LAGUNA DE VOCES

* Destino es vida

De algún modo u otro, todos intuimos que el paso del tiempo empieza a colocarnos en el lugar que nos toca. Ni más, ni menos; ni justo, ni injusto. Simplemente el espacio que construimos a lo largo de la existencia, de tal modo que reclamara al destino es poco menos que una sinvergüenzada, porque este solo se limita a dar certeza a los encuentros que fundamentaron lo que hoy mismo somos, y por eso los atesoramos, desde el instante luminoso en por razones misteriosas decidimos no subir a un autobús, pero que al final de cuentas nos permitió conocer a la persona que amamos.
    En esos casos el destino es real, y no es producto de una sola acción, sino de cientos, a veces miles, que por eso se convierten en algo milagroso, al grado de bendecir lo que en un principio tenía toda la apariencia de un hecho lamentable en nuestra existencia: una enfermedad (no mortal por supuesto), un accidente, un pie que necesitó de muletas para funcionar, y así hasta el infinito.
    Sin embargo es otra cosa cuando hablamos de la conclusión de la existencia simple y llana, la que a golpes de trabajo cotidiano, o todo lo contrario, labramos para ser lo que hoy mismo somos, cuando la edad rebasa los 55 años y la expectativa es que con mucha suerte a lo mejor nos trepamos en la historia de los que parece que nunca se irán… aunque al final lo hacen.
    Todos tuvimos sueños de grandeza, de esa que nos situaba antes de los 30 en un país lejano en el arte de contar la historia humana en letras, música, pintura, o cualquier arte que vimos como puente necesario a la inmortalidad.
    La vida que fabricamos hora a hora, nos trajo a la realidad en que aprendimos a querer lo que hicimos, a querer con toda el alma el camino que nos llevó durante décadas al trabajo en el centro de Pachuca. Y no, no era un paisaje de otro mundo, pero al final el nuestro, el que nos extrañaba cuando tomábamos otra calle ajena a la acostumbrada.
    Pequeñas cosas que un tiempo maldecimos se hicieron la estructura que acabó por dar sentido a la vida, y el aire malhumorado pachuqueño se hizo entonces una bendición, el mismo carácter huraño de sus habitantes y los domingos en la tarde cuando todo parece haber muerto.
    Igual llegaron momentos de profunda tristeza, cuando nos asomábamos a lo que tal vez (en una de esas) pudimos haber sido, y escuchábamos noticias de contemporáneos que hacían realidad el sueño de caminar a lo orilla de ríos que se habían quedado a vivir en nuestros sueños.
    Y sin embargo, llegada la calma, empezamos a bendecir cada trecho del camino que nos llevó a conocer la sencilla pero única y vital sensación de ser queridos, de pertenecer, de formar parte de un engranaje que sin nuestra presencia necesariamente habría colapsado.
    De tal modo que no fue el destino culpable de nada, como no sea de los momentos que casi mágicos dieron sentido a todo. Pero lo demás, hoy lo sabemos, tuvo como origen un ejercicio diario de decisiones, que parecerán siempre equivocadas si no paramos un rato el camino para encontrarle el camino que pusieron a la mano.
    Ahora que lo comprendo, Pachuca es el único lugar donde muchos que llegamos de otras tierras, empezamos a comprender la importancia de pertenecer, de sentir que una larga travesía llegaba a su final cuando la ciudad del viento, de las calles diminutas de su centro histórico, nos dieron cobijo y un sentido real de que el mundo nos pertenecía porque le pertenecíamos al mundo.
    Eso cambia las cosas.
    Y da un carácter vital al destino, que somos, que gustosos le damos la mano y nos damos a la tarea de bendecir cada instante que creíamos trágico, pero que al final resulta todo lo contrario.
Por eso hace poco que me quedó un pie como hilacha de marioneta, hoy estoy seguro que fue el destino, pero el bueno, ese que cobija amorosamente el instante único y vital en que empezamos a ser parte de la vida.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico

@JavierEPeralta

CITA:
La vida que fabricamos hora a hora, nos trajo a la realidad en que aprendimos a querer lo que hicimos, a querer con toda el alma el camino que nos llevó durante décadas al trabajo en el centro de Pachuca. Y no, no era un paisaje de otro mundo, pero al final el nuestro, el que nos extrañaba cuando tomábamos otra calle ajena a la acostumbrada.

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