segundos a una mujer, generalmente de platónica existencia.
En política, las multitudes nutren, por contraste, la soledad crónica de los hombres y mujeres de poder quienes después de los aplausos, los cohetes, los halagos, las indignidades de las oficiosas cortes de lambiscones, tienen que enfrentarse cara a cara consigo mismos.  
La intimidad de una habitación en cualquier parte del mundo siempre les susurrará al oído el consejo que, por consigna, un esclavo daba a Julio César tirando de su túnica en la apoteosis de su gloria mundana: “Acuérdate que eres mortal”.  En este esquema recordamos a René Avilés Favila cuando retrata, no sin ironía, a El Gran Solitario de Palacio.  El político tiene que convivir con sus secretos: eso también es soledad.
Recuerdo una de mis lecturas juveniles, aquélla en que José Ingenieros se refiere a la figura del orador, como una de las más representativas de El Hombre Mediocre.  Según el positivista argentino, todo ser humano que sabe conquistar el plauso con la magia de la palabra, se niega a bajar de la tribuna para retomar su individualidad anónima, “no es fácil pasar de primer actor a espectador, aunque se tenga boleto de primera fila”.  El orador se lleva la tribuna en las espaldas y siempre que habla se sube a ella, aunque sea en un diálogo íntimo.  Las multitudes le gustan cuando él es de ellas, centro y motivo, pero le asustan cuando es un solitario más dentro de una aglomeración.
Muchas veces me he preguntado ¿Cuál será la sensación que sufre un cantante de masas, cuando después de la euforia se encuentra sólo en el anónimo espacio de un hotel?  Los caminos de la soledad  están empedrados con alcohol y otras drogas.
La soledad y el ocio son elementos fundamentales para la creación filosófica, por eso han florecido las letras, las ciencias y las artes en las sociedades esclavistas, aunque lo mismo ocurrió durante el Humanismo renacentista.
Así, en todas las épocas, la soledad suele ser generadora de tristeza; fuente de autocrítica o reconciliación del ser humano consigo mismo.  Por cierto, terminaré este escrito, porque tengo una cita urgente  con… mi soledad.

Marzo, 2018.