UN INFIERNO BONITO

EN EL PERSONAJE DEL BARRIO DE HOY:

“El APRENDIZ DE PELUQUERO”

Al muchacho que está en una peluquería y es aprendiz de
peluquero, se le conoce como “El Chícharo”. Realiza muchas funciones: aparte de escuchar las pendejadas del peluquero y de los clientes, barrer los pelos, sacudir con una brocha al cliente cuando lo terminan de pelar, dar bola a los zapatos; eso lo cobra el peluquero. Debe de estar bien vivaracho, mirándole las manos al maestro, sin perder de vista cómo maneja las tijeras y la navaja. A veces hay propina.
“El Chícharo” es muy sufrido, porque la mayor parte del día le dan de coscorrones, le ponen de madrazos, por pendejo, y le mientan la madre para que se ponga abusado. De pago no recibe nada, sólo los conocimientos que le da el maestro.
En el barrio El Arbolito había un montón de muchachos vagos que no querían ir a la escuela, eran muy rezongones con sus jefas, y huevones para hacer un mandado. Una vez Julián se le echó al brinco a su jefa doña Manuela, le gritó delante de sus amigos. La mujer le rompió el hocico y, de las greñas, lo llevó jalando con don Luis, que tenía una peluquería. Era un peluquero que le gustaba de a madre el pulque, y muy enérgico, por eso no le duraban los ayudantes. Manuelita, como castigo por ponérsele al brinco, y con amenazas, lo llevó a la peluquería:
Buenos días, don Luisito, ¿cómo le amaneció?
Muy bien, y a usted, cómo le va Manuelita. Es un milagro que venga a saludarme, siempre se pasa como mula.
 Le vengo a pedir un favor muy grande, espero que no me falle.
 Si es de dinero, ni lo piense, cada día le suben a la canasta básica, y hay tanto pinche greñudo que parece vieja, pero no se vienen a pelar.
¡No! Nunca pido dinero prestado porque luego se quieren cobrar con cuerpomático, y, por mi parte, no le entro a eso. Quiero que enseñe a pelar a este pinche muchacho vago, cabrón. Ocúpelo en algo. Le doy la autorización de que si se pone rebelde, dele un correctivo.
 Híjole, señora, me agarró ahorcado. No tengo dinero para pagarle. En estos tiempos nadie se viene a pelar, prefieren andar como leones africanos, de greñudos, y  trabajo con números rojos. Su muchacho se ve muy rebelde, no me convienen, porque a la primera semana quieren aumento de sueldo, reparto de utilidades, semana de 40 horas, vacaciones, Seguro Social, e Infonavit.
No me la haga de tos, don Luis; no quiero que le pague, ni un  solo centavo, sólo que aprenda un oficio para que cuando sea grande, no se parezca a su pinche padre, que nada más se la pasa en la cantina, parece que allá le cortaron el ombligo al cabrón.
En ese caso, le atinó usted, Manuelita. Había pensado en buscar un “Chícharo” que me eche la mano. A cambio, le voy a dar todos mis conocimientos de peluquero. De una vez le digo, delante de usted, que se moche con la mitad de las propinas que reciba, para que cuando crezca y forme un hogar no sea codo con su vieja.
 Me parece muy bien, don Luis. Se lo dejó en sus manos, y le doy todo el derecho de darle sus jalones de orejas cuando no le obedezca y se le ponga al brinco.
Bueno, desde este mismo minuto, le dijo que el horario va a ser de 10 de la mañana a las 10 de la noche. Hay que se haga un campito para que se coma la torta que le ponga usted, señora. ¿Voy bien o me regreso?
 Dele chance de las 10 de la mañana a las 5 de la tarde, para que vaya a la escuela nocturna, porque es muy burro. Ya sólo le falta rebuznar. Pero los sábados y domingos, de 10 a 10.
Muy bien, señora, le pido que hable con el niño para que me respete y me obedezca como si fuera su padre. Porque todos los muchachos se han vuelto Rebeldes sin Causa.
Julián, de 12 años, se lo quedó mirando y le dijo:
– ¡Mi padre! Mejor Burro.
La señora le dio un coco, que sonó hueco:
 Cállese el hocico, respete a su maestro. Hay se lo dejo en  sus manos. Cualquier queja, vaya a decírmela y vengo a madrearlo públicamente.
 Ándele, señora, yo me hago cargo del muchacho. Le prometo que en unos años, su hijo va a ser el rey de la tijera.
La fémina se alejó y el peluquero puso a Julián en chinga loca:
Agarra la escoba y barre perfectamente el local, que no quede ni una sola greña, limpias espejos, las sillas, el sillón. Ahorita vengo, voy a tomarme una cervecita, como ya comienzan los calores da mucha sed. Si cae un cliente me vas a avisar.
La cantina se encontraba a media cuadra de la peluquería. Cuando se fue el peluquero, Julián “El Chicharito” se puso a limpiar los espejos, entrando una señora que le preguntó:
¿No está el maestro?
 En un momento lo llamo, siéntese por favor. Ahí hay revistas, écheles un ojo mientras viene.
La mujer llevaba un niño de tres años, muy chillón, tal parece que le estaban retorciendo el pescuezo. Llegó corriendo el peluquero, preguntándole:
¿Para qué soy bueno, señora?
 Por favor, maestro, quiero que le corte el pelo a mi muchachito, le ha crecido mucho, ya parece niña.
En menos que canta un gallo, lo voy a dejar como muñeco. Siéntelo en la tabla que está arriba del sillón.
El niño lloraba muy fuerte y aventaba manotazos y patadas a su jefa. No se quería sentar. El peluquero, muy amable, lo acariciaba y le dijo:
 No llores, nene. Te voy a cortar tus cabellitos para que no parezcas niña. Vas a quedar como los policías, pelones.
Por más que el peluquero quería agarrarlo, el niño lloraba más fuerte, y le dijo a la dama:
Vaya a la tienda, señora y cómprele una paleta para que no chille y se deje pelar, no vaya a ser el pingo y le moche una oreja.
Cuando se salió la señora el peluquero agarró al escuincle, lo sentó a la fuerza y le dijo muy enojado:
Cállate el hocico, pinche escuincle chillón, porque le mocho las orejas con las tijeras. A ver, cabrón, ¿qué es lo que le pasa?
El niño se lo quedó mirado con mucho miedo, se limpiaba las lágrimas y se quedó sin moverse. Llegó la fémina corriendo y le dijo:
– Aquí traigo la paleta, maestro.
– Ya no hay necesidad, señora, todo está bajo control.
Pasaron los días, las semanas y los meses. Cuando el peluquero pelaba a algún cliente, El Chicharito estaba muy buzo, y le explicaba:
Cuando los veas muy greñudos comienza a cortarles de lo más abultado, le metes el peine con los dedos cortándole las puntas.
Había veces que “El Chicharito” se distraía y recibía un endemoniado coco, que su cabeza sonaba hueca. Y entonces se le ponía al brinco al peluquero:
¡Ora! ¿Por qué me pega?
 Para que te pongas más abusado, cabrón. Las explicaciones yo las cobro muy caras, y tú las desaprovechas. Me cay que me duele que no me pongas atención a lo que te digo. Porque cuando yo me muera no vas a saber pelar un chile.
El muchacho se lo quedó mirando con ojos de pistola, y le dijo al peluquero:
Le vuelvo a repetir, usted será muy maestro, pero el día que me vuelva a poner la mano encima, le voy a poner en su madre.
A mí no me apantallas, pinche escuincle pendejo, baboso. Vuélveme a decir una palabra mala y te rompo el hocico. Me debes mucho respeto. Yo quiero que tú seas un buen pelucas, en eso debes de poner toda tu inteligencia. Si te pego es por tu bien. Ahora para que se te quite, como castigo, vas a salir hasta las 11 de la noche.
Un día Julián le dijo a su mamá:
Ya no voy con el peluquero. Se sale y se mete a la cantina, porque lo voy a llamar se enoja, y como está borracho, me pega.
Ponte abusado, hijo, quién quite y al pasar los años, llegues a ser un buen peluquero, y me ayudes con algo de dinero para mantener a tus hermanos, que tragan como pelones de hospicio, y tu padre sólo llega por las noches. Nunca trae dinero, y sale con la mamada de que lo asaltaron.
“El Chicharito” ya no le decía nada a su jefa, y se salía a la peluquería. Una vez llegó un señor con su niño. “El Chicharito” corrió a la cantina a buscar al peluquero, que lo regañó, lo puso como lazo de cochino porque lo fue a interrumpir cuando se estaba echando una cruzada con su compadre.
Ya ni la chingas, pinche “Chícharo”. Me hablas al tiro y me haces perder una tanda.
Es que lo busca un señor que quiere que pele a su hijo.
A ver, vamos.
El peluquero estaba medio borracho, y le dijo el señor:
 Hay le encargo a mi hijo, por favor, pelelo como sardo. Ahorita regreso.
No se preocupe, déjemelo. A ver, niño, siéntate aquí.
El peluquero le dijo a Julián:
Pélalo tú, quiero saber cómo van tus adelantos en conocimientos. A ver qué es lo que has aprendido. Mientras voy a seguir jugando las tandas. No me tardo.
Al “Chícharo” se le fueron las tijeras, y le cortó por todas partes, dejándolo todo mordido. Cuando regresó el peluquero hasta se espantó:
Pinche “Chícharo”, pendejo, ya le diste en la madre, parece que lo mordió un burro en toda su cabeza. Para arreglar tu pendejada va a estar cabrón.
El peluquero buscaba la forma de arreglar las mordidas de pelo. En esos momentos llegó el papá del niño, y le dijo:
¿Ahora qué mamadas son estas, pinche peluquero borracho?
Déjeme darle una explicación. Yo no fui el que lo peló. Le di oportunidad a mi ayudante y la regó.
¡Chinga a tu madre!
El papá del niño agarró a madrazos al peluquero, lo dejó todo sangrado y tirado entre los pelos. Se paró muy enojado, tomó de la mano al “chicharito”. Le dio una patada en las nalgas y le gritó:
¡Quedas despedido por pendejo!

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