RETRATOS HABLADOS

    •    MAO, tiempo exacto


La imagen puede ser la de un gladiador romano que clama: “Ave, Caesar, morituri te salutant” (Salve César, los que van a morir te saludan). A lo largo de casi seis años ha cargado la loza más pesada en una administración presidencial, sobre todo en los tiempos que se viven, luego de la guerra sin pies ni cabeza desatada por un maniático Felipe Calderón en contra del crimen organizado.
    Es otro porque la Secretaría de Gobernación ha sido desde sus orígenes el para rayos del Presidente de la República, y eso implica asumir todos y cada uno de los problemas más graves, con la certeza de que si logra un buen resultado quien necesariamente se llevará el reconocimiento será el inquilino de Palacio Nacional, y si hay errores caerán encima del que vive en el Palacio de Cobián.
    Por eso es otro. El rostro se vuelve duro, con todo y que los aires de Pachuca de pronto lo regresaron a los tiempos en que, diría García Márquez, “era feliz e indocumentado”. Es otro porque la escalera que lleva al poder siempre está plagada de días negros, en que la toma de decisiones impacta no solo en la captura de grandes capos, sino en una historia de nunca acabar, donde el monstruo de mil cabezas es una realidad absoluta.
    Del joven casi treintañero de aquellos tiempos, seguro que la solución a la desde entonces creciente problemática del estado y el país era un ejercicio pulcro, directo, decidido de la buena política hoy se observa a un hombre de 53 años, a punto de llegar a lo que ninguno de sus paisanos ha logrado, por muy cerca que presumieran que se habían quedado en el camino: la candidatura del PRI a la Presidencia de la República.
    Y sí, es real la encuesta que hace algunos meses lo colocaba a la cabeza no solo en la intención del voto al interior de su partido, sino de toda la ciudadanía: Miguel Ángel Osorio Chong mantiene la cercanía con los que lo consideran par, salido desde abajo y por lo tanto no ajeno, no desconocido entre los que viven en los rincones con más alta marginación del país mismo. Pero también, y una señora con suéter naranja sentada a mi lado no me dejará mentir: opinan que es “¡bien cabrón!”, es decir que no se echa para atrás, no le da vueltas al asunto y un Presidente así es el que necesita un país convulsionado.
    Siempre me quedaré con las ganas de preguntarle si todo ha valido la pena, si mirar con nostalgia la ciudad donde nació y lo vio despreocupado mirar al futuro, no hubiera sido un mejor escenario donde se viera con sus amigos de esos tiempos y simplemente seguir el paso del tiempo.
    Pero a lo largo de estos últimos casi seis años fue enviado día a día a la arena del Coliseo que es el país, a pelear un día con felinos de dientes y garras afiladas, otro con uno en especial que lograba burlar al cancerbero… y así hasta el infinito.
    Debe ser asunto de mirar la construcción misma de la historia, ser testigos de acontecimientos que difícilmente habrán de repetirse en una entidad como la nuestra, lo que lleva a pensar una vez más en el poder, consustancial a la vida humana, en la real y mitológica.
    Osorio Chong ha salido cada mañana al reto cotidiano que obliga a repetir la frase, “Ave, Caesar, morituri te salutant” (Salve César, los que van a morir te saludan). Y todas las veces, ha regresado al refugio de los gladiadores para esperar la noche y volver, una vez más, a la arena del Coliseo cierto de que siempre puede ser la última.
    Por eso, a la vuelta de la esquina, saldrá con vítores, abrirá la puerta del foro y se despedirá de una multitud que durante casi seis años lo ha visto estar dispuesto al sacrificio mismo, porque la lealtad lo implica. Y la lealtad, el reto diario, lo conducirá directo, sin duda alguna, al lugar donde uno solo entre miles llega. Uno solo.
    Y él será. De eso no tengo la menor duda.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
Osorio Chong ha salido cada mañana al reto cotidiano que obliga a repetir la frase, “Ave, Caesar, morituri te salutant” (Salve César, los que van a morir te saludan). Y todas las veces, ha regresado al refugio de los gladiadores para esperar la noche y volver, una vez más, a la arena del Coliseo cierto de que siempre puede ser la última.
    Por eso, a la vuelta de la esquina, saldrá con vítores, abrirá la puerta del foro y se despedirá de una multitud que durante casi seis años lo ha visto estar dispuesto al sacrificio mismo, porque la lealtad lo implica. Y la lealtad, el reto diario, lo conducirá directo, sin duda alguna, al lugar donde uno solo entre miles llega. Uno solo.

    
    

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