¿Existe una filosofía hidalguense?

TIEMPO ESENCIAL (I)

¿Para qué ocuparse de la filosofía cuando lo de hoy es la ciencia aplicada, la tecnología, el comercio o la educación que atraen a las jóvenes generaciones? Lo mejor, responderán, es ampliar esas ofertas educativas para que sus demandantes puedan integrarse al mercado laboral exitosamente.

(NOTA DEL EDITOR: Interesado como ha estado siempre en la reflexión, el maestro Serna Alcántara nos propuso poner en marcha la edición de artículos que versaran sobre filosofía. Felizmente hoy llegamos a buen puerto con esta primera entrega de una serie de textos que llevarán por nombre TIEMPO ESENCIAL, y que estamos seguros darán como resultado un libro fundamental para los hidalguenses. Cada mitad de mes nos encontraremos con estos trabajos, además de sus aportaciones semanales en CONCIENCIA CIUDADANA, los jueves para ser más específicos. Que sea para bien de todos los que gustan preguntare acerca de la vida)
Tal vez la pregunta que encabeza esta nueva propuesta periodística, haga sonreír a los conocedores del estado en que se encuentra el ejercicio filosófico en Pachuca, compartido – hasta donde sabemos-, por el resto de la entidad de la que ella es capital.
    Pero no estamos de broma. Al contrario, la pregunta se nos hace no sólo necesaria, sino obligada y perentoria; condiciones que la academia exigiría a las inquietudes y elucubraciones surgidas en la mente de cualquier mortal para ocupar su atención en ellas.
    Para tal fin, necesitamos saber si puede hablarse de una filosofía “hidalguense” como se hace de una filosofía mexicana, alemana o francesa; aunque bien se sabe que la filosofía es una como cualquier otro conocimiento sistemático. A favor de nuestra pretensión, diremos que desde la antigüedad el quehacer filosófico se identificó con ciudades, países o regiones donde floreció cierta filosofía; tal como la Escuela de Megara o la de los Cirenaicos y, ya en nuestra época, las de comunidades de pensadores como el Círculo de Viena o la Escuela de Frankfurt.  
    Pero si es evidente que en el caso de Hidalgo tales agrupaciones no existen, podríamos preguntarnos entonces por qué razón no ha de contar con ellas. Se dirá -como lo hemos escuchado en labios supuestamente ilustrados- que sus habitantes enfrentan necesidades de mayor urgencia como para pensar en patrocinar tal lujo. Se exigirá saber qué beneficio dejará emprender esa tarea cuando otros ya han pensado lo mejor de ella en condiciones de desarrollo cultural superior al nuestro ¿Para qué ocuparse de la filosofía cuando lo de hoy es la ciencia aplicada, la tecnología, el comercio o la educación que atraen a las jóvenes generaciones? Lo mejor, responderán, es ampliar esas ofertas educativas para que sus demandantes puedan integrarse al mercado laboral exitosamente.
    No esperemos, pues, que las instituciones de educación superior en nuestro estado den una respuesta a la aspiración filosófica de los pocos hidalguenses que la tengan; porque a pesar del gran número que operan en Pachuca -casi una en cada esquina- impartiendo decenas de carreras profesionales, ninguna de ellas se ha interesado en incluir en su oferta la carrera de Filosofía.
    Pero aunque importante, tal asunto compete a dichos establecimientos. Lo determinante para que el gentilicio de “hidalguense” pueda ser adoptado por una filosofía, es que haya quien ponga atención en ella y sus asuntos; porque a querer o no, las cuestiones que la ocupan se encuentran tan presentes entre nosotros como en cualquier otro lugar, alzándose como un desafío constante a nuestra existencia personal y social; a los valores que la confrontan y la reflexión intelectual que le acompaña.
La sociedad hidalguense no es una realidad apartada del resto de la humanidad, aunque sí lo esté, desafortunadamente, del diálogo filosófico universal; al que su integración resulta una condición indispensable para su impulsar su autoconocimiento y fomentar la capacidad crítica necesaria para su integración al desarrollo humano contemporáneo en condiciones de capacidad y competencia equitativas. Tan necesario es que toda persona o comunidad cuenten con ese conocimiento, que la UNESCO ha declarado a la filosofía como patrimonio y derecho de la humanidad   reconociendo la posibilidad de ejercerla libremente, sin distinción alguna de edad, clase social, sexo o cualquier otra limitante.  
Ejemplo de quien así la cultivó fue Sócrates, cuestionando la ciencia sofística en la que eran educados sus conciudadanos con gran éxito político y mercantil de sus mentores. En cambio, sin estipendio alguno, el filósofo ateniense dialogaba con quienes le escucharan: ricos o pobres, hombre o mujeres, sabios o ignorantes; provocándoles con sus preguntas desconcertantes. Por su parte, su discípulo Platón prefirió fundar una escuela, como más tarde lo hizo Aristóteles, dando pie a la tradición académica de Occidente.
En la época actual, donde la comunicación masiva derrumba barreras; el ejercicio de la filosofía constituye un vínculo humanizador cada vez más importante, por la relación que guarda con la posesión de valores comunes, tradiciones, cultura, lenguajes y costumbres que constituyen la herencia espiritual de los pueblos y su modo de comprender el mundo y la vida. Pero más que en escuelas o tradiciones, su práctica se sostiene en iniciativas personales o colectivas, que ejercen la reflexión filosófica partiendo de sus propias circunstancias, aunque con problemáticas que las hermanan con grupos similares en otras partes del planeta.  
El ideal, claro está, es que la academia y la filosofía ejercida fuera de los claustros se correspondan, entrelazando sus prácticas y productos; pero si la ausencia de la academia se los impide, queda a los pachuqueños practicarla por su propia iniciativa, aprovechando los medios de comunicación masiva o las redes de Internet y la libertad de expresión que aún se los permiten. En tanto, queremos pensar que, solos o acompañados; en alguna tinaja; chateando en la red, en sabroso diálogo fraterno o callado soliloquio, se encuentran ya entre nosotros los personajes que podrían darán gloria y renombre a la comunidad filosófica hidalguense en un futuro no muy lejano.
Para transformar nuestro sueño en realidad, es necesario que sus seguidores se reconozcan y apoyen. Y no importa su número; porque la importancia de la práctica filosófica no es cuestión de cantidad sino de vocación. Sin embargo, para quienes solo las cifras cuentan, sépase que hace poco tiempo los expendios de publicaciones en Pachuca ofrecieron en venta una enciclopedia de filosofía de la editorial española Gredos; que por 170 pesos ofrecía un bello ejemplar semanal con la obra de los grandes filósofos que en la historia han sido. Escéptico, creí que los expendedores terminarían devolviéndolos a la distribuidora por falta de compradores, pero grande fue mi sorpresa al atestiguar que los ejemplares volaban de los kioscos en pocos días; a la par que mi prejuicio sobre la falta de interés por la filosofía en nuestra ciudad se disipaba.
Y si sucede es porque, al igual que en cualquier lugar de este mundo de “la no-verdad” que nos ha tocado vivir, existen entre nosotros hombres y mujeres que se resisten a renunciar al tesoro que guarda el pensamiento filosófico; oponiéndose a la pretensión totalizadora que intenta someterlo con sus actuales sofismas. Quienes los piensan ya suficientemente domesticados se equivocan, porque estamos seguros que no faltarán entre los hidalguenses aquellos espíritus que, aún en condiciones adversas luchan por arrebatar al mundo girones del tiempo que éste les roba, recuperando para sí el suyo propio, su tiempo esencial.
Así pues, trabajemos para que el pensamiento filosófico pueda manifestar públicamente su tarea humanizadora sin dilación alguna en el lugar donde nos ha tocado vivir, luchar y pensar. A ese propósito está destinado este nuevo espacio de expresión, como testigo e intérprete reflexivo de la vida y el pensamiento filosófico en nuestra Polis.  
Pachuca, Hgo.,septiembre de 2017

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