Zapotitlán de Méndez

PEDAZOS DE VIDA

Zapotitlán de Méndez,  es un pueblito que aún es pueblito, un lugar dónde los tentáculos de las tiendas comerciales no han llegado, el mismo en el que en las noches no hay bares ni vida nocturna de esa que vuelve loca a la gente. En cambio hay un paraíso que se levanta por sí sólo, sin la mano del hombre. Un lugar que te embriaga con el aroma a humedad y vida, y que te hace bailar ante la calidez de su gente.

El río
Ahí pasa un río que siempre habla al chocar su cuerpo de agua contra las enormes piedras, una marcha eterna de líquido a veces limpio y otras, cuando cae el cielo, turbio. Pero  que siempre es motivo para contar historias: de quienes se han ahogado, de las pozas infestadas de víboras en sus orillas, de lo que se ha llevado, de cuando han sido las grandes inundaciones, de cuántas veces ha intentado salirse de sus bordes, etc. Así es el río en Zapotitlán, un murmullo por las noches y un caudal en el día.

La noche
En pleno corazón del pueblo, se generan las noches serenas en dónde surgen conciertos inolvidables que, en plena oscuridad, da la orquesta de la naturaleza. Noches apenas manchadas por la maquinaria de un reloj. Y entre los silencios, a distancia, se escuchan los saludos de la gente antes de meterse a casa, para tomar café, comer pan, e irse a dormir.

El día
Los días en Zapotitlán están llenos de gente que a pesar de todo sonríe y regala esa mirada de esperanza que llena de pena y envidia  al creído citadino.  Son días de trabajo, de rutina, de constante movimiento, pero sobre todo, de historias que pueden contarse al más puro estilo Rulfiano, así son los días en este mágico lugar. Con sus cantinas, sus mercados, y todo el paisaje que se puede apreciar apenas se asoma el sol como llamado por el sonido de los gallos.

La gente
En este lugar de ensueño, existe la gente que no se olvida de sus raíces, por qué las frondas aún no están muy retiradas del piso. La misma que honra a sus muertos y que al término del año de fallecimiento de sus familiares hacen sus misas y luego sus grandes comidas.
“Gracias por acompañarnos”, les dicen a sus invitados, en tanto los mariachis no dejan de tocar. Hay música pero no se baila, hay luto, hay respeto por quién ya no está, pero sobre todo hay esperanza de que ha pasado a mejor vida.

Las mujeres andan por las calles sin más suelas  que las propias plantas del pie, a veces entre los dedos se percibe la cuarteadura de la piel que se hace una con las costras de tierra que hay en los caminos. Sin zapatos las mujeres caminan entre lodo, tierra seca y piedras de río, iluminadas por su ropa de sol tatuada de flores amarradas con hilos de color, y un quexquémitl de tela casi transparente.
Mientras que los hombres, se cubren con impecable manta y calzan huaraches, sin olvidar los machetes al cinto enfundados por la piel curtida para evitar posibles accidentes, el machete es la forma de andar, de abrirse camino y muchas veces la herramienta de trabajo.
Otra parte de la población es más sofisticada, sin embargo el corazón permanece, las miradas de agradecimiento se reflejan en los otros, y el respeto a todo es indispensable para continuar.

Related posts