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LAGUNA DE VOCES

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Lecciones del 85

En vísperas de un nuevo aniversario del terremoto de la ciudad de México, a nadie le gusta que de pronto se active la alerta sísmica, como ocurrió ayer pasadas las 19 horas. A nadie, con todo y que haya sido en falso, porque se avivan los recuerdos, los instantes en que de pronto la tierra empezó a moverse y fueron miles los que murieron aplastados en oficinas, condominios, casas, en fin. Los recuerdos de aquellos tiempos todavía lastiman a los que vivieron el horror de esos minutos, la certeza de que la muerte llegaría y el espanto de verla cara a cara.
    Ante el hecho de que nada se puede hacer contra la naturaleza, solo queda el camino de implorar al cielo para que todo termine rápido, de una forma u otra. En el terremoto del 85 no fue así para muchos, que tuvieron que esperar horas y horas, para finalmente dejarse consumir por la desesperanza. Lo último que se pierde, dicen algunos, es la esperanza, y efectivamente así sucedió en muchas de las historias que después conocimos.
    Lo sucedido en 1985 no podrá tener olvido en muchos de los que en ese año justamente, nos estrenábamos como padres, orgullosos de saber que confirmábamos la frase de Tagore, aquella de que, “cada vez nace un niño, es la constancia de que Dios no ha perdido su fe en la humanidad”. Pero apenas cumplidos los dos meses de mi niña, estuve seguro de que ya no la vería crecer, ni un día como ahora ser abuelo igual de ilusionado con la nieta que me esperó desde ese día, el siguiente al primer temblor.
    A mí me cambió la vida Dios en ese año, pero me la dejó, la tengo para poder contar de las ilusiones que en otros se quedaron en eso, en meras ilusiones; me la dejo, estoy seguro, para tener la necesidad imperiosa de recordar las horas más terribles, pero también las más hermosas entre los que habitábamos la capital del país, y que dio una muestra palpable, vital de lo que es la verdadera solidaridad, el sentido de hermandad de quien en ningún momento dudó en sacrificar su propia vida para salvar la de otro.
    El 85, le decía a usted que me lee, puede tener todas las interpretaciones que pueda querer, porque al final de cuentas mantuvo también esa posibilidad de construir y reconstruir la esperanza, o lo que de ella pensáramos; de hacernos todavía más fuertes en el sentido estricto de los que se levantan ante cualquier tragedia.
    Nos hemos convertido a estas alturas, todos, en sobrevivientes. El temblor fue una mera circunstancia, pero lo que hoy vivimos es otra cosa, es un eterno terremoto que arranca vidas por donde pasa, porque además es brutal cuando ataca y deja sembrados muertos por todos lados.
    Sin embargo, los que sobreviven, los que sobrevivimos, de alguna forma tenemos la certeza de que por algo seguimos en estas tierras, y ese algo tal vez sea abogar porque ninguno pierda la fe en que nada habrá que termine por enterrarnos en el olvido, y mucho menos a los difuntos que cada quien trae a cuestas.
    Finalmente todos pudimos ser los que estuvieran en el altar del mes de noviembre. Finalmente todos podemos ser ante esta realidad cada vez más difícil de comprender.
    El 85 dejó en cada quien no una lección, no una enseñanza, si en cambio la oportunidad de conocer a verdaderos héroes, imitación profunda de Cristo, creencia absoluta en que la vida propia es más valiosa si se está dispuesto a sacrificarla por la de otra persona; nos dejó la visión exacta y única de que el amor en ese mes de septiembre, fue el que nos salvó.
    Vivos o muertos, repletos de eso que todo el tiempo nombramos, pero en raras ocasiones transformamos en una rotunda realidad.
    Y el 85, pese a la misma tragedia que entrañó, es felizmente recordado por eso, porque nos permitió ver la más grandiosa de las sociedades que es la mexicana, la que hoy mismo se salva de ese otro terremoto que es la muerte con permiso para hacer de las suyas todos los días.
Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
El 85 dejó en cada quien no una lección, no una enseñanza, si en cambio la oportunidad de conocer a verdaderos héroes, imitación profunda de Cristo, creencia absoluta en que la vida propia es más valiosa si se está dispuesto a sacrificarla por la de otra persona; nos dejó la visión exacta y única de que el amor en ese mes de septiembre, fue el que nos salvó.