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Los gemelos Trump y Assange

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Antes vistos como polos opuestos, el presidente electo y el fundador de Wikileaks son hoy aliados (opinión de John Carlin)

Ninguna sorpresa que celebridades progresistas como Hugo Chávez, Michael Moore, Noam Chomsky, Baltasar Garzón o Pablo Iglesias hicieran cola entonces para proclamar su admiración por Assange. Tan incondicional que cuando Assange se refugió en la Embajada de Ecuador en Londres en 2012 para evadir una solicitud de extradición a Suecia, sus acólitos coincidieron en que Assange no era un prófugo de la ley de un país democrático, sino un asilado político, como si de un disidente norcoreano se tratase.
Desde tiempos de Homero, o quizá desde antes, los seres humanos hemos necesitado héroes, personajes luminosos, intrépidos, casi siempre rebeldes que encarnan nuestros valores en su más ilustre expresión. Los hemos identificado, cada quien según sus preferencias, en figuras como Aquiles, El Cid, Juana de Arco, Napoleón, Lenin, Hitler, Gandhi, Thatcher o Mandela. Hoy hay dos que saltan a la vista: Donald Trump y Julian Assange, pareja emblema de los tiempos confusos en los que vivimos.
Hasta hace poco hubiéramos visto a Trump y Assange como representantes de dos polos ideológicamente opuestos; se hubiera supuesto que sus admiradores pertenecían casi a dos especies diferentes. El presidente electo de EU es un magnate de la construcción que pertenece al ala más derechista del conservador Partido Republicano; el fundador de Wikileaks, el azote del imperio capitalista yanqui, es un héroe de la izquierda internacional.
Hoy resulta que Trump y el australiano Assange son aliados; los admiradores de Trump ahora son admiradores de Assange también.
El fundador de Wikileaks se empezó a ganar el amor de la derecha de EU en plena campaña electoral presidencial el verano pasado. Declaró que utilizaría sus recursos para socavar la campaña de la rival de Trump, Hillary Clinton. Esto fue música para los oídos de Trump, que respondió en un acto electoral: “Amo Wikileaks”.
Hoy, tras su triunfo, Trump cita con aprobación a Assange en Twitter, su medio favorito de comunicación. La semana pasada, en vísperas de su inauguración presidencial, declaró que depositaba más confianza en Assange que en la CIA, el FBI y todos los demás servicios de inteligencia de su país.
En 2010, cuando el mundo político era más previsible, cuando la izquierda era la izquierda y la derecha, la derecha, Trump declaró que las famosas filtraciones masivas de Wikileaks eran “una vergüenza”.
“Creo que se debería imponer la pena de muerte o algo”, dijo en una entrevista. De manera similarmente incendiaria respondió en aquel momento Sarah Palin, la estrafalaria excandidata republicana a la vicepresidencia de EU, la profeta que le abrió el camino al mesías neoyorquino. El veredicto de Palin sobre Assange: “Un antiamericano con sangre en sus manos”.
Palin se refería en aquel entonces no solo al daño personal que le había ocasionado Wikileaks, que fue sustancial, sino a la infinidad de secretos diplomáticos estadounidenses que salieron a la luz gracias a la campaña mediática que Assange había orquestado.