* La minería que se quemó
La mina de San Juan Pachuca estaba hecha cenizas desde hace mucho tiempo. La minería como tal se había consumido al paso de abusos que culminaron con su entrega al grupo Acerero del Norte (GAN) en una venta de garage que por supuesto aprovecharon, pero en la que se daba por cancelada la vocación natural del distrito minero de Pachuca. Los negocios inmobiliarios serían la tarea fundamental de los prósperos nuevos dueños.
Liquidada por Luis Manuel Willars Andrade, quien decidió ser mano bondadosa a diestra y siniestra en el sexenio de don Adolfo Lugo, la Real del Monte tenía los días contados incluso antes de que este singular personaje llegara a tierras pachuqueñas.
Poco se ha dicho de la turbia transacción que la dejó en manos del grupo citado con un pago de seis millones de dólares, cuando en libros costaba 105 millones. Incluso luego de un reclamo realizado por los empresarios del norte, la cifra se redujo a 2.5 millones de dólares.
Es decir, toda una ganga, si se anota que el 100 por ciento de las acciones no solo incluían las minas, sino amplias extensiones de tierra donde se asientan los jales, y que usted puede entender que a la postre serán utilizadas para desarrollos inmobiliarios. La superficie es extraordinariamente amplia.
La minería poco le importó y le importa a GAN.
Estamos pues ante un caso evidente de enriquecimiento explicable pero nunca explicado.
El Grupo Acerero del Norte no trajo absolutamente nada al desarrollo de la capital hidalguense, y lejos de ello terminó de tajo con una industria que le había dado renombre y nombre a Pachuca.
Por eso resulta complicado aceptar que un incendio acabó con los últimos vestigios de la minería en uno de los distritos más ricos de que se tenga memoria.
Porque además es preciso anotar que en el proceso de compra de la Real del Monte, los compradores se comprometían a realizar todas las acciones necesarias para reactivar los trabajos en las minas de la ciudad capital y Real del Monte, en algo así como el lado humano y social de la empresa.
Nunca fue así.
La decisión estaba tomada con antelación, y todo se redujo a una vil simulación para acrecentar al final las cuentas bancarias de los prósperos empresarios.
Por eso el incendio espectacular del que dimos cuenta en este mismo medio es lo de menos. Es simplemente la cereza en el pastel.
Porque las gigantescas extensiones de terrenos que posee la Real del Monte tarde o temprano se convertirá en fraccionamientos, unos residenciales, otros no tanto, pero todos con un elemento común: jugosas ganancias para quienes los construyan.
El minero, como siempre, fue olvidado.
La única herencia que se ha quedado son hombres con pulmones taponados por residuos de mineral, y la certeza de que todo aquello se trató de un negocio a expensas de los que tienen por destino final la miseria.
Así de simple.
Mil gracias, hasta el próximo lunes.
twitter: @JavierEPeralta