DE FANTASÍAS Y REALIDADES.

 “Los amigos te hieren con la verdad
para no destruirte con la mentira”.

Adagio popular.

Recientemente la literatura y el cine, conciben entre sofisticados efectos que la ciencia y la tecnología permiten, los más espeluznantes escenarios en los cuales ficción y realidad comparten una visión optimista

Un mundo de belleza y artificio: inmutable, inalterable, permanente, eterno… sueño de poetas que se hace realidad, donde todas las noticias son agradables, sin críticas ni periodistas asesinados…  Paraíso sin frutos prohibidos ni serpientes que inciten a cometer pecados inexistentes…  Con ricos y pobres en armonía, cada uno contento con su realidad, sin luchas de clases ni revoluciones ¿Éste sería el máximo sueño de la humanidad?

Profetas, filósofos, científicos, novelistas y cineastas en diferentes épocas, dejan testimonio de estas concepciones.  Platón creó en el “Topos Uranos” el mundo de las ideas, arquetipos ideales de objetos que, de manera imperfecta llegan al mundo real.  El concepto “amor platónico” es ése, la pura idea, ninguna realidad que proporcione placer por medio de los sentidos.

En la Edad Media, San Agustín describió en términos generales “La Ciudad de Dios” y Campanella “La Ciudad del Sol”.

Durante la transición al Renacimiento, Tomás Moro nos condujo a la Isla de Utopía; concepto que generaliza hasta nuestros días la idea de perfección inalcanzable en cualquier esquema de gobierno.

En la primera mitad del Siglo XX, el británico Aldous Huxley, en su célebre novela, “Mundo Feliz”, ya responsabilizaba a computadoras, matraces, probetas y otros instrumentos, de producir en serie y clasificar por categorías a los seres humanos.  Todos nacerían con un destino prefigurado, fatal, pero feliz, sin las cargas ni responsabilidades que la libertad trae consigo.

Recientemente la literatura y el cine, conciben entre sofisticados efectos que la ciencia y la tecnología permiten, los más espeluznantes escenarios en los cuales ficción y realidad comparten una visión optimista.

Por regla general, el pueblo evita conocer la verdad porque suele ser dura y desagradable; invocarla como bandera de lucha puede llevar a la ira a la desilusión, al linchamiento de un líder.

Pocos son los estadistas como Sir Winston Churchill, quien tuvo el valor para decir a su pueblo, en medio de la Segunda Guerra Mundial: “No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor”.  Así, con base en la realidad, supo consolidar su liderazgo.

Los hombres de poder, a semejanza de los dioses, también exigen cuotas de rezos y oraciones a un pueblo sometido, acrítico, arrodillado…  Los poderosos se nutren con lisonjas.  A ningún monarca, presidente, gobernador, alcalde, e incluso titular de un cargo menor le gusta escuchar algo que contradiga sus deseos.  Históricamente, al portador de malas noticias se le cortaba la cabeza.

La dependencia dialéctica entre obediencia y mando, genera dos tipos de mentiras piadosas: primera, el pueblo adula a su gobernante, mientras tiene el poder.  Lo colma de adjetivos; le inventa atributos, como el Quijote a Dulcinea, para después denostarlo y llevarlo hasta la crucifixión política y social.  Segunda, el gobernante adula a su pueblo, mediante la demagogia, la promesa de un futuro mejor e, incluso (con ayuda de la religión) la expectativa de una vida feliz después de la muerte.

La fantasía con base científica movió a Colón para descubrir (accidentalmente) América.  Pizarro llegó al Perú, por buscar “El Dorado”, la prodigiosa ciudad de oro; Ponce de León encontró la Florida, en pos de una fuente de juventud eterna.  ¿Ambición?  ¿Pragmatismo?  ¿Poesía?  ¿Las tres cosas?

Sin duda, la vida sin ilusiones, no tendría sentido (¿No es verdad, AMLO?) Se siente bonito, al comprar un boleto de lotería; cuando se usa un Rolex, evidentemente clonado, o se busca un tesoro al final del arco iris; extremo que se aleja mientras uno más se acerca.

La luna y las estrellas, por ser inalcanzables, son los tesoros que ofrecen los seductores para lograr libidinosos propósitos.

En conclusión la felicidad no es un estado permanente del cuerpo o del espíritu; son efímeros momentos en los cuales la realidad y la ilusión se conjugan.  Hay que reconocerlos, valorarlos y disfrutarlos.

En torno al tema escribí el siguiente

SONETO:

La mentira es belleza y artificio,
Fuego para nutrir la fantasía.
La realidad es vil comida fría,
Dificultad, trabajo, sacrificio…

Oír mentiras se convierte en vicio
Porque la gente, lo que más ansía
Es no ganar el pan de cada día
Con el sudor y esfuerzo de su oficio.

La verdad, deprimente, pesimista…
Es el mejor, el adecuado foro,
Para un actor, mesiánico y sofista.

Quienes vean su función dirán a coro,
Que el estiércol que tienen a la vista
Dorado brilla, por lo tanto es oro.
Junio, 2017.

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