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Un Infierno Bonito

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“EL CARACOL”
A Jorge le decían “El Caracol” porque era muy conchudo. Vivía en el callejón de Manuel Doblado, en unas de la vecindades del señor Molina, en el barrio de La Palma. Hacía cualquier cosa con tal de no trabajar. Estaba casado con “Chachita”, la hija del peluquero, y tenía un madral de hijos. Trabajaba en la mina de San Juan, donde todos piden pan y no les dan, pero la verdad era re huevon; a leguas se le notaba. Caminaba con los brazos caídos, parece que le pesaban las nalgas.

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Un día estaba platicando con su vieja, de pronto puso sus ojitos en blanco, se le doblaron las patas y madres, que da el mulazo. Su cabeza se pegó en el suelo, sonando como cuando se quiebra un jarro. “Chachita” no sabía qué hacer; dada vueltas como jicote, se tronaba los dedos, y rezaba con toda su alma, que no se fueran a llevar a su viejo. De momento soltó un grito que se escuchó como de terror, espantando a los perros, que no dejaban de ladrar. Las vecinas entraron a ver lo que pasaba, y encontraron al “Caracol” con el hocico abierto, escurriéndole la baba. Le preguntaron a la señora:
    •    ¿Qué le pasó a su viejo, “Chachita”?

    •    Sepa la chingada. Estábamos platicando y de momento dio el mulazo.

    •    Hay que llamar al doctor. Tiene un color amarillo, que parece chale. A la mejor ya se murió.

    •    ¡No! Ya lo tenté y está caliente.

    •    Duran horas en enfriarse. Le puse el oído en el corazón y no escucho los latidos. Para mi que ya se fue con los pinches diablos.

    •    No me espante, por favor. Parece que sólo sufrió un desmayo.

    •    Voy a ponerle un espejo en la nariz, a ver si respira. Por las moscas, vamos a llamar a la ambulancia.

De pronto llegó doña Mariquita, la curandera del barrio, y se hizo cargo de la situación.
    •    Súbanlo a la cama entre todas. Así, eso es; quítenle los zapatos, desabróchenle el cinturón.

“Chachita” no dejaba de llorar. Le prendió una veladora a la Virgen de Guadalupe, y no se escuchaba lo que decía; rezaba en silencio. Se acercó con la señora María y le preguntó:
    •    ¿Ya murió, Mariquita?

    •    Todavía respira. Métale los dedos en la boca.

    •    Ni madre, la vaya a cerrar y me los mocha.

    •    Ya “Chachita”, por favor, deje de llorar. Me pone nerviuda. Si se muere es cosa de Dios. Dígame si tomo alguna bebida.

    •    Solamente sus cinco litros de pulque, que se avienta para tardear, y dos caguamas. 

    •    A ver, Jovita, con las dos manos, ábrale el hocico para ver si no tiene algo atorado que no le deja pasar el aire.

    •     ¡Aguaca! Apesta a puro caño. Si lo hubieran llevado con algún doctor, en lugar de darle medicina le hubiera lavado el hocico. ¿Sabe si tomó agua?

    •    Este cabrón la odia. Dice que agua, solamente las ranas.

    •    Espérenme, no lo muevan. Voy a mi casa a traer un remedio que nunca falla. Cuando mi viejo se pone pendejo, con esto le bajo la peda. No me tardo.

Doña María fue corriendo a su casa y regresó con un frasco, lo destapó y se lo dio a oler. “El Caracol” se levanto de madrazo, moviendo los brazos como queriendo volar.
    •    Ahh. !Ayyy güey!

Caminaba de un lado a otro, movía los labios como lo hacen los burros, y abría y cerraba las manos. La mujer, muy agradecida, le dio las gracias a la curandera porque lo resucitó, y ésta le dijo:
    •    Hay le dejo el frasco, por si lo necesite. Si se vuelve a desmayar le da oler tantito y verá cómo se levanta.

 Cuando se fueron las vecinas y doña María, “Chachita” abrazó a su viejo y le dijo:
    •    ¡Qué sustote me diste! Pensé que te habías ido a rendirle cuentas a San Pedro.

    •    Ya mero; todavía me siento un poco mal. Me habías de comprar un pomo para echarme unas cubetas, a ver si mejoro.

    •    ¿No será que te desmayaste de tanto chupar? A lo mejor se te subieron las amibas en el cerebro. Comiste carne de marrano. Mejor te voy a preparar unos chilaquiles bien picosos, para que sudes, y te los bajas con unas cervezas.

    •    Pero las cervezas ya no me hacen nada, ni siquiera me apendejan, sólo me empanzonan. Necesito un fuerte. Voy a la cantina.

    •    Pero viejo, si te acabas de dar un santo madrazo, que tú cholla sonó hueco. Qué tal si en la cantina te da el telele. Mejor descansa y mañana vamos al hospital para que te den una checada; a lo mejor tienes algo malo.

    •    ¿Qué me pasó?

    •    Estábamos platicando, de momentos se te pusieron los ojos al revés, y madres, que caes de madrazo. Viejo, no salgas, no vaya a ser el diablo y al cruzar la calle te caigas y te dé en la madre un carro.

    •    No me pasa nada, mujer. A lo mejor aquí en la casa me enfermo porque me falta el aire o distracción; allá con mis cámaras me repongo. ¿No tienes una lana que me prestes?

    •    Solamente que agarres 100 pesos del gasto, y luego los repones.

“El Caracol” llegó con sus amigos y se la pasó a toda madre, jugando dominó y chupando a todo lo que daba. Llegó a su casa, bien pedo. Su señora lo estaba esperando en la puerta, y le dijo:
    •    Bendito sea Dios que llegaste. Me tenías con el Jesús en la boca, pensado que te fueras a dar otro calaverazo.

“El Caracol” no le hizo caso. Se acostó y comenzó roncar. Al otro día, cuando terminaron de almorzar, como a las 9 de la mañana, le pasó lo mismo: se volvió a desmayar. “Chachita” le dio a oler el amoniaco y el hombre se levantó rápido. Como lo vio enfermo, fue a pedir permiso al sindicato, por una semana. Pero todos los días le pasaba lo mismo y a la misma hora. “Chachita” buscó el frasco pero no lo encontró. Eso le dio mala espina, y fue a comentarle a su mamá lo que le pasaba, y está le manifestó:
    •    ¿De modo que ese cabrón se desmaya a la misma hora, y cuando vuelve sí se va a la cantina? Te está viendo la cara de pendeja, hija. ¡Ese güey es mañoso!

    •    ¿Será, mamá?

    •    ¡A huevo! No conoces a los hombres. Son unos hijos de la chingada, con tal de no ir a trabajar. Una vez me la quiso hacer tu padre; que lo levantó a madrazos, que lo sacó jalándolo de las greñas, y lo dejé en la peluquería

    •    Me comentó que tiene miedo de que se desmaye en la mina; que debo de incapacitarlo por unos años, mientras se compone; que me busque un trabajo.

    •    ¡Qué chistoso! Pero vas a hacer lo que yo te diga. Mañana voy a tu casa y me escondo. No se te vaya a salir decirle que voy a ir. Cuando se desmaye me gritas y salgo. ¡Ya le tengo un remedio para aliviarlo, al pinche huevón!

Se pusieron de acuerdo, madre e hija, para que “El Caracol” cayera en la trampa, de que se hacía guajolote para no ir a trabajar. La suegra se metió sin que la viera su yerno, se escondió debajo de la cama, y ahí permaneció hasta como alas 9 de la mañana. Su hija le gritó:
    •    ¡Mamá, ya se desmayó!

La llamó a su escondite, y le mencionó en voz baja:
    •    Me ayudas a abrirle el hocico para vaciarle este frasco de purga para caballos.

Entraron las dos mujeres, poniéndose una de cada lado, hablando como si estuvieran muy preocupadas; lo cargaron y lo subieron en la cama. Discretamente, doña Felipa le amarró las patas con una jareta y se sentó a propósito sobre su brazo del “Caracol”, a manera que no lo pudiera mover. “Chachita” hizo lo mismo. Felipe cerró el ojo a su hija; eso era una seña para que llorara.
    •    ¡Dios mío! No te lo lleves, por favor, déjame unos 50 años más. Lo quiero mucho, es mi viejito consentido.

    •    Ya hija, no llores. Taigo una medicina que contiene alcohol para que ayude a aflojar los músculos; pero mi yerno parece que no quiere cooperar con nosotras, tiene el hocico como almeja, bien cerrado y así no podemos hacer nada. Si al menos la abriera un poquito.

    •    ¿Qué contiene esa medicina, mamá?

    •    Son inventos de tu padre: tequila, caña, bacardi, unas gotas de brandy, con eso hace levantar un muerto.

Al escuchar la receta, “El Caracol” poco a poco iba aflojando las quijadas, abriendo la boca, hasta que le quedó abierta. En un descuido, la fémina le metió los dedos en la parte de abajo, “Chachita” en la de arriba, abriéndole el hocico como cocodrilo. Felipa le vació todo el frasco. Al querer escupirlo, las mujeres, con las dos manos, le taparon la boca, hasta que se  tragó toda la purga. Por más movimientos violentos que hacía “El Caracol” para safarse, eran inútiles. Las mujeres eran gordas, y no podía moverse. Hasta que vieron que la purga hizo efecto. “El Caracol” se levantó hecho la mocha, gritando:
    •    ¡Háganse a un lado, que me gana!

Al querer levantarse, como estaba amarrado de las patas, se dio un hocicazo. Su vieja le expresó:
    •    ¡Cochino, marrano! Parece que no te puedes aguantar. Te vas a bañar con agua fría. ¡Mira nada más cómo salpicaste a mi jefa!

    •    Déjalo hija. Dios lo castigo por cabrón. A ver si así escarmienta.

Desde ese día “El Caracol” no se desmaya. Temprano se va a trabajar y cuando duerme aprieta el hocico.