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La Cargada

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FAMILIA POLÍTICA

Lastimar a los de adentro, a los amigos, es ponerlos afuera o peor aún, enfrente, como enemigos.  No son suficientes buenos candidatos; la carga negativa de sus respectivos partidos, debe equilibrarse con el activismo de sus estructuras, pero antes, hay que convencerlas.  Ya no existe la obediencia incondicional.  Los errores pesan; llega a decirse: “Tal candidato es buen producto, con mala marca”.

“Lo único malo de las mafias es estar fuera de ellas”.
PGH.

En el argot político, “la cargada” podría definirse como un fenómeno colectivo, partidista o faccioso, que se da antes o en el inicio formal de una contienda electoral para buscar espacios en el futuro gobierno.
Con el Partido casi único, el respeto a los tiempos era sacramental, como lo ilustró la frase del ideólogo obrerista, Don Fidel Velázquez: “El que se mueve no sale en la foto”.
Similar a una estampida de búfalos (Don Salomón Faz, quien hasta la fecha lleva el apodo de tan emblemático rumiante, se molestaba por el simil), de todas partes surgían individuos y organizaciones de apoyo al tapado, cuando era destapado.  Famosa fue aquella lideresa de comerciantes, quien tenía pancartas y camisetas de todos y cada uno de los posibles, sólo para sacar las del elegido y decirle, con el corazón en la mano: “Licenciado, yo siempre estuve con Usted”.
Las posibilidades de equivocarse eran mínimas, aunque no imposibles.  Las crónicas registran la siguiente anécdota: en tiempos de inminentes decisiones, alguien filtró el nombre de un distinguido aspirante, como seguro receptor de las palabras mayores por parte del jefe real de El Partido.  Con la intención de “madrugar” varios políticos (entre ellos el gobernador hidalguense de aquella época) llegaron hasta la residencia del mencionado, sólo para darse cuenta de que los habían “chamaqueado”.  Lógicamente, tal actitud no agradó al verdadero ungido, quien les puso tache como candidato y como Presidente.
Antes de que el pragmatismo destrozara la solidez ideológica de los institutos políticos, la alternancia se veía lejana, pero en 1988, la sólida creación callista se escindió.  Los ingenieros Cuauhtémoc Cárdenas y Heberto Castillo, entre otros, crearon el llamado Frente Democrático Nacional (FDN), el cual peleó palmo a palmo el triunfo electoral en una jornada que culminó con la “caída del sistema”.  Es importante recordar, que el operador era el hoy amnésico ex Secretario de Gobernación y actual Senador Don Manuel Bartlett Díaz.
Cuando la prolongada partidocracia parecía herida de muerte, un sangriento suceso le inyectó nueva vida: el asesinato de Luis Donaldo Colosio, propició que un tecnócrata, sin carrera de Partido, ganara  de manera contundente la elección y de inmediato marcara expresamente una “sana distancia” con el instituto político que le prestó sus colores.  Este gris personaje, resultó artífice de la alternancia.
En el año 2000, un carismático demagogo de derecha, bajo la oferta de “sacar a patadas” al Partido gobernante de Los Pinos: “alimañas, tepocatas, víboras prietas…”  y todo tipo de ocurrencias por el estilo, le permitieron marcar la agenda mediática, convencer al electorado… de nada sirvió la imperativa expresión del mesías tropical: “¡Cállate chachalaca!”, Fox triunfó indubitablemente en las urnas.  La “cargada”, por primera vez en más de sesenta años, fue inútil.  Ahora sí, al parecer se anunciaba el principio del fin.
A pesar de la derrota, el viejo Partido pretendió, como el Ave Fénix, resurgir de sus cenizas, sólo para volver a sucumbir, víctima de sus propias divisiones, por su autoritarismo y carencia de democracia interna.  En dos mil seis se repitió el triunfo de la derecha “haiga sido como haiga sido”.  El segundo sexenio azul estuvo lleno de: sangre, muerte, inseguridad, narcotráfico, corrupción, delincuencia organizada, notable incapacidad administrativa y política… sembraron en el pueblo, la idea de que la experiencia debería regresar al gobierno, bajo la consigna: “¡Que regresen los corruptos y que se vayan los pendejos!”.  Esto se logró en el 2012; las protestas post electorales fueron las oficiosas de siempre: el claro perdedor, en un acto de suprema demagogia, se autoerigió Presidente de la República y nombró a su gabinete alterno.
Hoy por hoy, las condiciones del país son casi las mismas, aunque el pragmatismo es la marca de todos los partidos políticos.  Se olvidan las máximas clásicas de aplicación estricta para preservar la unidad interna; la primera es básica, fundamental: “operación cicatriz”; también es eficaz tender puentes de plata al enemigo que huye y no acelerar su carrera y exacerbar sus odios con furibundos ataques a pedradas.  
Lastimar a los de adentro, a los amigos, es ponerlos afuera o peor aún, enfrente, como enemigos.  No son suficientes buenos candidatos; la carga negativa de sus respectivos partidos, debe equilibrarse con el activismo de sus estructuras, pero antes, hay que convencerlas.  Ya no existe la obediencia incondicional.  Los errores pesan; llega a decirse: “Tal candidato es buen producto, con mala marca”.
La cargada vive, pero ahora se manifiesta fuera de los cauces acostumbrados.  Ya no se da en favor de un Partido, sino en contra de todos los existentes, para buscar la fortaleza de un Mesías; de un hombre fuerte que, con partido y sin partido, ya se siente con la banda presidencial sobre su pecho ¿Será?
La ley del péndulo, podría marcar el advenimiento de la izquierda, como última  alternativa; como la tercera instancia para protagonizar otro fracaso anunciado.

Desde luego la decisión está en las urnas.  Aquél que a diario denuncia las agresiones de la mafia del Poder, está convencido de que la única manera de acabar con ella es encabezarla.
Esto no es nada nuevo; la cargada cada día le engorda el ego; se nutre en las expectativas que tienen los discípulos del “Tlacuache” Garizurieta: “vivir fuera del presupuesto es vivir en el error”.  Finalmente, en materia electoral, como dijera Don Gonzalo N. Santos (El Alazán Tostado): “La moral es un árbol que da moras”.

Enero, 2018.