Suicidas, del amor eterno

LAGUNA DE VOCES

Morir de amor es una forma clásica que tienen los enamorados para expresar su dolor ante la pérdida de quien consideran su otra parte, su otra mitad. Puede suceder porque la muerte decidió llevarse a uno, o que la eternidad que debiera durar eternidad, de pronto se esfumó en quien juraba que solo la tumba sería destino para la desdicha de ser olvidado, o de olvidar.
    La vida es un constante viaje a los terrenos donde habitan corazones desamparados, pero que sin embargo incumplen la promesa de morir por la tristeza.
    Algunos sin embargo llegan a la habitación de un motel para partir juntos al paraíso de los que por derecho propio se lo ganaron, tanto que dejaron su vida atrás para confirmar que, después de todo, no todo es asunto de tragedias. Ellos mismos convirtieron el asunto de la muerte en algo de vida.
    Por eso, cuando los encontraron colgados en la escalera que da al interior de donde debían estacionar un auto que no tenían, los encargados se espantaron en un primer momento, pero luego se pusieron a llorar. Se dieron cuenta casi de manera inmediata, que la eternidad del amor eran los dos, y que por esa razón el negocio de lo efímero que nutre la asistencia a los moteles, tarde o temprano los dejaría sin trabajo.
    No son los fantasmas que tal vez un día se aparezcan, sino la maldición de que en el santuario de las prisas, de pronto una pareja había invocado a los amores que se hacen eternos y como tal todo lo que se diga en las decenas de habitaciones terminaría por cumplirse.
    Tardaron en descolgarlos, porque no eran difuntos que causaran miedo. Antes que eso, despertaban una ternura única, escasa, casi inexistente en estos tiempos, y es la que producen los que todavía creen en el amor ya no solo en vida sino en muerte también.
    Por eso la señora de la limpieza que se asomó al estacionamiento interno de la habitación no gritó, no corrió como poseída por el demonio, no dijo una sola palabra. Solo, dicen, se acercó al encargado y le dijo directo: “en el barandal del cuarto… hay dos que se mataron por amor”.
    Lo dijo sin otra intención que explicar cómo una pareja tan joven se había colgado de la escalera. Es cierto, la desesperación, la tristeza, pero hacerlo juntos afirmaba que no concebían la vida uno alejado de la otra.
    El hecho sustancial es que al morir no contaban con más de 25 años, y que la historia de cada uno alguien debería contarla, no con afán morboso de saber el porqué de todo. Lejos de ello merecen que se conozca que un día cualquiera se encontraron y juraron nunca separarse, y tuvieron la seguridad de que no todo es lo que miran los ojos, lo que sentimos, lo que pensamos que sentimos.
    Tuvieron la seguridad, absoluta, de que otro mundo les esperaría, y que por fuerza tendría que ser mejor al que les tocó en suerte vivir, y no pocas veces padecer.    
    Siempre hay cadáveres diferentes, tal vez únicos. Los hay que expresan tranquilidad absoluta. Los hay que no. Los hay  dejan muy en claro que debe esperarse algo más de una realidad que insistimos en llamarla así, realidad.
    Los hay que, como los ahorcados por mano propia, simplemente son el testimonio absoluto de que la eternidad existe, puede palparse con las manos.
    El lugar pareciera absurdo, porque finca el siempre en el lugar donde todo tiende a pasar sin dejar huella. Pero al final de cuentas decidieron que así estaba mejor, que lo efímero tarde o temprano debe transformarse, y que después de todo, como lo dijo el cantante, “el amor es eterno mientras dura”. Para ellos resultó eterno.

Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta

CITA:
El hecho sustancial es que al morir no contaban con más de 25 años, y que la historia de cada uno alguien debería contarla, no con afán morboso de saber el porqué de todo. Lejos de ello merecen que se conozca que un día cualquiera se encontraron y juraron nunca separarse, y tuvieron la seguridad de que no todo es lo que miran los ojos, lo que sentimos, lo que pensamos que sentimos.

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