LAGUNA DE VOCES

    •    Piña, la compasión como enseñanza


En todo grupo de amigos siempre hay un gordito con el corazón de oro porque es sincero, digno de todas las confianzas y con un sentido de la vida que siempre festeja las mínimas cosas, como por ejemplo pasar de año.
    Se apellidaba Piña, era el jefe de grupo en la secundaria, y tenía el don de poder apaciguar hasta al más sanguinario en las peleas, que eran asunto cotidiano en una colonia donde los golpes arreglaban cualquier desencuentro. Nunca tuvo necesidad de agarrarse a trompadas a la salida, y por vocación natural, logró que los “tiritos” en lote baldío disminuyeran a un nivel que nunca se volvió a repetir.
    Al paso de los casi tres años en que mantuvo el cargo como líder sin competencia ya no solo de sus compañeros, sino de la escuela completa, logró ser referencia de rectitud, un profundo sentido de la honestidad, pero sobre todas las cosas, la compasión auténtica que sentía por todos sus compañeros y compañeras.
    Todo se vino abajo una mañana en que decidió dejar de ser por un instante, brevísimo como tal, el jovencito que portaba con orgullo el uniforme que incluía corbata del mismo color que la camisola y el pantalón, todavía por esos tiempos colores de militar. A lo mejor con la intención de ganarse la confianza del peleador número uno del salón, que acostumbraba corretear a quien se le pusiera enfrente con el cinturón de hebilla plateada, se puso en la frente, a manera de hippie trasnochado, la mentada corbata.
    Coincidió por desgracia que en ese momento el director de apellido Garfias se asomó al aula. Piña estaba en éxtasis con los dedos índice y anular en ademán de amor y paz, además que imitaba a los que a las afueras de la secundaria aspiraban con enorme gusto cigarros de hierba mala, como le decían todos.
    El Garfias montó en cólera, todavía más al ver que uno de los alumnos con más reconocimiento entre todos, había sido presa de la locura, del desenfreno como él le decía. No, Piña de ninguna manera merecía la sarta de adjetivos que le colgó el director. Se puso rojo como jitomate cuando le quitó la corbata de la frente al tiempo que le decía: “¡es usted una vergüenza para todos, un pelafustán!”.
    Se hizo un silencio absoluto. Casi nadie conocía el significado de tan cruel palabra, pero intuían que era algo peor a una mentada de madre. Pasaron minutos terribles, de esos que nadie quiere espantar porque dan miedo. Solo entonces alguien notó que Piña había empezado a llorar, al tiempo que tomaba sus cosas y salía rumbo a la calle.
    Después de eso todo cambió. No es que se convirtiera en un ser malévolo, no. Simplemente dejó de interesarse en sus compañeros de clase; dedicó todo su empeño a pasar con buenas calificaciones las materias, pero del que animaba la posibilidad de ser verdaderos amigos donde esa abundaba poco, no quedó nada.
    Antes que terminara el curso escolar anunció que ya no quería ser jefe de grupo, que otro ocupara su lugar. Carmen, una de las alumnas más inteligentes de toda la escuela aceptó y se quedó hasta que los cursos acabaron.
    Piña terminó sus estudios, fue por su certificado, agradeció al director que lo había llamado pelafustán y nunca volví a saber nada de él.
    Tengo confianza en que ese momento tan amargo no haya terminado con quien estaba llamado a sembrar paz en una colonia tan de al tiro abrumada por la violencia. Hay personas que tienen ese don desde que nacen. Por muchas razones donde quiera que lo hayan llevado sus pasos, olvidado el capítulo que lo convirtió en un pelafustán que nunca fue, estoy seguro que habrá enseñado el arte real y único de la compasión a quien se haya cruzado en su camino.
    Estoy seguro.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
    Se hizo un silencio absoluto. Casi nadie conocía el significado de tan cruel palabra, pero intuían que era algo peor a una mentada de madre. Pasaron minutos terribles, de esos que nadie quiere espantar porque dan miedo. Solo entonces alguien notó que Piña había empezado a llorar, al tiempo que tomaba sus cosas y salía rumbo a la calle.

Related posts