LOS QUE SE FUERON: MIS AMIGOS, MI PADRE…

En la voz de Alberto Cortés, San Inocente Zúñiga Mercado le dio a su compadre Venancio Contreras Plata su testamento poético: dos inmensas canciones tituladas “A mis amigos” y “La Vejez”.

 

Será que “agazapada en cualquier esquina” o “cómodamente instalada en el fondo del espejo cotidiano” La Vejez nos sonríe con su rostro oculto tras las arrugas y con la expresión ingrata de su boca desdentada.  Cada día nos parecemos más a ella.  Los amigos, héroes de mil epopeyas bohemias, plagadas de juveniles errores… “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.  Algunos, purificados por el fuego final se fundieron ya en la energía del cosmos; otros continúan un proceso integrador con la madre tierra: “Polvo eres y en polvo te convertirás”.

 

En vísperas del Día del Padre, sin respetar el orden cronológico de su desaparición cito: mi compadre Aurelio Herrera García, zacatecano de una pieza, que en su breve paso por Pachuca, supo sembrar amigos y padrinos para sus hijos antes de irse a vivir en Manzanillo, Colima, donde murió frente a la inmensidad del mar en un dorado crepúsculo.

 

El Médico Lorenzo Pérez Peña, mi vecino, amigo y pediatra (de mis hijos y de mi nieto) durante más de treinta años.  Fanático de las corridas de toros, el futbol y las canciones de Agustín Lara.  Alburero de los buenos, Maestro emérito de la Escuela de Medicina de la UAEH y consumidor irredento del aristocrático “Bachardón, le Blanche”.

 

San Inocente Zúñiga Mercado.  Hizo de la Bohemia una religión.  Ocurrente, simpático con gran vena de escritor, guitarrista, cantante y lo mejor de todo: amigo incondicional, en las buenas y en las malas.  Chencho, con seguridad estará cantando en otro mundo, aunque no exista.

 

Día del Padre: producto de la mercadotecnia consumista es, sin embargo fecha propicia para la reflexión y la nostalgia.  Se fueron…  ¿Nos volveremos a ver?  ¿Tendremos que conformarnos con el recuerdo? ¿Los esfuerzos que algunos seres humanos hacemos por trascender, son inútiles?  Hasta ahora ninguna de esas preguntas tiene respuesta fidedigna.  Ni se afirma ni se niega.  Hasta aquí llegamos, por ahora.

 

Aunque falleció en febrero del dos mil diez, la figura de mi padre no se separa de mí.  De manera consciente no tengo grandes remordimientos; creo que, en lo sustancial, no falle como hijo; sin embargo muchas cosas hermosas quedaron en el tintero; no se expresaron a tiempo y los días del padre, son motivos para llevar una flor al camposanto.

 

Cuando los muertos se recuerdan, reviven.  Se fueron pero están aquí: en los sueños, en los rincones de la casa familiar, de día y de noche aparece simbólicamente.  Mi padre no es un fantasma; es parte del paisaje.

 

El primer recuerdo que de él guardo en mi conciencia, no es nítido, mucho menos objetivo.  Las múltiples lecturas dentro del realismo mágico y otras corrientes literarias me hacen visualizarlo como un Pedro Páramo, en versión bondadosa: un  hombre muy grande, fuerte, impecablemente vestido al estilo campirano, siempre celoso de la buena salud, apariencia y educación de su caballo, así como de la limpieza reluciente de sus armas (pistola y escopeta de cacería)  me recuerdo en ancas de un alazán, abrazado a su poderosa cintura, con la seguridad de un mítico centauro.

 

Querido, respetado por sus peones (a quienes trataba de igual a igual), era bebedor fuerte, respetuoso de la amistad y valiente sin alardes.  Parco de palabra; “La Profe” y yo escuchamos pocas ternezas pero sus ojos se llenaban de agua al mirarnos, lo mismo que cuando se terminaba la jornada de trabajo y la milpa florecía.

 

Después algo pasó: mi madre, con espíritu de Maestra se fijó como prioridad mi educación.  A los diez años dejé el pueblo para estudiar la secundaria.  En ese período el cielo se volvió avaro, las nubes se tornaron estériles, las tierras, antes rebosantes de maíz, fríjol y cebada, ahora se confundían con el paisaje típico del Valle del Mezquital: sequía, pobreza, ausencia del principal satisfactor en el campo: ¡Agua!

 

Ahora que proliferan los pozos, seguramente las nuevas generaciones creerán este relato, fantasía.  No es así.  Sin energía eléctrica, sin carreteras, sin automóviles, bajo la luz de una vela, las cosas no son tan fáciles.  Aún así la vida de un niño en su pequeña comunidad tenía sus atractivos.  ¡Qué contento me sentía acompañando a mi padre a cazar conejos y codornices!  Fui testigo de su extraordinaria puntería.  Cómo disfrutaba al buscar gusanos de maguey en junio y juntar chinicuiles, durante las lluvias de septiembre.  Los escamoles, hoy tan caros, eran el platillo de los más pobres, sólo en temporada (no había refrigeradores).

 

En fin, dice el lugar común que recordar es vivir.  De pronto el hombre en plenitud se transformó en anciano.  Con pura fuerza de voluntad dejó de beber pero no de convivir.  Después de un largo periodo de agonía, la vejez me lo quitó.  En donde esté, seguramente goza con la paz de los hombres buenos.

 

Muchos amigos de todas las edades y clases sociales recuerdan a “Don Genaro Gutiérrez”, “El Tío Genaro”, “Don Genarito”…  MI PADRE, a quien procuro honrar en este día y en todos los que me queden de vida.

 

Junio, 2017.

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