Carolina y el Mar

DE CUERPO ENTERO
Nunca han hablado claro y de frente, ambas tiene pena o no saben qué decir primero, sienten que esta farsa de que aquí todo es “normal”, les hace vivir aligeradas. A Caro le gusta vestir con la moda en lo alto, su cuerpo con tendencia a la robustez, no deja de ser atractivo, con una nariz recta y de perfil claro hacen de su rostro una cara atractiva pero diríase bella y sugerente; el caminar tanto por las playas del inmenso mar, le han dado a sus piernas una forma sedosa y resistencia de mármol. Caro es una mujer fina, bella y femenina.

No era la primera vez que la veía, a fuerza de aceptar con pena, casi desde que empezaron los fuertes calores ha buscado con singular desenfado todos los momentos propicios para estar cerca, para verle el rostro con el brillo del mar, o para escuchar de lejos los ruidos de sus palabras y voces; le seduce verla cuando con desparpajo inaudito se mete al mar, y como si quisiera caminar sobre las aguas con sal, corre, brinca y se llena el rostro de agua, se inunda su largo pelo, y dando la espalda al mar infinito se regresa dibujando en el azul claro una bella silueta. Le basta verla para adivinar casi todos sus pasos, sabe por ejemplo que le gusta beber agua, mucha agua, y que cuando sonríe sus dientes blancos parecen que alumbran la penumbra de la noche.
    La temporada de calores se prolonga hasta entrado el mes de agosto, y para cuando las lluvias llegan, ella, su amor de siempre, suele dejar de ir al mar. Han pasado tantos años que bien recuerda que cuando era adolescente solía acercarse todas las tardes del verano, y después al grito enérgico de su madre salir corriendo para su casa; no puede borrar de su cabeza aquella tarde de julio, cuando como jugando una broma se despidió con un beso claro en su mejilla, lo tibio de sus labios lo ha guardado para siempre.
    Cuando la noche cae, Carolina suele sentarse en la arena y mirar el mar, contemplar esos ruidos que solo en el mar se ven, y llenarse los pulmones del golpeteo de las olas en brama, que por la noche se revuelcan en las playas, le gusta mojarse los pies, y seguir pensando en lo mismo.
Para  Caro el amor es el mar, es el cielo estrellado de octubre, o son las olas bravas de agosto.
Cuando era pequeña soñó siempre en navegar en esos barcos gigantes que se atracan en el muelle, en correr sin parar por las aguas lejanas, en vivir combates de cuentos, y ya caída la noche regresar a puerto seguro; quiso ser marinera pero no la aceptaron porque se trataba de oficios solo para hombres, quizás por eso se quedó para siempre en la playa. Sus amigas de entonces como la espuma que dejan las olas se esfumaron, se fueron para andar los caminos que dicen deben andarse, se casaron y tuvieron hijos. Carolina se quedó en el mar, y desde hace muchos años vende collares de conchas, pulseras brillantes y huipiles costeños, ahora que recuerda nunca ha faltado al mar.
Carolina tiene 52 años de edad y no se ha cansado del amor. Sus días son eternos cuando no la ve, cuando sabe que el mar está incompleto porque ella no ha llegado, o cuando se entera que dejó la playa por esos motivos mundanos llamados de trabajo.
Sintiendo un sudor frío que le carcome el cuerpo recuerda todos los días cuando ella dejó de asistir al mar, cuando corriendo por las calles del puerto, con el pretexto de vender sus chácharas se metió al mismo hospital del Seguro Social para calmar el dolor agudo de su corazón, y solo a través de una gruesa ventana la vio, la contempló asida de unos barrotes con los ojos hinchados, y una pierna enyesada, ella había sufrido un accidente, pero estaba viva, Carolina lloró en silencio con una bendita alegría.
Carolina sabe que nunca podrá decirle lo mucho que la ama, acepta que nunca podrá acariciar su suave pelo, y se conforma con verla, con sentirla cerca, muy cerca del mar y de su alma. Caro ha hecho muchas veredas en la mar, parece como si supiera de memoria cada ola que revienta por las tardes; se habla de tú con los graznidos de las aves, pero todo el brillo austero de las tardes de agosto, la lluvia suave sobre un mar tolerante, o las estrellas chismosas que salen muy temprano, no son nada si ella no está presente. Es a veces el amor tan puro y fresco, que no hace falta decirlo, tocarlo o devorarlo, Caro lo sabe y sueña con seguir disfrutando de su compañía. Ella tiene 25 años y gusta también del mar.
Muchas veces Caro se ha preguntado de su ser diferente, más cuando su hermana menor, como para hacer más leve los rumores del pueblo que no faltan, ha inventado que se quedó solo por una pena de amor, por una vieja desilusión que le partió el corazón. Son a veces tan realas las historias que su apenada hermana inventa, que la misma Caro se ha creído.
Nunca han hablado claro y de frente, ambas tiene pena o no saben qué decir primero, sienten que esta farsa de que aquí todo es “normal”, les hace vivir aligeradas. A Caro le gusta vestir con la moda en lo alto, su cuerpo con tendencia a la robustez, no deja de ser atractivo, con una nariz recta y de perfil claro hacen de su rostro una cara atractiva pero diríase bella y sugerente; el caminar tanto por las playas del inmenso mar, le han dado a sus piernas una forma sedosa y resistencia de mármol. Caro es una mujer fina, bella y femenina.
Caro celebra la experiencia del amor, y sabe que todavía en este mundo confuso, contradictorio y sin sentido, su lugar, el lugar para SU AMOR aun non encuentra cabida. Hoy mismo está segura que es tan fuerte e intensa la pasión de su alma, que aunque ella nunca se entere de las miles de veces que su corazón late al ritmo de sus recuerdos, o de que no aprenda a mirar los recados de amor que las estrellas tempranas han guardado por siempre, o de que no sepa descifrar las notas de las olas del mar, para Caro el que exista le es suficiente para celebrar la existencia del amor.
Carolina nació para el amor, y éste le debe mucho, mucho, mucho…

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