RETRATOS HABLADOS

Javier Valdez, la unión momentánea de un gremio

El artero asesinato del periodista Javier Valdez, registrado en Culiacán, estado de Sinaloa, despertó por vez primera y en muchos años un sentimiento de unidad serio, real, entre el gremio periodístico, aunque fuera de manera momentánea. La razón puede ser el perfil del compañero victimado, investigador acucioso del narcotráfico en esa región del país, con una capacidad única para la práctica del periodismo narrativo, pero fundamentalmente su calidad humana.
    Javier sabía de antemano que se jugaba la vida en su trabajo, pero asumía ese posible destino sin actitudes de mártir ni mucho menos. Simplemente era consciente del papel que le había tocado desempeñar, ante una sociedad cada vez más atemorizada por los embates del crimen organizado.
    En muchos años no había observado una respuesta tan contundente del gremio, plena de un sentimiento de hermandad, ajena a los consabidos protagonismos que tanto daño han provocado en una profesión que se caracteriza por la desunión de quienes la practican.
    Sin embargo este momento único, que como tal debe ser valorado, pasará igual que todas las buenas intenciones en materia de organización.
    Queda sin embargo una lección plena de vida de un hombre como Javier Valdez, que decidió apostar todo a intentar desnudar lo que hay atrás del negocio del narcotráfico, lo que existe en las raíces del crimen organizado. Queda pues también como un sacrificio que, por desgracia, de ningún modo asegura que estemos ante el fin de la maraña de complicidades que ha hecho crecer la pesadilla que hoy mismo padecemos todos los mexicanos.
    Y por supuesto surge esa pregunta, “¿vale la pena? ¿Vale la pena el sacrifico incluso de la familia por una tarea que con toda seguridad solo traerá como hecho concreto la condena unánime, la indignación de una sociedad acostumbrada a olvidar?
    Para Javier Valdez sí, pero de ningún modo puede ser actitud obligada para todos, mucho menos fruto de las acusaciones que hoy mismo se observan en las redes sociales, donde los imbéciles del anonimato condenan a todos los que no denuncian en sus páginas a los cabecillas del crimen organizado.
    Porque, la verdad sea dicha de paso, el periodismo es sin duda una profesión de riesgo, pero a nadie se le puede exigir que en aras de cumplir con su deber, exponga y ponga en riesgo no solo su integridad física, sino la de su familia, de sus hijos, de sus parientes más cercanos.
    Cada cual deberá tomar una decisión, aquí sí de vida, cuando, como en el caso de Javier Valdez, se decida informar sobre las entrañas del narcotráfico con la intención de que exista una memoria colectiva de un fenómeno que dese hace ya muchos años lastima al país.
    Porque el hoy difunto compañero no dictaba cátedra o parámetros de cómo debe practicarse el periodismo en tiempos violentos. Sabía de la autocensura que se practica como forma de autoprotección, y que en algunos casos opta por no publicar nada sobre el tema, ni bueno ni malo. Actitud que sin duda ha salvado la vida a no pocos periodistas.
    Nadie está obligado a jugarse la vida y la de sus allegados en un escenario desigual, cargado de antemano a favor de los que pueden matar sin recibir castigo. Nadie tampoco a condenar a quienes deciden hacerlo, o lo contrario.
    El hecho es que un hombre valioso para el ejercicio periodístico fue asesinado de manera cobarde y alevosa. El hecho es que el sentimiento de dolor y de impotencia unió, aunque sea momentáneamente, a quienes nos dedicamos a este oficio, profesión, como cada quien quiera llamarlo.
    El hecho es que ya son muchos los periodistas victimados. El hecho es que esto debe parar.

Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta

CITA:
Nadie está obligado a jugarse la vida y la de sus allegados en un escenario desigual, cargado de antemano a favor de los que pueden matar sin recibir castigo. Nadie tampoco a condenar a quienes deciden hacerlo, o lo contrario.

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