Un Infierno Bonito

En el personaje del barrio de hoy:

LAS FIESTAS PATRIAS

El 15 de septiembre se celebra en México  el inicio de la guerra de Independencia de 1810, movimiento histórico encabezado por el padre Miguel Hidalgo y Costilla, y los también sacerdotes Morelos y Matamoros, además de Guerrero, Allende, Aldama y doña Josefa Ortiz de Domínguez.
El tradicional festejo se celebra en todo el mundo donde haya  mexicanos. Por lo general es lo mismo que gritan el presidente, los gobernadores y los alcaldes. Y todos a celebrar como mejor les parezca.
En el popular barrio de La Palma, en Pachuca, se juntaron varios cuates de Aurelio “El Abuelo” que andaba de San  Camilo, invitando a todos sus amigos a que se la pasaran en su casa.
Les dijo que cada uno de ellos tenía que llevar un pomo, refrescos y chelas para recordar a los indios que pelearon en la independencia, y que no faltara pulque de los tres colores de la bandera nacional, curados de alfalfa, tuna y blanco.
Aunque a veces algunas viejas dan el grito de la madriza que les pone su viejo cuando se le pasan las cucharadas. Por eso los animaba a que se fueran a la casa del pinche viejo sonsacador.
Desde las 8 de la noche comenzó la pachanga que se iba a poner de pelos. Estaban avisados que tenían que llegar puntuales como un inglés, porque el que llegara tarde se le descontaban tres cubas.
Pusieron música mexicana, olvidándose de la gente, que se fue a perder el tiempo a la Plaza Juárez a temblar de de frío, machucones, apachurrones, y no ven nada de los artistas que traen.
Esa noche chuparon como recién nacidos, y escucharon cuando cantó el gallo. Ya había amanecido y doña Chole, que también  le entró al toro, estaba muy contenta.
Cada uno se fue despidiendo. Salían como arañas panteoneras, para seguirle la tos al gato. Les mentaron la madre los automovilistas porque no se quitaban. Iban caminando abrazados a media calle.
Al otro día del “Grito” del 15 de septiembre, los que se la pasaron celebrando en su casa amanecieron pálidos, temblorosos, por la cruda.
Algunos tenían sus ojos como de tecolote por la desvelada; otros pobres, trataban de vomitar, y en cada arqueada hasta se estremecían por el escalofrío.
Muchos que son conocedores, guardaron un poquito de vino como salvavidas. Otros también sufrían la cruda moral, pues le dieron de madrazos a sus viejas. Pero así es el mexicano.
“El Abuelo” estaba que se lo llevaba patas de cabra. Se acostaba, se paraba, corría al baño. Su vieja, doña “Chole”, le dio un remedio pero todo lo que se tomaba o comía lo vomitaba. Se quejaba con su vieja. Y en lugar de ayudarlo, lo cajeteó:
-¡Ahorita te estás muriendo, cabrón! Pero quién te vio anoche, subiéndote en la silla y gritando el nombre de Hidalgo, Morelos, Allende. Estabas tan emocionado que levantaste tanto la bandera, que te viniste de cuernos. Te diste un calaverazo, que te sonó tu cabezota muy fuerte.
Y después que se te pasó el madrazo, comenzaste a chupar. Nomás parabas la trompa y va pa’ dentro. Bailabas como trompo, y se te fue la lengua retando a todos con una cruzada. Tomaste pulque, cerveza, tequila, hasta tejocote. Yo te dije: “Ya párale de chupar, Aurelio. Sabes bien que las cruzadas te matan”. Y me contestabas: “Quítese de aquí, mi vieja, que estoy más bravo que un león. No vaya a sacar la espada y te raje la madre”.
Te dije: “Ya te lo preguntaré mañana, cabrón”. Como todo borracho necio, te la pasaste tomando una tras otra, y me mandaste a ver a mi jefa. Le dijiste a mi hermano:
“¡Va la cruzada contigo, pinche cuñado! Y como dijo Hidalgo, chin, chin, el que deje algo”.
Se cruzaban el brazo, deteniendo el vaso, abrían el hocico como pelicano, para ver quién tomaba más rápido. Estabas tan pedo que bailabas poniéndote el dedo en el ombligo, y meneabas las nalgas. La gente te hacía rueda. ¡Epa, epa, epa!
Como eras el que los invitó a la casa, todos te celebraban tus pendejadas. A mí me dijiste: “¡A ver, vieja, vamos echarnos una cruzada!”. Le respondí: “¿Ahorita?”.
Y me contestaste: “Pero con una cuba. No creas que de las otras. A ver, compadre, sírvele a mi vieja una cuba”.
Yo te dije: “Yo aquí tengo la mía”. Y me respondiste gritando:
“Navajas nuevas, cabrona, conmigo hay que andar al tiro. ¡Ármense todos! Y digan salud por nuestros héroes que nos dieron patria y libertad. Brindo por todos los funcionarios que han de estar con sus viejas en su casa. Como hoy no hubo salutaciones al gobernador, no pudieron llevar a su quelite, y algunos ya han de estar jetones. ¡Viva México! Y vamos a brindar porque todos los jodidos vamos a vivir como la gente. Así lo dijo Peña, que todo este año que le falta, nos va a sacar de la pobreza. O nos va acabar de dar en la madre. Hay tienes el aumento de gasolina que hizo que subieran todas las cosas. ¡Hey, compadre, sírvele a mi pinche vieja!
La mujer respondió:
-¡Yo ya no! El alcohol me hace daño.
-Qué quieres, que la tiremos a que te haga daño, mejor que te haga daño. Aquí te amuelas como dice la Ley de Herodes: Te chingas o te jodes. O te la echo en la cabezota. Hoy es el día en que celebramos algo muy importante: nuestra libertad.
-¡Está bien, me toma la última!
-¿La última? Esa te las vas a echar con Arriaga. A ver tú cabezón, pon un pinche danzón, que voy a bailar con mi vieja de a cartón de cerveza, recordando como cuando estábamos jovenazos.
“El Abuelo” bailaba con mucho estilo. Todo era felicidad. Se ponía un vaso en la cabeza y bailaba como las tehuanas. Sus amigos le aplaudían.
Pero eso fue el día 15, porque ayer su vieja andaba como loca buscando un internista para que le quitara la cruda con suero. El pobrecito del “Abuelo” nada más hacía como guajolote.
-A ver, viejo, no hay otra cosa de comer, sólo estos chilaquiles.
-¡No me pasan! Ay, ay.
-Te lo dije, pero me contestaste que eras viejo lobo de mar. Ayer como rey y ahora como güey.
-¡Me siento morir! Ve a traer a un pinche notario, ya que estamos en el mes del testamento, para no dejarle ni madre al Sancho.
-¡Ya, pinche viejo mamón! Mejor cállate.
“El Abuelo” ya había tratado de curársela con pulque, con cerveza, pero nada. Estaba triste y pálido, y le salía espuma del hocico. Sus ojos los tenía sumidos y sacaba la lengua.
-¡Yo mejor voy a traer un médico!
-No te hagas pendeja. Hoy no encuentras a ninguno. Han de estar igual que yo. Mejor voy a tratar de echarme un coyotito.
-Te voy hacer un caldito de pollo, y te lo echas.
-No vieja. Ni aunque fuera de gallina que estuviera bien buena, me caería.
La señora se tronaba los dedos. Muy preocupada, miraba a su viejo que se estaba pelando para el más allá de la cruda. Le puso una veladora a San Juditas Tadeo, a ver si le arreglaba su caso que estaba difícil, y le pidió de todo corazón, que le echara la mano. La mujer fue a ver a su comadre Rebeca, la esposa de “Chente”.
-¡Ay, comadrita! Yo veo a Aurelio muy mal de la cruda.
-No se empate, comadre. Mi viejo está iguanas ranas. Ya se vomitó varias veces, pero parece que está reponiéndose. Ya le cayó un taco en el estómago.
No se me apendeje, comadrita, llévelo al Seguro Social y verá cómo lo levantan a puro suero. El año pasado mi viejo Vicente, se puso una borrachera que me cae de madre, veía diablos. A mí me desconoció y me puso mis madrazos. A medianoche paró a sus hijos, los puso a marchar y que juraran bandera.
A mi suegra le dio un jalón de greñas, que la tumbó. Pobre viejita, como está jorobada no se podía parar. Estaba como loco, el cabrón, de tanta marranilla que tomó. Tuve que traerle al cura para que le echara los santos óleos. Y le pedí a la virgencita de Guadalupe que no se lo llevara, que me lo dejara un tiempo más. Con esta situación que estamos, cómo iba a mantener a sus trece hijos.
-¿Pero cómo lo levantó, comadrita?
-¡En un vaso grande, le eché varias copas de tequila, le puse mucho hielo, luego le puse vermut Bernetti, le abrí el hocico a huevo y se lo eché, pues todo lo que comía lo vomitaba.  
-Vamos mejor a preguntarle al cantinero. De tanto pinche borracho que le llega, él debe saber cómo componerlos de la cruda.
Las dos señoras fueron a la cantina “El Relámpago” y le platicaron al cantinero, cómo estaba “El Abuelo”.
-Lo que ustedes me dicen se llama “piedra”. Es tequila con hielo y vermut. Le voy a preparar una a toda madre, y veré que en menos que canta un gallo se aliviana “El Abuelo”.
Doña Chole llegó al pie de la cama donde estaba su viejo quejándose como moribundo, acompañada de su comadre Rebeca.
-¡Aurelio! ¡Aurelio! Despierta. Te traigo el remedio.
-Para mí ya no hay remedio. Siento que me voy a morir. Ahí, junto a ti, estoy mirando a la muerte flaca, que viene por mí.
-¡No sea payaso! Es mi comadrita.
La mujer le dio el remedio que le mandó el cantinero. Le tapó la boca para que se lo tragara todo. “El Abuelo comenzó a sudar. Se compuso. Le dio hambre y se echó el recalentado. Poco después preguntó por él su comadre:
-¿Qué pasó con mi compadrito?
-Ya se salió a seguirla a la cantina. Este cabrón no entiende. Ya anda invitando a todos, para que hagan otra pachanga el 20 de noviembre.

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