LAGUNA DE VOCES

 •    Escuela para guardar recuerdos


Al ser humano lo rodean fantasmas que por necesidad son recuerdos y el más claro indicio de que la vida es una oportunidad para conocerlos, antes que llegue el momento en que todo sea tarde y acabe convertido en uno de ellos. Eso pasa con los que mueren en deuda con la existencia: se convierten en sombras, no por eso terroríficas, pero sí necesitadas de una guía que les permita llegar a un lugar que saben está por algún lado pero que no encuentran.
    Debe ser por lo mismo una obligación empezar a buena edad, la difícil tarea de ordenar cada una de las memorias en que se quedan guardados los capítulos de la vida, al menos los más importantes, para darles una coherencia, una lógica que explique en un momento determinado lo que se pudo hacer en la oportunidad única de pasearse por el mundo.
    Está claro que cuando se habla de una deuda con la existencia no es cuestión de bondad, de un buen comportamiento según los cánones que acostumbramos inventar. No, es fundamentalmente con uno mismo por no haber decidido nunca caminar el sendero que miramos con emoción, con deseo profundo, pero que dejamos para otra ocasión, como si llegado el momento de partir pudiera ser concedida una nueva oportunidad.
    Tiene mucho que ver con lo que dejamos de decir, de hacer, de escribir y disfrutar. Porque vivir empeñados en el sufrimiento y el castigo es un fastidio para quien debe juzgarnos, si es que hay un jurado en alguna sala celestial. Tampoco en el gozo descarnado y capaz de lograrse a costa de otros.
    Es más ligado al cariño que cada día podemos dar para esperar también nos sea brindado. Es un asunto sencillo, pero que de tan sencillo lo olvidamos, porque hasta los 40 años nos empecinamos en la construcción de proyectos del tamaño a las nubes, de largo aliento cuando sabemos que con mucha suerte de por medio, apenas si nos hará llegar al final de la calle. Es un decir por supuesto.
    Algunos derivan en propalar a los cuatro vientos el deber de ser felices, y aunque tengan razón, tampoco puede ser lema de campaña alguna. Es asunto personal, logrado en la soledad absoluta del que mira el trecho que le queda, y se da cuenta que todo lo vivido tiene un sentido siempre y cuando lo aplique cuando se ha llegado el tiempo.
    Los fantasmas se convierten en algo palpable si arrumbamos los recuerdos en lugares sin luz y pierden su sentido de ser. Nos guste o no debemos empezar una tarde de lluvia como las que hoy se suceden una tras otra, el difícil pero vital trabajo de comprar una máquina que hace tiras los papeles que queremos hacer imposibles de leer para husmeadores profesionales, y dejar que haga pedacitos lo que necesariamente debe ser olvido.
    Es imposible querer conservar todo lo que se ha vivido, porque el arte de vivir consiste fundamentalmente en dar certeza de la existencia con lo que le dio un sentido profundo, real, tan constante que ninguna máquina puede desaparecerlo.
    Lo demás tiene que irse, porque esa es la razón de que a veces existan fantasmas doloridos que sin quererlo hacer nos espantan.
    De alguna manera nos quedaron a deber un manual para guardar recuerdos. Porque pasado el tiempo hacemos simplemente lo que podemos para ordenarlos, mandar a la trituradora los que son memorándums inservibles plagados de fracasos repetidos hasta la saciedad, pero que luego roban espacio para lo realmente valioso.
    A veces se empieza tarde esa tarea fundamental, y el resultado es que a la vuelta de la esquina ya andamos convertidos en fantasmas. Por eso será necesario dar vida a una escuela de los recuerdos, no para contarlos, sí para saber qué hacer con ellos, cómo ordenarlos y sean prueba clara de que si en una de esas nos cae la obligación de ser los que se aparecen a los vivos, que sea por un tiempo corto, en tanto deciden enviarnos a otra parte.

Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
@JavierEPeralta

CITA:
A veces se empieza tarde esa tarea fundamental, y el resultado es que a la vuelta de la esquina ya andamos convertidos en fantasmas. Por eso será necesario dar vida a una escuela de los recuerdos, no para contarlos, sí para saber qué hacer con ellos, cómo ordenarlos y sean prueba clara de que si en una de esas nos cae la obligación de ser los que se aparecen a los vivos, que sea por un tiempo corto, en tanto deciden enviarnos a otra parte.
    

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