POR EL CUADRANTE
La mañana del miércoles amaneció lloviendo y durante todo el día continuó el mal clima. Afortunadamente escampó y una fría, pero tranquila noche acogió al legendario grupo inglés Black Sabbath, en su concierto de despedida luego de casi cinco décadas.
Tras una tibia actuación de unos teloneros llamados Rival sons, los primeros acordes de Black Sabbath resonaron a las 9.30 ante la aclamación de los casi de 60 mil fanáticos que llenaron el Foro Sol.
El rostro sonriente de Ozzie Osbourne llenó las tres pantallas que se encontraban frente al escenario, y uno tras otro comenzaron a sucederse los éxitos de esta banda nacida en Birmingham.
La justicia tiene botas, Snowblind y Into the void sonaron poderosamente en la fría noche.
Teníamos curiosidad por ver al guitarrista Tony Iommi, al que le faltan dos falanges de los dedos, y cuyas prótesis se podían apreciar mientras tocaba magistralmente, luciendo asimismo muy recuperado de su cáncer.
El bajista Geezer Butler se lució con los primeros acordes de la legendaria NIB, que fue coreada por la multitud.
Ozzie invitó a la multitud a cantar junto con él War pigs, y el Foro Sol se conviertió en un gigantesco karaoke, aunque el inglés de los asistentes distó mucho de ser el elegante británico.
Como queriendo demostrar el porque ocupa el lugar de Bill Ward, Tony Cufletos, el joven baterista, quien desafió el frío de la noche tocando sin camiseta, se reventó un solo de antología.
El líder de la banda agradeció al público y como despedida entonó Children of the grave.
Pero no podían despedirse sin el encore de Paranoico, su mayor éxito, que dejó un grato sabor de boca a los fanáticos, que abandonaron el inmueble poco después de las 11.
PD. La ambición de OCESA no tiene límites. Fue el concierto más caro de mi vida. Pagué 650 pesos por estar parado, ante un desfile interminable de vendedores, que ofertaban cervezas a 100 pesos y que no dejaban ver, además de los habituales que llegan tarde y que empujaban para estar más cerca del escenario.
