A un año de Nochixtlán

Conciencia Ciudadana

El apoyo de una buena parte de la población de Nochixtlán a los mentores, fue respondido por las autoridades con un operativo que hasta los observadores y la prensa extranjera calificaron como excesivo

Han pasado tantos acontecimientos en nuestra vida nacional que la masacre perpetrada en Nochixtlán, estado de Oaxaca da la impresión de haber sucedido hace años,  aunque fue apenas hace uno que la muerte y la violencia alcanzó a  los inermes habitantes de esa población oaxaqueña sometidos a la embestida de las fuerzas federales y estatales enviadas a reprimir su solidaridad con las protestas protagonizadas por los maestros pertenecientes a la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) contra la reforma educativa y las medidas administrativas y laborales a las que ellos consideran lesivas de sus derechos laborales.
El apoyo de una buena parte de la población de Nochixtlán a los mentores, fue respondido por las autoridades con un operativo que hasta los observadores y la prensa extranjera calificaron como excesivo y contrario a los derechos humanos y al tratamiento con que las fuerzas del orden deben responder a esta clase de involucramientos de la población civil.
Perseguidos y abandonados a su suerte por los legisladores y partidos políticos y desdeñados por los medios de comunicación y la sociedad mexicana, así manifestaron sentirse desde entonces algunos nochixtlecos desde aquél día y aquella noche del 19 de junio de 2016, en que se convirtieron en el blanco del fuego dirigido por las fuerzas represivas desde tierra y aire, pues en el operativo participó un helicóptero desde el cual se disparó sobre la inerme población.
Es por esa forma salvaje de enfrentar las inconformidades sociales, que el sentimiento de indignación social cunde entre sectores hasta ahora marginados de la vida política y cuyas consecuencias políticas se hicieron patentes en las pasadas elecciones en Nayarit, -Coahuila y el Estado de México, cuyos resultados demuestran que la paciencia popular ha llegando a su límite.
 Sin embargo, quienes dirigen el país no dan muestra alguna de reconsiderar su conducta, insistiendo en calificar como temas de seguridad problemas cuya causa fundamental se encuentra en el abandono del bien público en aras de proteger los intereses de una reducida elite a la que, en sentido contrario de los habitantes de Nochixtlán y otros olvidados sitios de nuestra geografía nacional, se le consiente y mantiene protegida.
El colmo de este absurdo se hizo patenten en el encuentro de la Organización de los Estados Americanos celebrado en Cancún Quintana Roo, donde los presidentes de la región, se reunieron con el propósito de obligar al  presidente venezolano Nicolás Maduro a aceptar las elecciones exigidas por la oposición política volcada en las calles en su contra.
Resulta una paradoja que sea  México, donde las manifestaciones populares son reprimidas brutalmente y las víctimas no alcanzan siquiera a contar con la atención mínima de las autoridades civiles y judiciales o de los derechos humanos,  el país  que,  sin pudor alguno encabece la embestida contra un gobierno que, por lo que se sabe, nunca ha sido cuestionado por la legitimidad de su elección; pero al que se le vuelca encima la presión de un Donald Trump de EU, un Mauricio Macri de Argentina o un Michel Temer de Brasil,  mandatarios cuestionados por sus pueblos y acusados ante la justicia de sus propios países. En Cancún hizo falta escuchar la voz de los habitantes de Nochixtlán para saber si, igual que aquellos, el gobierno mexicano cuenta o no con la autoridad moral para prestarse a intervenir contra un gobernante de cuya suerte solo corresponde decidir a los propios venezolanos.
 

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