LAGUNA DE VOCES

Llaves en vasija de Chililico

Herencia de los tiempos en que se construían las instalaciones del periódico donde trabajo, me quedó una vasija de barro hecha en Chililico con más de 60 llaves que en su mayor parte ya no sirven para abrir ninguna puerta, porque la chapa fue cambiada o la oficina que resguardaba desapareció para dar cabida a nuevos espacios.
    Es decir que se trata de artículos inútiles, pero que fruto de una necedad de pensar que algún día volverán a dar vuelta al cerrojo, decidí que bien podrían acompañarme el resto de mi existencia.
    Llevan más de doce años y seguro han perdido toda noción de la función para la que fueron fabricadas, o con toda seguridad adquirieron nuevas habilidades de los fantasmas que las acompañaban en el estudio helado del centro laboral. El asunto es encontrar las puertas que abrirán a la primera, y eso será un asunto muy difícil, que no imposible.
    El estudio helado es eso, un estudio que empezó a congelarse cuando el arquitecto se dio cuenta, demasiado tarde, que nunca le pegaría el sol, y por lo tanto estaba condenado a parecer una cámara frigorífica para almacenar alimentos perecederos en caso de un holocausto nuclear.
    De tal modo que sin querer estamos preparados ante eventuales tiempos violentos que pudieran asomarse a la vuelta de la esquina, aunque está claro que falta hace el búnker a mitad del jardín y a varios metros bajo tierra.
    Tal vez entonces las llaves que no abren ninguna puerta, puedan servir para distraerse con el sonido de metal que las acompaña, en tanto pasa el efecto de las radiaciones.
    Sin embargo en estos tiempos no les encuentro utilidad alguna, si acaso recuerdan que cada puerta que se topa a lo largo de nuestro camino no puede ni debe ser cambiada, mucho menos en su cerradura, porque tarde o temprano maldeciremos a los cielos si queremos escapar.
    Al asunto de las llaves se suma el de las puertas, muchas de las cuales se quedaron guardadas junto a una estructura, igual de inútil, que un vivo se permitió colocar junto a la rotativa con maquinaria inútil comprada con dinero que le birló al director de entonces, que para más señas era yo.
    Abrir el tiempo necesita de una llave, lo mismo que los recuerdos, la melancolía que llega con ellos, el amor, el desamor, la tristeza, y todo eso que siempre acompaña a la vida misma.
    Siempre he pensado que la vida no puede ser tan simple y sin sentido. Que hay una magia guardada desde tiempos inmemoriales, pero que solo se pone frente a los elegidos, al grado que transforma la realidad en un algo imposible de describir, pero que necesariamente no es lo que acabamos por reducir a una cierta aspiración de vida.
    Por eso es que preocupan tanto las llaves dejadas a su suerte en una vasija fabricada por alfareros de Chililico; porque un día cualquiera puede que se transformen en las pociones mágicas que esperamos desde infantes, y den con la clave para que el mundo que conocemos presente su verdadera cara.
    Estaré, por todo lo anterior, pendiente a distinguir la mínima modificación en los dientes de cocodrilo que llevan la clave para abrir puertas.
    No serán simplemente puertas, y eso lo espero de corazón, y será nada más asunto de dar con las puertas que lleven directo a los escondites donde se encuentra, seguramente, el verdadero yo de todos, que se ríe con dientes clanquechos igual que las llaves escondidas por más de 12 años en un rincón del periódico.

Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta

CITA:
Siempre he pensado que la vida no puede ser tan simple y sin sentido. Que hay una magia guardada desde tiempos inmemoriales, pero que solo se pone frente a los elegidos, al grado que transforma la realidad en un algo imposible de describir, pero que necesariamente no es lo que acabamos por reducir a una cierta aspiración de vida.
   
   

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