LAGUNA DE VOCES

    •    Cita con la muerte


¿Cuáles serían sus últimas palabras si supera la hora, el día y el año en que va a morir? ¿Cómo prepararía ese escrito de despedida? ¿Qué incluiría y qué dejaría de lado? ¿Se pondría filosófico, daría consejos, diría que la mejor opción en la existencia es gozar, sufrir, o la templanza que todos señalan como mejor camino? ¿Soportaría la angustia de esperar a que llegado el momento, tuviera que dirigir el último mensaje con voz firme y con claros signos de honestidad?
    Probablemente ese sea el castigo más importante que reciba quien está condenado a morir, como ha sido el caso de muchos mexicanos presos en los Estados Unidos, porque al final de cuentas el brevísimo instante en que se deja de existir, seguramente es nada en comparación con los meses, semanas, meses y años que en ocasiones una persona debe esperar para que se la aplique la condena.
    Rubén Cárdenas Ramírez, muy probablemente haya sido ejecutado el día de ayer en Huntsville, Texas, acusado de violar y asesinar a su prima de 16 años, Mayra Laguna en 1997, o tal vez en un caso excepcional habrá de esperar morir en otra fecha, y en una remotísima posibilidad purgar una cadena perpetua. Para el caso es lo mismo, porque en una cárcel estadounidense los que son condenados la pagan vivos o muertos.
    Nadie podría argumentar algo a favor del mexicano, mucho menos los familiares de la jovencita que fue brutalmente asesinada por su pariente, quien argumentó haber estado totalmente drogado con cocaína cuando cometió el crimen. Nadie tampoco encontrará una explicación al hecho, porque lastima en lo más profundo a una familia.
    El hecho sin embargo es que Rubén supo de antemano la hora, el día y el año en que finalmente recibiría la inyección letal. Toda la angustia terminará cuando quede dormido en la camilla, fruto de la aplicación de un anestésico, que dará paso a los líquidos que paralizarán sus sistemas muscular y respiratorio, para finalmente detener el corazón.
    Antes que esto suceda podrá dirigir unas palabras a los testigos presentes, en las que los condenados, generalmente piden perdón a la familia agredida, afirman que están listos para encontrarse con Dios y se lamentan de las decisiones tomadas, que en no pocas ocasiones achacan al diablo que los llevó por el mal camino.
    Todo tormento termina en esos momentos, porque saben de manera absoluta que ya no despertarán, que se irán a otra parte o tal vez ninguna cuando la pesada cortina de la oscuridad caiga sobre sus ojos; y como ningún otro, descubrirán la realidad de los castigos divinas, o la fatalidad de la nada, a la que regresan después de ser también nada.
    Cada uno de nosotros asistiremos a una ejecución programada desde el nacimiento: la nuestra. Con la única diferencia que, para fortuna nuestra, desconocemos, o hacemos que desconocemos eso de las fechas y las horas; aunque la forma en que hayamos vivido, nos da indicios claros e inobjetables de que la sentencia se cumplirá pasados los 60, los 70 o con suerte los 80.
    La ejecución de un connacional en el extranjero siempre despierta una atención inusitada, sobre todo cuando se espera hasta el último momento que la misma se aplace, o de plano se conmute por prisión perpetua. Pero también porque de alguna forma asistimos a ese instante en que algo desaparece del cuerpo humano a la vista de todos los presentes, y ese algo de pronto apaga el montón de huesos, carne y sangre que somos.
    Está claro que en la camilla solo queda un organismo inanimado, nada que tenga que ver con el que alguna vez seguramente amó con sincera necesidad a un semejante, a lo mejor de niño, o de adulto, antes de ser el que asesinó a su prima casi niña.
    Sin embargo lo que queda es nada, lo que desaparece en un pase mágico es el todo, es lo que no está sujeto a mediciones, es lo que transforma la pobre carne dolorida del ser humano, en una posibilidad única de trascender y transformarse.
    La muerte siempre llega, lo difícil es la espera cuando ya mandó requerimiento con multas incluidas.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
Cada uno de nosotros asistiremos a una ejecución programada desde el nacimiento: la nuestra. Con la única diferencia que, para fortuna nuestra, desconocemos, o hacemos que desconocemos eso de las fechas y las horas; aunque la forma en que hayamos vivido, nos da indicios claros e inobjetables de que la sentencia se cumplirá pasados los 60, los 70 o con suerte los 80.
    
    
    

    

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