• Tiene tasas de asesinatos más altas que Nueva York; la asemejan más a Sicilia que a la Francia continental
“No estoy tranquilo”, confiesa Séverin Medori, alcalde de Linguizzetta, un pueblo en la costa este de Córcega. La inquietud de Medori tiene una explicación: François Servetto, un hampón condenado, entre otros motivos, por amenazar a Medori, debe salir próximamente de prisión. “Veremos qué ocurre”.
Medori se convirtió en una pequeña figura mediática porque hizo lo que pocos cargos electos hacen en la isla mediterránea: denunciar en voz alta lo que otros mantienen callado; llevar a los tribunales los intentos de intimidación de los que fue víctima en 2014, cuando optaba por la reelección como alcalde.
“Sufría amenazas por teléfono. Recibí mensajes. Me mataron vacas. Y, además, hubo disparos. Y visitas”, resume sentando en la mesa de una pizzería en la carretera que conecta Linguizzetta con Bastia, la segunda ciudad de Córcega, con cerca de 40.000 habitantes.
El caso de Séverin Medori saltó a la prensa nacional francesa y se convirtió en un ejemplo de la incómoda excepcionalidad corsa, la pervivencia de prácticas violentas que acercan más a la isla a Sicilia o al sur de Italia que a la Francia continental.