LA VOCACIÓN ¿UN LUJO?

“Lo más difícil para un ser humano

es descubrir para qué sirve”. 

Sentencia popular.

 

Cierto día un grupo de orgullosos padres trataba de visualizar el futuro que sus infantiles vástagos alcanzarán (¿O serán alcanzados por él?) al cumplirse la presunción fatal (jure et de jure) de su adultez.  “Yo creo, decía el primero, que mi hijo va a ser arquitecto”… ¿Por qué?  Exclamaron al unísono los amistosos interpelantes: porque le gusta dibujar con líneas precisas, tiene clara concepción delarte en el espacio, además de una sensibilidad que hace a sus amigos juzgarlo un tanto amanerado.  “El mío, será médico”, irrumpió un facultativo ansioso de que su presencia fuese notada en el grupo.  Sin dar lugar a mayores interrogatorios completó su dicho: “le encanta observar a la naturaleza”, tiene una gran curiosidad científica.  Así lo prueban, sapos destripados, moscas sin patas y chapulines sin alas.  “¡Ah! En ese sentido, yo creo que el mío será profesor de la CNTE”.  ¿Por qué? Coreo el grupo: porque es respondón, majadero, no se baña, no estudia, no me obedece y aparte exige puntualmente sus domingos, con constantes aumentos, quinquenios, vida cara, aguinaldo…  Si algo le niego, me acusaante su madre de violador de sus derechos humanos, organiza movilizaciones, aunque generalmente él sólo se siente altamente representativo  del proletariado mundial, me pintarrajea la casa, me raya el coche, me bloquea los accesos…  Así brillaron en la pasarela de mexicanos con futuro potencialmente productivo: un periodista, un líder indigenista, un patriarcapolítico, dos porros con esperanza de reivindicación, un sacerdote, un presidente municipal, un dirigente magisterial (del SNTE)…hasta que, el enésimo progenitor que permanecía en prudente silencio, estimulado por las anteriores conjeturas, se aventuró a decir: “yo estoy seguro de que mi hijo será mesero, porque siempre que le hablo, se hace pendejo”.

 

Como se infiere de lo anterior, no siempre el antifaz del amor es capaz de afectar el sentido crítico para juzgar a las nuevas generaciones.  La aspiración de que cada quien se dedique a lo que quiere y sabe hacer con amor, respeto a sí mismo y conciencia de su plena realización personal, es un fenómeno menos común de lo que pudiera creerse.  Los jóvenes, no hay que olvidar, no son productos terminados sino proyectos que se parecen a todos, menos a sí mismos.

 

Al elegir una carrera, como en toda decisión trascendente cuentan las circunstancias; sirvan los siguientes ejemplos: 1.- Casi siempre el joven (o la jóvena) quiere ser médico porque le gusta o porque alguno de sus padres (o los dos) lo es.Aunque, por rebeldía o ausencia de vocación, puede no comulgar con el perfil profesional y la tradición de un clan. El estudiante elige una carrera diferente (un ingeniero entre abogados).  2.- Deslumbramiento juvenil: mi maestro, el licenciado X tiene un carro precioso, viste impecable y es famoso por sus hermosas acompañantes: ¡Yo quiero ser abogado!, diría con arrobamiento el joven discípulo, cuando en realidad a lo que aspira es a tener un carro lujoso, ropa de marca y despampanantes güeras por compañía. “No sé que hace un abogado pero yo quiero ser como él, dirá a la menor provocación”.

 

El momento natural para tomar la decisión llega al concluir la secundaria.  A pesar de sus amplísimas modalidades, la educación media superior, es campo propicio para la reflexión y la rectificación en su caso.  ¿Cuántos hay que abandonan una  carrera universitaria después de los tres primeros años; en el mejor de los casos para iniciar otra, aunque generalmente es para engrosar las filas del sub empleo, con toda su carga de frustraciones y amarguras?  Algo peor aún: el individuo concluye su carrera; consigue alguna “palanca” y logra una plaza idónea a su formación, pero que para crecer exige dedicación y estudio.  Entonces se da cuenta de que no sabe nada; es más, no le interesa aprender, odia su trabajo ¡Se equivocó de vocación!

 

Lo anterior pretende ilustrar un panorama que se repite en la clase media. En los estratos inferiores, las cosas son aún, más dramáticas.  Valgan los siguientes escenarios: 1.- Un adolescente del medio rural, después de terminar la primaria, tiene la prioridad de acceder a la secundaria.  Si no quiere o no lo logra,  a pesar de que existen para ello múltiples opciones, se resignaa vivir su tiempo sin futuro.  Poco tiene de donde elegir: albañil, campesino, brasero, delincuente o “ni ni”.  Prácticamente lo mismo ocurre en el medio urbano.  2.- Si se logra la secundaria y aún la prepa, se amplía un poco el panorama vocacional.  En este sector se ubican, por ejemplo: policías de bajo rango, responsables en las ventanillas de diferentes oficinas y algunos otros que consideran un infierno lo que en realidad es un privilegio: servir a la gente.

 

La sensación de poder, afecta a todos pero de mayor manera a quienes tienen escasa preparación académica. El “síndrome del tabique” produce sus mareadores efectos sin mucho buscarle.  Si Usted, por ejemplo, cambia la vestimenta de un humilde campirano y le pone un uniforme de policía, seguro alterará su conducta; su humildad proverbial se transformará en arrogancia.  Observe el despotismo con que algunas empleadas y empleados de los bancos y en casi todas las oficinas de gobierno, tratan a los modestos usurarios.  Los síndromes del “no hay” y del “venga mañana” pretenden disfrazar las negativas sádicas de estos tránsfugas vocacionales, quienes parecen disfrutar para sus adentros por cada trámite negado: ¡“Que se chingue”!

 

En fin, espero que quienes gozamos del privilegio de hacer lo que nos gusta, nos miremos en este espejo.  Diariamente debemos reaprender a amar nuestro trabajo o a soportar lo que no nos gusta, con estoicismo, con resignación… la gente no tiene la culpa de nuestras carencias vocacionales.

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