UN INFIERNO BONITO

EN EL PERSONAJE DEL BARRIO DE HOY:

“EL PATAS”

Juan “El Patas” era  cuate muy borracho. Todos los días andaba borracho. El pulque se lo tomaba como agua de tiempo. Después se hizo estándar, tomaba de todo. Lo habían corrido de la mina porque era muy faltista. No le quedó más remedio que meterse de albañil. Vivía en una vecindad de la calle de Observatorio, en el callejón de Manuel Doblado 24, del barrio de La Palma, y le gustaba chupar como recién nacido. Amaba el pulque más que a su vieja.
Diario salía de la cantina agarrándose de la pared, había veces que se le terminaba y se iba de hocico. Caminaba un paso adelante y otros atrás, hablando solo, mentándole la madre a quien pasaba. La gente ya lo conocía, en el barrio ni le buscaban bronca, sólo se la regresaban. Era muy conocido en todo el camino por donde pasaba. Algunos decían que era un borracho de profesión. Otros aseguraban que su madre lo parió en una cantina, por eso se la pasaba chupando hasta salir como araña panteonera.
Era un hombre alto, medio gordo, tenía unas pinches patotas como de gringo, calzaba del 32. Decían los cuates que si hubiera tardado más en nacer hubieran salido las puras patas. Una vez nos platicó uno de sus carnales que cuando estaba chiquito se fue de cabeza de una azotea y cayó parado, por eso se le aplanaron. Su señora se llamaba Mariana, y tenía un chingo de chavos. Le decían en la vecindad la coneja. A Juan le valía madre si comían o no. Él sacando para el pulque, para la comida Dios dirá.
Una vez salió de la cantina “El Relámpago” pero súper borracho. Daba un paso para adelante y otros para atrás, haciendo equilibrio con las manos para no caer, parece que andaba agarrando pollos. Con miles de trabajos subió por el callejón, se metió al excusado y se quedó dormido.
Ya era la medianoche y doña Mariana lo esperaba despierta, muy preocupada porque había veces que se quedaba tirado en la calle y pasaban los policías y se lo llevaban a la barandilla, o en otras llegaba descalabrado, raspado o chipotudo por los madrazos que se daba contra la pared o del mulazo que se daba al caer.
La pobre señora lo esperaba sentada como chango, junto al anafre. Cuando escuchaba ladrar a los perros se asomaba para irle a ayudar para que no se fuera a tropezar y se fuera de hocico. Varias veces le había pasado. O también se lo llevaban los policías al bote por mentarles la madre.
Ese día pasaba de la medianoche, el aire soplaba tan fuerte que movía las láminas del techo, los perros no dejaban de ladrar, y la señora se ponía muy nerviosa. Se acercaba junto a una repisa donde tenían un santo a quien rezaba para que el alma que andaba en pena la regresara a madrazos de donde vino. De momento escuchó el aullar de los perros. Ella estaba enterada que cuando lo hacían era porque habían visto al diablo. La señora sintió un escalofrío en  todo el cuerpo y dijo ¡Ave María Purísima! Escuchó unos pasos apresurados, como si alguien corriera. Eso la puso con los pelos de punta.
De momento entró “El Patas” abriendo la puerta de un caballazo, que  tumbó a la señora, y se metió con todo y zapatos a la cama y se tapó la cara con las cobijas. La señora que cayó al suelo levantando las patas. Se levantó como resorte muy espantada, destapó a su viejo borracho. Estaba muy pálido, como pambazo, con los ojos desorbitados, y lo que más le extrañó a su mujer fue que llegó en su juicio, y le preguntó:
-¿Qué te pasó Juan? Por favor respóndeme, no te me quedes mirando así porque me das miedo.
-¡Ay, vieja! Déjame explicarte, estaba haciendo del baño, de pronto vi a un hombre sin cabeza que entró al otro baño.
-¡No mames! De tanto pulque que tragas ves visiones.
-¡Verdad de Diosito lindo, que es verdad! Que te mueras si no es cierto lo que te cuento. Hasta la peda se me bajó. Sentí un  escalofrío, y por el miedo por un pelito me desmayo. Mira mis brazos están como la carne de gallina.
La señora lo miró y le dio escalofrío. Sintió mucho miedo al ver a su viejo Juan, que temblaba como gelatina. Los labios los tenía secos y tartamudeaba al hablar.
-¡Te lo juro, por mi jefecita, que no te estoy diciendo mentiras! Me cae de madre que vi a un hombre sin cabeza.
-¡Madre Santa! Mañana te consigo un escapulario bendito para que el alma que anda penando no se te acerque, pero viéndolo bien, ¡tú tienes la culpa, cabrón! por llegar tarde. Si llegaras temprano no hubieras visto al hombre sin cabeza.
“El Patotas” no podía olvidar lo que vio. Casi lloraba al hablar y, lleno de miedo, se metió otra vez en medio de las cobijas, con todo y zapatos. Los perros ladraron. Se tapó la cara con las cobijas. Le dijo su vieja:
-¡No te espantes, viejo!  Son los perros que ladran. Se espantan por el aire que hace. También  se ven las sombras de los árboles porque los mueve. Párate acompáñame a ver.
-¡Ni madres!
Toda la noche no pudo dormir. Al otro, el “Patas” tenía los ojos de bruja colorados. Se le fue el apetito y estaba muy nervioso, con cualquier ruido se espantaba.
-¡Comete este caldo de pollito! No has comida nada desde ayer.
-¡No tengo nada de hambre!
-¡Voy a ver a tu mamá, le voy a contar lo que te pasó! A lo mejor ella sabe el remedio. A mí se me hace que estás espantado y si no te cura te puedes morir.
-¡No la chingues!
-¡Un día tu mamá me contó que a tu papá lo espantó un pinche muerto! Se puso seco, seco, hasta que se quebró.
-¿Cuándo te lo dijo?
-Un día que estaba de buenas, porque la vieja de tu madre es muy mula. ¿Te acuerdas el día que fuimos al bautizo del hijo del “Chirimoya”? como estaba pedona, me contó varias cosas.
-¡Ujule! A mí me había dicho que mi jefe se murió porque se puso una borrachera de tres días y tomó agua.
-Te lo dijo para que dejaras de tomar. Me cae que tienes el hocico como de chango de tanto tomar pulque y marranilla. Todavía sigo pensando que a lo mejor lo que te pasó fue el Delirio Tremens que tienen todos los teporochos. Hay tienes al Callejas, ve arañas, luego se mete debajo de la cama porque dice que lo andan persiguiendo. Por más que su vieja le pica con un palo, no sale hasta que se le pasa.
-¡Oh, chinga! Que te digo que vi al hombre sin cabeza. ¡No entiendes o te hago entender a madrazos! Yo no soy chismoso.
-¡No te chispes, cabrón! No se te puede decir nada porque luego, luego, te respingas. Ahorita vengo, voy a ver a tu jefa.
-Por ay, si ves a mi maestro le dices que no voy a trabajar por un tiempo, hasta que me reponga del susto. Dicen que eso dura muchos meses.
Doña Inés llegó a la casa de su suegra y en pocas palabras le contó lo que le pasó a su hijo:
-¡Pus así es como le cuento, “Bolita”! Su hijo está más amarillo que un chale. No quiere comer, luego se queda mirando como pendejo, a un solo lado. Le hablo y no me hace caso. A ratitos se queda dormido, brinca como chivo, y despierta sudando.
-Con lo que me dices, mi hijo está espantado, pero no puedo ir a curarlo, me cayó una chamba de ir a guisar en una pachanga, pero mañana temprano, ahí te caigo en tu casa.
-¿Y mientras, qué le hago?
-¡Ponle en la cama una cruz de cal! Compra los espíritus de tomar y se los das como agua de tiempo. Los espíritus de untar se los untas en todas las coyunturas del cuerpo.  Debajo de su almohada ponle una imagen de la Santísima Trinidad. Y en voz alta, resale la magnífica, por si es el diablo que se lo quiere llevar.
Pasaron los días y “El Patotas” empeoraba a pesar de que su jefa, lunes, miércoles y viernes, lo iba a curar. Al mediodía lo sacaban al sol. Cuando estaba cerrando los ojos como los pollos, la señora se echaba un trago de alcohol, se lo lanzaba con la boca, le gritaba fuerte por su nombre, lo envolvía en una cobija y lo dejaban hasta que sudara. Pero eso valía madre porque  “El Patotas” había enflacado mucho, que se le veían las costillas como marimba. No hablaba, sólo pujaba. Todos los esfuerzos fueron en vano. Un día se lo llevó la calaca. En la vecindad nunca supieron por qué se murió. Pensaron que fue por las borracheras.
Una vez doña Inés estaba lavando y escuchó una plática entre dos vecinas, doña Santa y doña Julia.
-Fíjese Julita, que ayer por la noche, algo me hizo mal, me dio diarrea, y tuve que venir al baño. Al entrar, por la luz de la luna vi salir a un hombre sin cabeza, del otro baño. ¡Hay nanita! Por poco y doy el changazo. Grité de miedo, desesperada, espanté a los pinches perros que comenzaron a ladrar. El hombre sin cabeza se acercó a mí y me habló. Del susto me ganó en los calzones. Ya no tenía caso esperarme pero por el miedo, no pude correr. Me llené de valor y le conteste: ¡Buenas noches! Lo vi de cerca y era “El Chicho” el hijo de don Manuel. Como está pelón y hace mucho frío, se había subido la chamarra a que le cubriera la pelona. ¡Qué sustote me dio!
Doña Mariana al escuchar, cerró los ojos, cubriéndose el rostro con las manos y casi a punto de chillar, dijo en voz alta:
-¡Pinche pelón! Por su culpa se murió mi viejo.

Related posts