LAGUNA DE VOCES

    •    Somos los que se apagaron ante los ojos del que mira


El lugar más lejano del universo puede ser que seamos nosotros, y por eso la imposibilidad de contactar con otras civilizaciones, que simplemente intuyen que puede haber vida en una galaxia que se encuentra a millones y millones de años luz; a donde saben que nunca llegarán, y deben conformarse con saber que entre la infinita cantidad de estrellas, ellos cuentan con una que les ha permitido ser los únicos habitantes de un mar-espacio donde no pasa día sin que nazca una nueva constelación.
    Siempre hemos creído ser los que miran la luz de algo que ha desaparecido; que a partir de mirar el cielo estrellado somos los que disponen de la existencia, y que son otros los que están lejos, imposibles de ser alcanzados por nuestras naves espaciales. Pero en realidad somos nosotros los que ya desaparecimos ante los ojos del niño que se asoma en la noche, y contempla con pesadumbre el último chisporroteo de la Vía Láctea difunta, sin que sus habitantes se hayan enterado.
    Fuimos los que un día de pronto dejamos un hueco pequeñísimo en la galaxia, porque no la tierra, sino el Sistema Solar se apagó en un primer paso, antes que todo el conjunto de estrellas se fundieran una por una de manera irremediable; en el tiempo exacto que marca el espejismo que hemos considerado el hogar desde el que se puede observar lo que no tiene vida, sin saber que eso era precisamente lo que se perdía ante nuestros propios ojos.
    El que miró brillar el lucero de la mañana que era Deneb supo que solo suposiciones de sus científicos le dirían de su brillo 100 mil veces superior al sol de la tierra, que para el caso es lo  mismo porque eso solo lo sabían los habitantes de una canica bombona de color azul cielo.
    Así que no son ellos los que están difuntos sino nosotros. También con telescopios emplazados fuera de su planeta, lograron indagar hasta las distancias que se miden en años luz, para comprobar que también estaban solos, porque los únicos que podrían decir lo contrario hace tiempo inmemorial que se habían ido para siempre.
    Todos habitan la soledad celestial, y eso no es ningún consuelo, porque tarde o temprano descubrirán que su apuesta de ser los elegidos era falsa, un absurdo de tantos en el universo que por pura necedad crece y crece, luego que la imaginación de quien lo observa decidió agregarle galaxias de esperanza, simple esperanza.
    No es el funeral de la estrella que admiramos y le decimos a quien nos acompaña, que con toda seguridad mira algo que ya no existe. Somos nosotros los que dejamos en ese último aliento de brillo los que nos extinguimos, con toda la historia pequeñísima que nadie conocerá, y de la que tanto presumíamos con orgullo.
    Aquel disco de oro grabado con sonidos, imágenes, en la Voyager, apenas miró el jardín de la diminuta casa de la que tardó años y años en salir, para quedarse al pie de un árbol cuyas raíces habían viajado más que todos los aparatos construido por ser humano.
    En el tiempo que nos toca vivir, resulta una constante no saber mirarnos, seguir con la idea necia de que somos los cercanos a quién sabe qué cosa, y los otros, esos que damos por muertos porque su luz llegó muy tarde a nuestros ojos.
    Somos la embarcación perdida por la soberbia, de creer que el mar se extinguiría ahogados los pasajeros que lo miraban; la inútil pretensión de querer ser luz infinita en un espacio oscuro, de donde solo sale el sonido apesadumbrado del que mira hundirse la historia que construyó a fuerza de no querer morir, no querer ser el suspiro de quien sabe que se irá sin mirarse al otro lado del universo y sentir pena por él llora la soledad.

Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
    Fuimos los que un día de pronto dejamos un hueco pequeñísimo en la galaxia, porque no la tierra, sino el Sistema Solar se apagó en un primer paso, antes que todo el conjunto de estrellas se fundieran una por una de manera irremediable; en el tiempo exacto que marca el espejismo que hemos considerado el hogar desde el que se puede observar lo que no tiene vida, sin saber que eso era precisamente lo que se perdía ante nuestros propios ojos.

    
    
        

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