Terremotos: principio y fin de una era

CONCIENCIA CIUDADANA
A golpes de infortunio, la sociedad mexicana ha corroborado en los últimos días que no puede esperar peras del olmo, mientras se acrecienta su conciencia ciudadana. 1985 y 2017 representan el principio y el fin de un largo período de esplendor, crisis y fracaso de un modelo económico y político que ha llegado a su punto más bajo. Lo que sobrevenga a su suerte es, sin embargo, todavía una incógnita

Para tratar de construir un relato interpretativo acerca de los sismos y sus consecuencias políticas, sociales y económicas proponemos considerar al primero de ellos, el de 1985, como un punto de partida arbitrario pero coherente de un proceso que habría de extenderse por 32 años hasta 2017, considerando esta fecha como el punto final aunque no concluyente del ciclo que trataremos de explicar, en virtud que ni los sucesos ni las consecuencias posibles se encuentran a nuestro alcance.
El terremoto de 1985, como se sabe, representó no solo el más terrible sismo de nuestra historia por la cantidad de víctimas y las incontables pérdidas materiales que acarreó, sino también porque con él eclosionó una participación ciudadana masiva que rebasó al poder público y dio paso a un proceso de participación política inédita, especialmente en las elecciones de 1988, cuando el sistema político priísta fracasó en su control político  salvándose del colapso sólo a través de un fraude electoral gigantesco y la promesa de terminar con la era del “partido casi único” expresada por Carlos Salinas de Gortari, el presidente surgido de tales elecciones.
Sin embargo, en 1985 se vivía un momento distinto al que se vive en 2017. Mientras que en ese tiempo se iniciaba en nuestro país el gran proceso de integración a la economía de mercado entonces en plena expansión, 2017 nos encuentra en medio de una crisis de ese modelo económico en todo el mundo. Mientras que después del sismo de aquél año la clase política pudo volver a imponer su hegemonía mediante un escandaloso fraude; el terremoto del 2017 se produce en un momento donde el sistema político surgido con el triunfo salinista se enfrenta a las condiciones más adversas que se le hayan presentado, provocándole un descrédito generalizado.
Y si bien tras la tragedia de 1985 surgió un poderoso movimiento cívico que estuvo a punto de derrumbar al estado priísta; lo cierto es que la fortaleza del estado mexicano, aún dueño de un gran número de empresas paraestatales y sobre todo del monopolio de la industria energética, fue lo que permitió a los presidentes Salinas y Zedillo ejercer el papel de fiel de la balanza de la vida política y económica durante 12 años más, papel que Enrique Peña Nieto ya no podrá detentar porque con las reformas estructurales llevadas a cabo en su sexenio, el poder del estado al que encabeza ya no se encuentra en sus manos, sino en las de la elite empresarial y delincuencial que detenta en sus manos la mayor parte de la riqueza y los medios de producción en el país.
Hemos de reconocer que la clase política priísta tuvo la capacidad de recuperar el control social que parecía se le escapaba tras de los sismos del 85 y las elecciones de 1988. Salinas recompuso la alianza gobierno-sociedad con el programa nacional de solidaridad y con la clase política mediante las reformas políticas realizadas en su administración que dieron acceso a los partidos de oposición integrando a sus dirigencias a la elite gobernante al permitir la llegada de algunos de sus miembros a gubernaturas y representaciones legislativas a través de elecciones dando la ilusión de que al fin la alternancia política permitiría el nacimiento de una sociedad democrática.
Sin embargo, las cosas no sucedieron así y hoy, en plena conmoción social debido a los terremotos y huracanes que han devastado grandes zonas del país importantes también por su activismo político, el gobierno priísta de Enrique Peña Nieto parece identificarse ante la ciudadanía más con el del abúlico Miguel de la Madrid Hurtado que en 1985 demostró una gran incapacidad frente al sismo más que con el del dinámico Carlos Salinas de Gortari; sin acertar a recuperar la credibilidad de la población por más que la televisión comercial eche mano a las mismas estrategias de 1985 para intentar levantar en la opinión pública la imagen de los gobernantes.
1985 sorprendió a la gente creyendo aún que la solución de los problemas provocados por el sismo serían atendidos por el gobierno. Su desilusión posterior le llevó a politizarse encontrando en la candidatura de Cuauhtémoc Cárdenas el liderazgo necesario para enfrentar a una clase política identificada con la corrupción y el autoritarismo con un frente opositor improvisado que sin embargo dio la más grande batalla electoral que el país haya contemplado.
2017 encuentra a una sociedad que ha pasado de la desilusión al hartazgo y a la repulsa generalizada hacia el sistema político en general, pero además con una organización política capaz de competir de tú a tú con el PRI actual encabezado por Peña Nieto, como lo demostraron las elecciones estatales pasadas, especialmente las del estado de México; donde MORENA -un partido inexistente hace 4 años- fue rebasado, según las cuentas oficiales, sólo por un porcentaje mínimo de votos por el tricolor en un proceso señalado además por numerosas inconsistencias y delitos electorales. En todo caso, la victoria priista puede catalogarse de “pírrica”, es decir, que su costo político ha sido incontablemente más caro que los beneficios obtenidos por la imposición del primo del presidente como gobernador mexiquense.
Así, pues, 2017 configura para el 2018 el peor escenario político posible; no solo por un esperado “choque de trenes” electoral, sino porque las consecuencias políticas de los sismos que difícilmente podrán hacerse frente por un presidente con los peores índices de confianza en los últimos tiempos que dirige un estado económicamente debilitado, una clase política incapaz de comprometerse en proyectos de reconstrucción al cual no pueda sacar raja política o beneficios personales y una clase empresarial mezquina que condiciona su contribución a las acciones de auxilio y reconstrucción a la entrega por la población de parte de sus ingresos a sus propias donaciones (el famoso 5 por 1 de Slim es una de ellas y tal vez la más “dadivosa”), cuando son justamente las condiciones de extrema pobreza de la mayor parte de los mexicanos (o la sobreexplotación de su fuerza de trabajo)  la que le impide contar siquiera con los mínimos recursos para resistir los embates naturales y económicos que los agobian.
   Orden, disciplina, capacidad estratégica, manos limpias y decisión por emprender una tarea de las dimensiones que se reclamarán no solo ahora sino en los años posteriores no están al alcance de quienes dirigen al país actualmente, y no pueden ser improvisados ni comprados en ningún centro comercial nacional y extranjero para echar andar al país a unos cuantos meses del cambio de poderes federales.
 A golpes de infortunio, la sociedad mexicana ha corroborado en los últimos días que no puede esperar peras del olmo, mientras se acrecienta su conciencia ciudadana. 1985 y 2017 representan el principio y el fin de un largo período de esplendor, crisis y fracaso de un modelo económico y político que ha llegado a su punto más bajo. Lo que sobrevenga a su suerte es, sin embargo, todavía una incógnita.  

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