Dar lugar a su presencia

TIEMPO ESENCIAL (III)

¿Será entonces que los hidalguenses no han sido tan entusiastas del pensar libre y el rigor de pensamiento en nuestras vidas? La falta de actividad filosófica entre nosotros resultaría un dato suficiente para afirmarlo.

 Aunque los hidalguenses estemos hechos de la misma pasta de otros mexicanos donde la filosofía en cuya vida ocupa un lugar, entre nosotros ella brilla por su ausencia. ¿Qué significa esto? ¿Qué es lo que marca la frontera virtual que nos hace ver como un socavón en el mapa filosófico del país?
    Antes que nada, debemos dejar claro que nuestra lejanía de ella no es académica; no se trata solamente que en nuestro estado no existan instituciones profesionales donde la filosofía tenga un lugar. Nuestra alejamiento de ella es una huella que marca la existencia de los hidalguenses; una identidad de nuestra existencia con todas las actividades con las que la filosofía se relaciona; lo que significa prácticamente todos los campos del saber humano: científico, tecnológico, artístico, político, etcétera.
    Podemos, si queremos, acudir a otras ciudades para entrar en contacto con ella. Basta que viajemos unos pocos kilómetros a la Ciudad de México, Puebla, Tlaxcala, Toluca o Querétaro para encontrarnos con comunidades e instituciones dedicadas al cultivo de la filosofía. Pero tenerla al alcance no hace que la filosofía esté presente entre nosotros; porque cercanía no quiere decir presencia. Lo que pasa es que no hemos caído en la cuenta de su ausencia y lo ella que significa; es como haber vivido durante toda la vida junto a un terreno abandonado, indiferente a la atención pública, hasta de quienes transitan a diario por su cercanía, sin intentar siquiera saber si oculta algo interesante o valioso.  
    Hemos dicho ya que tal ausencia es una falta; más aún, una relevante falta; y que no contar con la filosofía entre nosotros es como una orfandad de nacimiento que nos impide vislumbrar una vida distinta a la que hasta ahora hemos vivido. De ahí el llamado a buscar que su presencia ilumine la casa común de los hidalguenses.
    Sólo que entre el querer y el hacer hay un gran trecho.   Para lograr que se avecine entre nosotros, precisamos recorrer un largo camino y actuar con cautela y paso firme, pues para que dé su brazo a torcer ella reclama un paso previo sin el que cualquier otra acción resulta fallida: Antes que nada, la filosofía nos exige preguntarnos honesta y sinceramente si estamos dispuestos a hacerla parte de nuestras vidas, pensar en ella y desde ella sobre lo que nos desazona, nos marca, ocupa, o preocupa. Celosa como es, la filosofía no admite compartir sus amores con impostoras disfrazadas con sus ropajes -tan numerosas en la actualidad-, y exige que, antes de pensar en ganarnos sus favores, estemos seguros de nuestras intenciones, porque intentar poseerla mediante la fuerza sólo logrará que huya de nosotros.
Esta forma de ser significa que ella no se da a cualquiera, reservándose siempre el derecho de trato sólo con quien responda a sus deseos. Y sin embargo, la filosofía no es elitista, lo mismo otorga sus quereres al hombre o la mujer, al príncipe que al esclavo, al hombre de estado que al rebelde; pese a lo cual sus escogidos serán siempre escasos en función a las condiciones de trato que ella impone; lo que convierte a sus escogidos en parte de una comunidad pequeña y no siempre comprendida; aunque quienes gozan de sus beneficios sean tantos que hasta podemos afirmar que lo es la humanidad entera.
Al contrario de la selectividad filosófica, los amplios campos de la ciencia, la tecnología o el comercio actuales dan cabida a quienes se acerquen a ellas sin mayor requerimiento que una base de conocimientos necesarios y ciertas capacidades para su ejercicio;  por lo contrario, la filosofía demanda vocación, llamado, deseo irrenunciable; lo que hace aún más difícil su aceptación por las instituciones de educación profesional orientadas en la actualidad a cubrir las necesidades del mercado de trabajo antes que las demandas personales de sus integrantes.  
Hagamos, no obstante, una distinción pertinente: una cosa es el ejercicio sistemático y profesional de la filosofía – el cual reclama una formación académica y un reconocimiento oficial para su ejercicio- y otra su libre ejercicio; aunque tal afirmación no deja de ser una contradicción; pues no puede haber otra filosofía que la que se practica con toda libertad. La superioridad sobre otros conocimientos profesionalizados como oferta educativa para integrar a sus egresados al campo de trabajo, está en que el filosofar es un acto libre: nada ni nadie nos otorga autorización para ejercerlo privada o públicamente, ni puede impedirnos que reflexionemos sobre los problemas que nos propone; lo que sería tanto como tratar de impedir que cantemos o respiremos.
No hay pues, conocimiento más libre y a la par más riguroso que la filosofía. Pero son esas notas las que la hacen tan difícil de aceptar por algunos; y no porque su belleza se opaque con ellas, sino porque libertad y dedicación atenta implican un compromiso que no estamos dispuestos a cumplir fácilmente. Son más quienes desean una libertad acorde a sus caprichos y ambiciones que el compromiso que demanda la filosofía. Ser filosóficamente libre trae consigo una buena dosis de felicidad, pero también riesgos que no cualquiera está dispuesto a pagar. El rigor tampoco es fácil de alcanzar; pues como dice Heidegger, “el hombre es un dios cuando sueña, y un mendigo cuando reflexiona” refiriéndose a las formidables barreras a las que se enfrenta la tarea del pensar filosófico.
¿Será entonces que los hidalguenses no han sido tan entusiastas del pensar libre y el rigor de pensamiento en nuestras vidas? La falta de actividad filosófica entre nosotros resultaría un dato suficiente para afirmarlo. Pero no se trata de emprender una investigación empírica de capacidades y aptitudes intelectuales, ese es un ejercicio que no nos interesa llevar a cabo. Lo que queremos conocer es la clase de libertad y rigor que reclama el pensamiento filosófico y saber si estamos dispuestos a adoptar las demandas que la Filosofía pide a fin de domiciliarse entre nosotros.  
¿Estamos preparados para reunir sus condiciones a fin de hacerla presente aquí y ahora? Eso lo veremos. Por el momento, detengamos aquí este Tiempo Esencial que nos hemos regalado.  
*    *
DIA INTERNACIONAL DE LA FILOSOFÍA. El tercer jueves del mes de noviembre ha sido declarado desde 2005 Día Internacional de la Filosofía, dada su importancia frente a la problemática del mundo actual.  Puesto que “Tiempo esencial” comparte los objetivos que la UNESCO se ha propuesto promover a nivel mundial (sin cobrar un centavo por la colaboración), enumeramos en seguida los objetivos que animan esta magna celebración internacional:  
    1.    Renovar el compromiso regional, subregional e internacional a favor de la filosofía

    2.    Alentar el análisis, la investigación y los estudios filosóficos sobre los grandes problemas contemporáneos para responder a los desafíos con que se enfrenta hoy en día la humanidad; 

    3.    Sensibilizar a la opinión pública sobre la importancia de la filosofía y su utilización crítica en las elecciones que plantean a múltiples sociedades los efectos de la mundialización o la incorporación a la modernidad; 

    4.    Hacer un balance de la situación de la enseñanza de la filosofía en el mundo, insistiendo particularmente en las dificultades para su acceso; 

    5.    Subrayar la importancia de la generalización de la enseñanza filosófica para las generaciones futuras. 

Estos objetivos se logran mediante la promoción de intercambios universitarios y del mundo académico, pero también el acercamiento de la filosofía al público en general, que ha mostrado siempre un vivo interés por esta actividad.
Eso es todo por ahora. Recuerden que la filosofía es un diálogo, es necesario que me escriban y opinen; de lo contrario esta columna desaparecerá por órdenes del implacable Director del Diario.

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