RELATOS DE VIDA
Vestía un pantalón de mezclilla azul rey, camisa a cuadros en tonos café, verde y blanco; y zapatos perfectamente boleados, era un día soleado, con una ligera brisa, pero confortable para dar una vuelta por las calles de la ciudad.
Germán es un hombre de 40 años y soltero, que disfrutaba de los domingos para caminar y analizar sobre lo que hizo, hace, y quiere lograr; aún sin pareja, aunque con la ilusión de que llegue una mujer a su vida.
En este caminar llegó a un parque, a recordar la tradición de su pueblo de recorrer un jardín a través de varias vueltas, observando a su alrededor con la expectativa de flechar a una señorita que se encuentre en las mismas condiciones de soltería.
Ese día en su andar, alcanzó a escuchar un doloroso sollozar, volteó sigilosamente y observó a una mujer sentada sobre una banca, intentando secar sus lágrimas, se acercó y enunció – ¿te encuentras bien, necesitas algo? – la respuesta fue una simple mirada.
Repitió – ¿hay algo en que pueda ayudarte? – y enseguida – Gracias, pero no acostumbro hablar con extraños – para no incomodar, Germán prosiguió su camino, dio una vuelta más y ante su incertidumbre llegó a la misma butaca – Perdona la insistencia, mi enseñanza me impulsa a querer ayudar, no tienes que decir nada, pero de todos modos me presento, soy Germán Rodríguez, soy transportista, ya no soy un extraño, así, si lo quieres ya puedes platicar – y con una sonrisa agradeció el gesto, lo invitó a sentarse y replicó – Yo soy Isabela.
Platicaron durante un par de horas, tiempo que sirvió para explicar que lloraba de tristeza, su hermana estaba muy enferma, no tenían dinero y además tiene que mantener a tres hijos y una nieta que viene en camino; y para que en apoyo Germán le ofreciera 500 pesos, por lo menos para comer en los próximos días, y una cita abierta para seguir platicando.
A partir de entonces los encuentros fueron constantes, y de la amistad surgió un cariño, que después de tres meses, se cristalizó en una unión y la planeación de proyectos conjuntos que fortaleciera su amor.
Esta felicidad duró poco más de tres años, pues con la escasez de trabajo y la disminución del dinero, Isabela decidió salir a trabajar a otro país, con la promesa de enviar dinero y continuar avanzando con sus proyecciones; dejó a sus tres hijos y nieta a cargo de Germán y emigró.
Durante cerca de un año, llamaba diario y por lo menos dos veces; asimismo estaba cumpliendo su compromiso, pero después desapareció; y la siguiente vez que la vieron fue a través de Facebook abrazando y besando a otro hombre.
El acto fue condenado por sus hijos, causando además un fuerte daño a Germán, que decidió sacar a través de lágrimas y maldiciones, sentado en la misma banca donde encontró a Isabela; cuando escuchó una amable y femenil voz – ¿te encuentras bien, necesitas algo? – respondió con una mirada triste, en tanto la mujer prosiguió – Mi nombre es Gabriela, ¿quieres platicar? – y Germán dibujó una sonrisa y simplemente respondió – Sí, me encantaría, muchas gracias.