HOMO POLITICUS
En el festín de las probabilidades electorales, la detención del ex gobernador de Veracruz Javier Duarte, que para todos y antes de que pidiera licencia para separarse de su encargo, ya era un chancho del peculado y sobre él pendía la sombra de las dudas que el periodismo acrecentaba.
Finalmente, Javier Duarte es detenido en Guatemala y el acto seguido es que el gobierno mexicano lo juzgue por peculado y lo que se acumule, condición que no ha causado mayor indignación en México, ya que estamos tan acostumbrados a la perversión del poder, que Javier Duarte se convierte en uno de esos sainetes de la corrupción e impunidad.
El cálculo de la detención de Duarte se divide en dos.
La primera especulación se presenta en quien o quienes obtienen un botín político de la detención de Duarte y, todo apunta a que no es ni el gobierno federal ni el tricolor, por razones obvias, por lo que las huestes partidistas y gobernantes que estén más limpias podrán lucrar con este evento.
El segundo cálculo, tiene que ver con la restauración del daño; el chancho será freído en aceite hirviendo y, lo más importante, regresará lo que se robó, ambas tesituras son de incalculable valor, al menos, para hacer la pantomima que al estilo de liturgia de honestidad se promueve en todos los medios y por todos los medios de información para terminar en una crucifixión del chancho.
Lo que sigue en picada vertiginosa con la detención de Javier Duarte, es la credibilidad, confianza y probidad de las acciones públicas, cuestión que el ciudadano común pese a no conocer, aspira a que se realice, desea que no le roben su esfuerzo y que la administración del país sea para su provecho y porvenir.
Lo paradójico de la historia de Duarte y el peculado de los chanchos, es que en México la clase de los chanchos no se habrá de extinguir con el caso Duarte, éste será un sainete más entre muchos que habremos de vivir, porque los chanchos se multiplican por doquier si no se limpia el chiquero.
