¡Yo también!

LA GENTE CUENTA

Había sillas dispersas en forma de círculo, los cuales fueron ocupados por mujeres de diferentes edades, cada una con semblante muy serio, algunas con los ojos cristalizados, mientras que otras tenían un aire de determinación. Una vez en que se ocupan los lugares, una de ellas se levantó, como liderando la reunión, y con tono solemne dijo:
    -Compañeras, estamos aquí reunidas porque cada una de nosotras tenemos algo que decir, algo que nos ha quitado la tranquilidad, y es bueno que ahora lo saquen al aire, por bien propio. ¿Quién quiere empezar?
    Las demás comenzaron a mirar al suelo, como avergonzadas de confesar un pecado imperdonable. La más joven del grupo se levantó y se animó a hablar.
    -Néstor y yo levábamos cinco meses de salir de novios –relató-, y un día me comentó la idea de tener relaciones sexuales, y yo al principio dije que sí. Cuando llegó ese día, sentí un terror enorme, y al final decidí que no estaba lista, pero él se puso agresivo, me golpeó… -poco a poco sus lágrimas empezaron a brotar-. Me violó…
    Las lágrimas la vencieron. El resto del grupo se solidarizó con una mirada conciliadora
    -¡Yo también fui una víctima! –alzó la voz otra chica-. Estaba en el transporte público cuando un pelafustán se me acercó, me dijo cochinada y media, y en menos de lo que imaginé estaba sacando su pene de sus pantalones y amenazaba con penetrarme con todo y ropa. ¿Pueden creerlo? Me morí de la vergüenza…
    -Yo me volví madre soltera a raíz de una golpiza que me propinaron –declaró una mujer con visibles moretones en el rostro-. En ese entonces me tenía que hacer cargo de mis hijos y de la casa. Pero un día el que era mi esposo llegó ebrio a la casa, y como no tenía la cena lista me tachó de irresponsable, y sin aviso se me vino encima con el cinturón en la mano. Mis hijos estaban viendo todo…
    Poco a poco, las mujeres contaban historias desgarradoras, unas más tristes que las otras, hasta que la líder concluyó.
    -Nosotras debemos comprender que somos víctimas de circunstancias que están fuera de nuestras manos. Pero, sobre todo, debemos fortalecernos para que nadie, absolutamente nadie nos haga daño. ¡Ni una más!
    -¡Ni una más! –respondieron al unísono.
    En ese momento las luces se encendieron. El público estaba de pie, aplaudiendo con fuerza, mientras que el elenco se tomaba de las manos y las levantaban, con unas sonrisas de satisfacción. La función había terminado.

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