LAGUNA DE VOCES

* Me celebro y me canto a mí mismo

Como a cualquier niño me gustaba celebrar mi cumpleaños, de tal modo que colocaba carteles en el patio de la casa, donde precisaba que solo faltaban diez, nueve, ocho, siete días para tan importante suceso, y que esperaba regalos adornados con papel brilloso y moño. Hasta antes de los siete, ocho de edad, no atinaba a entender eso de las fiestas, porque era difícil cuando lo más importante era simplemente sobrevivir en una ciudad de México que amenazaba tragarnos sin piedad. De tal modo que nos defendimos como gatos panza arriba, hasta que un día descubrí que apagar velas de un pastel tenía una magia única, porque era la constancia que habíamos logrado superar las trampas de la existencia.

    Nunca es fácil para una familia de pueblo mantenerse unida en un mar de extrañeza, miedo, nostalgia por lo perdido. Sin embargo mi padre logró cumplir con la empresa más grande que el destino puso en sus manos: sus hijos. Y lo hizo tan bien que pasados los años de la zozobra y la incertidumbre, caminamos mano a mano, gozosos de saber que con todo y la prematura partida de mamá, estuvo siempre, como ahora, junto a cada uno de los que se acostumbraron a mirarla todos los días, amorosa, única.
    Así que llegué tarde a los festejos del cumpleaños, pero con tanta vocación que anticipaba hasta un mes el anuncio en carteles y en un periódico casero que hacía en papel cebolla en una máquina Olivetti. “Solo faltan 30 días…”.
    Seguramente acabé por fastidiar a mis hermanos, pero en una muestra de solidaridad, de amor por el que se había quedado como alma en pena, cumplían con exactitud la entrega de regalos envueltos y con moño. No podía imaginar, supongo que nadie, que alguien pueda llevar un presente sin caja y el listón de colores.
    Pasado el tiempo me doy cuenta que no hay cómo celebrarse, cantarse a uno mismo como aconsejaba Whitman. Sin otro objetivo que decirle a la vida que está bien, que se acepta todo lo bueno y malo que haya sucedido en esos doce meses, porque resulta que siempre es un logro llegar al siguiente año de edad.
    Ahora quiero pensar que es una bendición estar aquí todavía, luego de tantas veces que estaba seguro que la luz se apagaría para siempre. Y me doy a la tarea de contarle a Mariana por las mañanas, cuando la llevo a la universidad, de todo lo que llega a la memoria en las primeras horas de cada día, y ella se ríe con la gracia de quien fue tocada por la alegría y la bondad desde que nació.
    Valentina, mi nieta, cada día es más platicadora y gustosa de presumir que sacó muchos dieces en la primaria, además de mandar mensajes de voz cuando su mamá la lleva casi al diez para las ocho de la mañana. Es sin duda la que mantiene la ilusión por querer cumplir más, muchos años. Los necesarios para verla crecer, mirar el destino que Dios le guarda desde cuando era una bebé de ojos tan grandes como los de un venadito.
    Así que cumplir años es asunto de alegría, con todo y que ya llegados a los 56, es imposible negar que por instantes se atraviesa frente a los ojos la realidad de que faltan menos para eso que llaman el viaje final.
    A estas alturas ya pocos hablan por teléfono y decirte que la pases bien. El uso de las redes sociales acaba con esa oportunidad. Por eso escuchar la voz del hijo que ya no vive en la casa apacienta el alma, y eso reconforta, llena de esperanza todo.
    Siempre es importante celebrar la vida, la nuestra, la de las personas que amamos y nos aman. Siempre es vital que no haya asunto más importante que tener la esperanza de abrir todos los días una caja adornada con papel brillante y un moño, y sorprendernos porque lo mismo guarda la voz de mamá, de la familia, de quienes han sido faro que alumbra el camino de nuestra existencia.
    Vale la pena por eso esperar con paciencia, y anunciar que ya mero, ya casi llega el día en que celebramos la oportunidad de estar aquí, en un lugar que poco a poco conocemos, y que decimos nunca acabar de conocer, para que la encargada de llevarnos un día cualquiera, espere, espere, espere.

Mi gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
    Nunca es fácil para una familia de pueblo mantenerse unida en un mar de extrañeza, miedo, nostalgia por lo perdido. Sin embargo mi padre logró cumplir con le empresa más grande que el destino puso en sus manos: sus hijos. Y lo hizo tan bien que pasados los años de la zozobra y la incertidumbre, caminamos mano a mano, gozosos de saber que con todo y la prematura partida de mamá, estuvo siempre, como ahora, junto a cada uno de los que se acostumbraron a mirarla todos los días, amorosa, única.

Related posts