El escritor Eduardo Mendoza estudió en la escuela, como todos los niños de su generación, una materia que se dedicaba a enseñar pasajes de la Biblia. Así, la clase que llamaba Historia Sagrada, se convirtió en la primera fuente literaria del Premio Cervantes 2016.
Basado en sus recuerdos y en la certeza de que una sociedad se explica mejor si no se desvincula de sus mitos fundacionales, Mendoza repasa algunos pasajes bíblicos en el libro “Las barbas del profeta”.
El libro recientemente publicado por el Fondo de Cultura Económica, es un viaje a la tierra de José y sus hermanos, de Salomón, de la Torre de Babel o de Jonás; retoma el pasaje de la serpiente que tienta a Eva, la expulsión de Adán y Eva del paraíso, la muerte de Caín, entre otros.
“Cuando escribí el librito que las motiva sólo me proponía recordar aquellas historias que pretendían formar parte de nuestra instrucción religiosa, pero que de hecho avivaron mi imaginación y me contagiaron un interés por los grandes relatos mitológicos que me ha acompañado toda la vida”, explica en entrevista vía correo electrónico.
Sin embargo, el también abogado, traductor oficial de organismos internacionales y profesor universitario, advierte que a pesar de su experiencia, no le parece útil la enseñanza de la Biblia.
“Hay muchas cosas por enseñar y quizá la Biblia no sea prioritaria. En todo caso, no debería enseñarse como una verdad revelada, sino como una colección de mitos, algunos muy salvajes. A los creyentes es mejor mantenerlos alejados de la enseñanza si se dedican a enseñar para hacer proselitismo”, sostiene.
Mendoza ha escrito obras de teatro, de historia sobre la Barcelona modernista y diversos artículos. Entre sus principales obras se encuentran: “La verdad sobre el caso Savolta”, novela que lo convirtió en un autor imprescindible de la narrativa española contemporánea. “No sé si dejé de ser creyente o si no lo fui nunca. De niño creí lo que me decían, pero eso no es ser creyente, sino crédulo. Cuando empecé a pensar por mi cuenta cambié creencias por certezas o por dudas o por una resignada ignorancia”, agrega.
En el libro, el escritor de 74 años de edad, refiere que para las personas descreídas, la doctrina y las prácticas religiosas de los creyentes son una fuente inagotable de sorpresa y un motivo constante de reflexión. Además, escribe que la fe es por definición irracional, y lo irracional tiende a derivar en violencia cuando se va contra las cuerdas.