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Solidaridad Humana

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RELATOS DE VIDA

Subió agitada a la micro, después de haber corrido cerca de media cuadra para poder alcanzar el transporte, eso sí, sin soltar de la mano el celular que traía pegado a la oreja pues sostenía una plática, que pudiera decirse por la conversación que dejó escuchar a los pasajeros, era su mamá.
Se acomodó en uno de los asientos vacío y enunció – Sólo me quedan 200 pesos para sobrevivir, pero valió la pena, me siento muy bien y espero que les haya servido, la verdad es que se veían muy preocupados – Y después una pausa.
Con cara de satisfacción, comenzó a relatar la vivencia que la había dejado casi sin dinero – Anoche fui a cenar, me invitaron unos amigos, en la entrada del restaurante estaban dos hombres vendiendo colchas artesanales, por cortesía me detuve a escucharlos, me enseñaron la mayoría de los modelos.
Continuó – les pregunté el precio y me dijeron que costaban 450, pero que podían bajarle un poco más, que venían de la Sierra, no habían vendido nada, y por lo mismo no tenían para cenar, ni para rentar un lugar donde dormir y mucho menos para el pasaje de regreso, pues tenían que llegar a casa y llevar por lo menos algo a la familia, principalmente a sus pequeños.
Prosiguió – la verdad es que sentí horrible, y lo hace más feo las fechas, sólo pude decirles que no contaba con dinero, pero que me esperaran a salir para ver si con mis amigos hacíamos una coperacha y le comprábamos alguna pieza.
A esas alturas de la plática, la mayor parte de los usuarios estaban intrigados por saber lo que pasó y como si leyera la mente de todos siguió – Pensé que al salir ya no los vería, pero mi sorpresa fue que se mantenían de pie ofreciendo sus productos. Me seguí derecho fingiendo una charla con mis amigos pero antes de llegar al carro mi conciencia no pude y me regresé.
Les dije, no me alcanza para comprarles una cobija, pero quiero ayudarlos, sé lo que se siente no tener dinero, y la sensación es peor en estas fechas, sólo traigo 250 pesos, se los doy de todo corazón esperando que les ayude.
Todos en el transporte seguíamos atentos en la plática y en esos momentos muchos se imaginaban la conmovedora escena, porque el silencio privilegió por un buen momento el espacio compartido.
Y señaló – saqué el dinero de la cartera, uno de los hombres extendió su mano y lo recibió, y después simplemente me dijo – que Dios la Bendiga y le dé mucho más. Simplemente di la vuelta, y me dirigí al carro con una sonrisa en la cara, y sigo feliz – y se quedó callada.
Cuando se oyó el anuncio de una parada, era precisamente un señor de edad avanzada, quien se paró de su asiento cuando el transporte bajó la velocidad, se dirigió con dirección al operador, pagó su pasaje y enseguida le refirió a la jovencita – Lo que usted hizo se llama solidaridad humana, ojalá muchos la tuvieran, que Dios la Bendiga, y bajó.