Imaginen una historia en la que el simple despiste de un encargado de mantenimiento termina arrasando todo un Estado, el de Arkansas, con el futuro presidente de EU, Bill Clinton, entre las víctimas. No es una ucronía, una de esas novelas en las que los nazis ganan la guerra. Es una situación que estuvo demasiado cerca de ocurrir en la realidad por culpa del escaso cuidado que rodeaba a las bombas atómicas más poderosas.
La cinta funciona como advertencia, ahora que Trump tiene en su mano el botón nuclear para un arsenal con casi 2.000 cabezas atómicas desplegadas
La noche del 18 de septiembre de 1980 es cuando todo pudo cambiar. Una noche que sobre todo está tatuada en la memoria de un grupo de jóvenes soldados que rondaban los 20 años cuando custodiaban un silo del misil balístico intercontinental Titan II de Damascus (Arkansas).
Después de un turno de 12 horas, uno de estos muchachos tuvo que realizar una operación de mantenimiento en la máquina de guerra. Mientras cumplía con su tarea en la parte superior del misil, tan alto como un edificio de ocho plantas, una herramienta de tres kilos y medio se le escurrió entre los guantes. Al caer contra el suelo, rebotó y golpeó contra la parte baja del arma, provocando una fuga de combustible y desatando el caos.
“Crees que el manual te va a salvar”, dice uno de los responsables de custodiar ese silo en el documental Command and control, estrenado esta semana en la televisión pública PBS. Pero el manual no decía nada que sirviera para resolver la situación.
No había ni plan A ni plan B para controlar un escenario como aquel. Nadie en la cadena de mando tenía la experiencia necesaria.