Los Excesos de la Fe

FAMILIA POLÍTICA
Francisco Rojas González, en su libro “El Diosero” ilustra en dos cuentos cortos, los excesos de la fe. En el primero, un niño tuerto sufría bullying por parte de sus compañeros: “uno, dos, tres. Tuerto es”, le decían a coro. La madre lo llevó hasta un famoso santuario, en cuyo atrio la vara de un cohete cayó en el ojo sano del infante.  La progenitora cayó de rodillas para agradecer el milagro: “hijo mío, ya no eres tuerto”, le decía. En el segundo, un grupo de indígenas mazahuas, fue a bailar a Chalma para rogar por la salud del cacique de su pueblo, no porque lo quisieran mucho, sino porque ellos exigían el derecho a matarlo y no aceptaban su muerte natural.

“En México hasta los ateos
somos guadalupanos”.

Realidad nacional.

Estos días son propicios para la reflexión mística.  El espíritu del Grinch, que duerme todo el año en algunos “cristianos” encuentra una coyuntura “ad hoc” para manifestarse: aguinaldo, posadas, intercambio de abrazos y de obsequios, buenos deseos, rezos, música, cohetes, villancicos, arbolitos, esferas, peregrinaciones… Es la fe.
    Considerada por la iglesia católica, como la primera de las tres virtudes teologales, se define como un conjunto de creencias religiosas y en otro contexto como una gran confianza en algo o en alguien. Se dice que la fe mueve montañas. En este sentido, recuerdo una discusión entre un extático creyente y un científico ateo. El primero afirmaba que por medio de la oración podía levitar; el segundo, obviamente se pitorreaba de tan inverosímil afirmación.  
Un día pasaron de los dichos a los hechos: dentro de una intensa sesión de fervientes rezos, el creyente comenzó lentamente a desprenderse del suelo, en total desafío a las leyes de la física. El materialista, al contemplar el prodigio, se dirigió a quien lo realizaba, con las siguientes palabras: “¡Fanático, hijo de la fregada!”. Pregunto: ¿Cuál de las dos convicciones denotaba mayor fanatismo?  ¿La de la fe o la de la ciencia?
La plena credibilidad en su Dios y en la recompensa ultraterrena al mundano sufrimiento, hacía que los mártires del cristianismo antiguo, fueran devorados por los leones, en el circo romano, con humilde resignación. Durante las Guerras Cruzadas, quienes desconocían su verdadera motivación económica, luchaban por liberar el santo sepulcro, con la confianza de que la divinidad les daría el triunfo. Como no siempre ocurría así, algún sobreviviente se atrevió a escribir la célebre cuarteta:

Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos.
Que Dios está con los malos
Cuando son más que los buenos.

El estoicismo es la concepción ética según la cual el bien no está en los objetos externos, sino en la sabiduría y dominio del alma, que permite liberarse de las pasiones y deseos perturbadores de la vida. Aunque su creador, Zenón de Citio vivió en el siglo IV a.C., influyó en el Nazareno y sus seguidores. La fe budista hace que los faquires, se sometan voluntariamente a crueles suplicios, sin experimentar sufrimiento, pues controlar el dolor es el mejor camino para lograr la total elevación espiritual (la Ataraxia, el cielo, el Nirvana).
En un plano más terrenal la autoflagelación masoquista aún está presente en algunas prácticas religiosas. Es famosa la figura del monje Jorge “El Grande”, quien en la novela de Umberto Eco “El nombre de la rosa” envenenaba las páginas de un antiguo libro Aristotélico, en relación con la risa; para causar la muerte de sus lectores pues “la risa corrompe el alma”. El siniestro asesino Silas, en El Código Da Vinci, gustaba de autocastigarse con un látigo, hasta causarse graves daños, pues sólo así, encontraba a Dios.
En otro contexto, hasta la Basílica de Guadalupe, cada doce de diciembre, llegan peregrinos con las rodillas destrozadas después de caminar hincados durante varios kilómetros; otros portan sobre su espalda y pecho, sendas pencas de nopal con el propósito de que las espinas desgarren sus escasas y pecadoras carnes; algunos más se clavan púas de maguey en diferentes partes de su anatomía, para lograr el perdón de sus culpas, por la madre de todos los mexicanos; generosa oferente de amor incondicional.
Francisco Rojas González, en su libro “El Diosero” ilustra en dos cuentos cortos, los excesos de la fe.  En el primero, un niño tuerto sufría el bullying de sus compañeros: “uno, dos, tres.  Tuerto es”, le decían a coro.  La madre lo llevó hasta un famoso santuario, en cuyo atrio la vara de un cohete cayó en el ojo sano del infante.  La progenitora cayó de rodillas para agradecer el milagro: “hijo mío, ya no eres tuerto”, le decía.  En el segundo, un grupo de indígenas mazahuas, fue a bailar a Chalma para rogar por la salud del cacique de su pueblo, no porque lo quisieran mucho, sino porque ellos exigían el derecho a matarlo y no aceptaban su muerte natural.
Todas las religiones de las que tengo noticia, exigen de sus fieles el cumplimiento de numerosos actos litúrgicos. Así, en la cultura musulmana es obligatorio que durante las horas prescritas por El Corán, los seguidores de Alá se pongan de hinojos y orienten su cabeza hacia La Meca para rezar.  Fundamentalistas como son, en nombre de su Dios, son capaces de ametrallar multitudes, derribar torres con aviones o hacer la guerra porque al Presidente gringo se le ocurrió reconocer a Jerusalén como capital de Israel.
Es muy doloroso, en estas épocas, enterarse de las tragedias que enlutan a numerosas familias mexicanas, cuando las peregrinaciones sufren masivos accidentes.  Paradójicamente, algunos que se salvaron del sismo, murieron al marchar colectivamente para agradecer el prodigio.
Pensadores como Teilhard de Chardin y otros, pretenden conciliar la razón con la fe; a mi juicio, sin éxito. Profesar la religión que se desee o no tener credo alguno, es un derecho constitucional; fundamento del laicismo pero, la ignorancia, la manipulación y el fanatismo suelen hacer de una virtud teologal, la antesala del infierno.
Deseo a mis escasos, pero selectos lectores felices fiestas de fin de año. Nos reencontraremos en el 2018… Espero.

Diciembre, 2017.

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