LAGUNA DE VOCES

    •    La vida no es asunto de recetas políticas


Desde tiempos inmemoriales hemos visto crecer la vida en el cielo con lunas que brillan, se hacen grandes, a veces solo una franja curva, otras un sol anaranjado, pero siempre testimonio de que nada está quieto, que todo se mueve incesantemente. Igual en los campos con la hierba que inunda las tierras y debe ser arrancada para que no se coma la siembra. Lo mismo en la lucha eterna por el poder donde se inventan máscaras para ser una vez ángeles, otras demonios, otras nada, porque la nada existe en esos territorios llenos de misterio.
    La constancia es que solo lo muerto se queda estático, listo para volar a los lugares donde ya nada crece como no sea el olvido. Así, cuando la edad se agolpa encima de los hombros, todo empieza a ser más lento, próximo a detenerse porque el tiempo así lo determina en una contradicción porque su tarea fundamental es precisamente hacer que pasen los segundos, las horas, la vida.
    Gozamos del sueño porque sabemos que es un simple descanso para volver a caminar, a respirar el aire de las madrugadas cuando a las cuatro de la mañana despertamos para tener constancia de que todavía seguimos aquí, o un recuerdo se hizo tan urgente que el miedo de olvidarlo nos hizo abrir los ojos.
    Los cadáveres por eso tienen un profundo gesto de sorpresa, porque está claro que siempre hay un intento final por no quererse dejar llevar por la que tarde o temprano lo hará, pero siempre hay una lucha hasta el final, que está por demás perdida cuando la decisión está dada.
    Durante casi toda la existencia apuramos la vocación de la vida, y las ansias de correr que existían cuando niños se pierde poco a poco, hasta que regresamos, en ese círculo constante que es vivir, a la edad en que deseamos poder brincar por todos lados, demostrar que somos los de hace décadas. Por un momento festejamos que podemos pegar un salto y dejar el balón en la canasta, o volar a lado izquierdo para detener el inminente gol, con todo y que el golpazo parezca el de un costal de papas.
    Movernos es la constancia, porque al revés de la política, el que no se mueve empieza a llamar la atención de la muerte, que puede ser engañada en la segunda infancia que dura lo que la ilusión de que un maratón completo está al alcance de la mano. Sin embargo insistimos hasta el absurdo en el gusto por engañar y engañarnos.
    Malo, muy malo cuando deja de funcionar un pie, o y entrados en los 70s de pronto se empiezan a quebrar los huesos que se convierten en cristalería fina, delicada.
    Pero hay que estar en movimiento, darse el gusto de que la de guadaña en mano nos vea y se crea la historia de que recuperamos el gusto por el ejercicio, el trabajo hasta bien entrada la noche, el sueño de que la felicidad existe.
    La vida no es asunto de recetas políticas, y siempre será preciso dar signos de que la vida transcurre fresca y sonriente entre nosotros. Al que se le queda la maña de pedir que lo den por muerto, efectivamente queda muerto.
    Todo está en movimiento y eso anima a unirse de lleno al universo que un día crece, otro explota para formar galaxias, pero hasta la eternidad caminará con un rumbo que sepa Dios a dónde conduce.
    La noche que espera siempre al que escribe a deshoras es prueba irrefutable de que hay movimiento, de que al rato saldrá de nueva cuenta el sol y seguirá la historia por los siglos de los siglos.

Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta    

CITA:
Durante casi toda la existencia apuramos la vocación de la vida, y las ansias de correr que existían cuando niños se pierde poco a poco, hasta que regresamos, en ese círculo constante que es vivir, a la edad en que deseamos poder brincar por todos lados, demostrar que somos los de hace décadas. Por un momento festejamos que podemos pegar un salto y dejar el balón en la canasta, o volar a lado izquierdo para detener el inminente gol, con todo y que el golpazo parezca el de un costal de papas.

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