Vuelta a la página

Ha quedado atrás la posibilidad de que nuestra economía crezca a tasa suficiente para generar empleos modernos para el millón de mexicanos que todos los años engrosan las filas de quienes buscan trabajo

Inicia diciembre y el ocaso de este año. Han habido tantos cambios y eventos trascendentes en el mundo y en México que es imposible anticipar con certeza qué traerá 2017. La incertidumbre impide prescripciones firmes e, incluso, atemoriza almas. Sería erróneo restar importancia a la gravedad de la situación económica y política de México, así como soslayar el impacto neto del nuevo gobierno estadounidense sobre México. No tiene sentido hacerlo, pero sí reconocer que la profundidad del cambio representa el fin de una era para México. Debe darse vuelta a la página.
Ha quedado atrás la posibilidad de que nuestra economía crezca a tasa suficiente para generar empleos modernos para el millón de mexicanos que todos los años engrosan las filas de quienes buscan trabajo. Dado el pronóstico de bajo crecimiento para los próximos años (1.9% en 2017), la informalidad tampoco disminuirá. Reducir la pobreza se ha convertido en una quimera, pues en los hechos está estancada; la distribución del ingreso no sólo no mejora, sino que se concentra, en el mundo y en México. Es menester darle la vuelta a la página de ese México próspero que tanto procuramos.
La noción de una economía mexicana estable también está en riesgo. El tipo de cambio ha introducido un elemento disruptor de la estabilidad, potenciado por los desequilibrios de las finanzas públicas y del sector externo. Las tasas de interés han iniciado su aumento, y la inflación avanza incesantemente (en octubre, los precios al productor sin petróleo aumentaron 6.7% a tasa anual).
La inversión extrajera directa ha disminuido y continuará haciéndolo. Esa una incógnita cómo México financiará su creciente déficit de cuenta corriente (2.8% del PIB en 2015 y 3.2% estimado para éste). Quedó atrás la bonanza de precios de petróleo. La combinación de esos factores constituye una bomba que clausura una era en la cual la “estabilidad con crecimiento” sirvió como móvil de la acción social. Debe darse vuelta a la página.
Concluye también una era de la relación bilateral México-EU. Ésta será distinta, aunque todavía no sea posible precisar sus características (véase EL UNIVERSAL noviembre 17). Requerirá imaginación y mucho esfuerzo adaptarse a esa nueva realidad. Habrá que hacerlo porque la vecindad y la intensa interacción económica y social entre ambos países no desaparecerán.
El cambio de gobierno de EU modificará los balances de poder globales. Rusia regresará por sus fueros con su política expansionista, dislocando el delicado equilibrio político en Medio Oriente. China ya se pronunció por constituirse el centro del comercio internacional y de las economías en Asia y el Pacífico. La Unión Europea enfrenta una dinámica entrópica, si no es que centrífuga.
Hay que darle la vuelta a la página de la globalización y al afán de regir las relaciones económicas internacionales por reglas e instituciones predecibles y benevolentes. Todo va a ser más rudo, y en ese entorno habrá de pelear México. En conjunto, esa nueva realidad aquí y en el mundo requiere darle la vuelta a la página de 100 años desde la Constitución de 1917 y sus reformas. Los aspectos corporativos de la institucionalidad mexicana son ahora más anacrónicos que nunca. El Estado garante de derechos, que ha movido al país desde 1917, perdurará, pero no así la obsoleta y disfuncional estrategia del Estado proveedor.
Debe darse vuelta a la página para liberarse de esos atavismos y pensar en un México de libertades, democrático y potente, basado en una visión donde se contenga la agobiante interferencia del Estado y se recurra más y con firmeza a que sean los particulares quienes produzcan (provean) los bienes y servicios públicos garantizados en nuestra Constitución, bajo la conducción, que no participación, de organismos y hasta empresas públicas ahogadas financieramente. Al dar vuelta a la página, se enfrenta inevitablemente la precariedad fiscal del país. El nuevo México no podrá nacer si no se aumentan los ingresos del gobierno, para que a su vez éste pague a los particulares los bienes y servicios de calidad que proporcionarían a los ciudadanos. Los mexicanos sirviendo a los mexicanos, pero sin la intermediación ineficiente y corrupta de gobiernos y organizaciones. Hay que dar vuelta a la página para escribir las próximas.

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