El desperdicio de alimentos en México

Un crimen con 28 millones de víctimas

El país pierde o desaprovecha más de una tercera parte de lo que produce, mientras uno de cada cuatro habitantes no satisface sus necesidades alimentarias
Siete estadios de fútbol u 800.000 toneladas de pan. 400 albercas olímpicas o más de 1.000 millones de litros de leche. 10 rascacielos de 45 pisos o más de 250.000 toneladas de jitomate. De ese tamaño es el desperdicio de alimentos en México. Más del 37% de lo que se produce en el país se pierde o se despilfarra, advierte la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). Mientras las latas desaparecen de los estantes y las verduras se quedan en los surcos del campo, 28 millones de mexicanos pasan hambre o no satisfacen sus necesidades alimentarias, según datos oficiales.
“Vivimos con una mano adelante y la otra detrás, la ayuda que recibimos es la diferencia entre comer y no hacerlo en un día”, cuenta Ricardo de Alba, de 77 años, uno de los 1,2 millones de mexicanos que subsisten gracias a las donaciones que reparte la red nacional de Bancos de Alimentos. La organización se fundó hace 20 años y se encarga del acopio y distribución de víveres a través de 56 sucursales en el país.
Una fila de 20 adultos mayores espera su turno para entrar a la sucursal de la central de abastos de Pachuca. Son las ocho de la mañana, es el turno preferencial para los beneficiarios de más edad. Una hora más tarde ya hay casi 50 personas, como Catalina Yáñez, de 40 años, que tiene cuatro empleos para pagar las medicinas de su hija de cinco años, o Lidia Hernández, de 36, que ha viajado más de tres horas en transporte público desde la localidad de Téllez para hacer la compra.
11 de la mañana. La hilera ya serpentea con decenas de compradores. La mayoría son amas de casa o de llaves y con ingresos menores a los 500 pesos  por semana. Se someten a un examen socioeconómico para empadronarse y pagan una décima del precio de mercado por despensa.
El almacén está lleno de cientos de hogazas de pan y paquetes industriales de jamón york, grandes bolsas de frutas y legumbres que fueron donados por los comerciantes locales y envases abollados de salsa o vegetales que no llegaron a los estantes de los supermercados por estándares estéticos. Lo que no es digno para unos, marca la diferencia para otros. “¿Vergüenza? Me da más pena no tener que comer”, afirma sin rastro de pudor María de la Luz Ibarra, de 58 años.

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