LAS PALABRAS Y EL SILENCIO

“Las ostras se abren por completo cuando hay luna llena;
cuando los cangrejos ven una abierta, tiran dentro de ella
una piedrita o un trozo de alga, a fin de que la ostra
no pueda volver a cerrarse y el cangrejo pueda devorarla.
Éste es también el destino de quien abre demasiado la boca,
con lo cual se pone a merced de quien lo escucha”.

Leonardo da Vinci.

En un certamen de oratoria, un joven participante aconsejaba: “Más que saber hablar, hay que saber escuchar”.   Ante este planteamiento formulo las siguientes interrogantes: ¿Qué es más importante?  ¿Lo que se dice, o lo que se calla?

La lectura de comprensión y la llamada lectura entre líneas, no sólo se dan en el acto de leer propiamente dicho; cuentan la intención del emisor y la interpretación del receptor en un diálogo escrito, oral y aún mímico.

En el lenguaje educativo,  se ha puesto de moda uno de los tres postulados (que ahora son cuatro), creados por la UNESCO a mediados del siglo XX.  Se habla de “aprender a aprender”; se sataniza la memorización como forma didáctica, y otras ideas metodológicas, con las que los profesores, podemos o no estar de acuerdo.  La memorización, no es mala, cuando se fundamenta en la lógica y en el conocimiento del lenguaje.  El problema es que, los niños aprenden a cantar, por ejemplo, el Himno Nacional, sin que alguien los haga razonar el significado de palabras y enlaces sintácticos que les parecen esoterismos sin sentido: “aprestad, bridón, sonoro, ciña, aras y mas si osare”, entre otros.  Lo mismo ocurre con rezos y oraciones que las diferentes iglesias prescriben.  Algunos mexicanos practicamos el “síndrome del cotorro” esto es; hablar sin razonar; otros, cuando no sabemos qué decir asumimos la actitud reflexiva del búho, para parecer inteligentes, pero discretos y enigmáticos.

Algún biógrafo de un ex Presidente de México, refutado por su discreción y parquedad, decía: “Él no calla por prudencia, sino por pendejura”.

Green pontifica: “La lengua humana es una bestia que muy pocos saben dominar.  Forcejea constantemente por escapar de su jaula y, si no se le adiestra, se vuelve contra uno y le causa problemas.  Aquéllos que despilfarran el tesoro de sus palabras no pueden acumular poder”.  Se dice que el absolutista Luis XIV (El Estado soy yo), en su madurez era hombre de muy pocas palabras; de joven, en cambio, se deleitaba con su propia elocuencia.  Con el tiempo aprendió; se puso máscara para desconcertar a quienes lo rodeaban.  Nadie osaba engañarlo diciéndole lo que quería oír, porque ignoraban qué era.  Los cortesanos, al hablar y hablar, revelaban aspectos de su propia personalidad, secretos que podían ser utilizados en su contra.  Saint-Simón pintaba así al monarca: “Nadie sabía tan bien como él, cómo vender sus palabras, sus sonrisas, incluso sus miradas.  En él todo era valioso, porque creaba diferencias, su majestuosidad estaba en su parquedad”.

En el mismo contexto el Cardenal de Retz, en el siglo XVII, prescribía: “Para un Ministro es más perjudicial decir tonterías que cometerlas”.

Don Luis de Góngora y Argote, dramaturgo y poeta, representante del Culteranismo en el Siglo de Oro Español, de proverbial rebuscamiento en sus palabras y conceptos, antes de publicar, preguntaba a su ayudante ¿Entiendes lo que quiero decir?  Si la respuesta era afirmativa, repetía enojado: “Entonces cambiaré el texto”.

Nostradamus el más célebre de los profetas y astrólogos del siglo XVI fue famoso por las profecías que, en enigmáticos versos, escribió y que hasta la fecha tienen vigencia, como anuncios de asesinatos, muertes y otras catástrofes.  Algunos creen en él, a pie juntillas; otros lo consideran charlatán.  Su estilo oscuro, provoca múltiples interpretaciones.  Famosa es la pifia que cometió al augurar que un personaje de su época viviría noventa años; con trabajos cumplió los veintidós.

La discreción, es recomendable para los hombres de poder.  Mientras más hablen, más se exponen a que la historia los recuerde por sus fallas y errores más que por sus aciertos.  Como aquel ex mandatario de un Estado vecino, que afirmaba gobernar a su pueblo “con pulque y con saliva”.  Una vez pronunciadas, o escritas, las palabras, no hay forma de corregir, ni de evitar sus consecuencias.

A pesar de todo, la verborragia suele distinguir el estilo de algunos gobernantes; quienes hasta contagian a sus esposas, como ocurrió con la célebre “Pareja presidencial”, México 2000-2006.

Por todo lo anterior, hace tiempo escribí el siguiente soneto:

La lengua es una bestia incontrolable
Que frases abundantes y vacías
Es propensa a decir todos los días
Y romper un silencio respetable.

Quien quiera impresionarnos, que no hable.
Es más grave decir dos tonterías
Que cien errores cometer.  Podrías
Callado, parecer impenetrable.

Hiere más la palabra que la espada.
Siempre la burla y el sarcasmo evita,
Hay mil rencores, que el perdón no quita.

Cuida las frases que tu boca grita.
El daño de una lengua incontrolada,
No lo cura el Doctor, ni Dios, ni nada.

Abril, 2017.

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