Alrededor de las 10 horas la gente comenzaba a llegar, el escenario ubicado en “las bombas” del barrio de “Las Lajas” estaba listo, nadie se quería perder un lugar cerca del palacio de Poncio Pilato, a un lado la mazmorra que albergaba al Barrabás, los ladrones y Jesús el Nazareno, esperaba ser abierta para que comenzara la representación número 35 del Vía Crucis.
De esta forma y tras la bendición del sacerdote Alfonso Romero, alrededor de las 11 horas con 20 minutos comienzan a interpretarse los pasajes bíblicos que narran la pasión y muerte del Hijo de Dios para el perdón de los pecados, y del palacio de Pilatos al de Herodes y viceversa, el protagonista es humillado, sobajado, pisoteado por los implacables soldados romanos.
Y como ha de saberse, luego de ser azotado y coronado con espinas, el gobernador de apellido Pilato, se lava las manos, libera a Barrabás y deja en manos de los soldados al Nazareno, a quién no dejan de azotar durante todo el recorrido que se mide en 15 momentos cruciales llamadas estaciones.
La gente se aglutina, las señoras mayores, sobre todo, rezan, los niños lloran, incluso una niña que actúa como ángel y que acompaña a Jesús, no para de llorar, sigue de pie con las manos colocadas en posición de rezo pero las lágrimas escapan a cada momento, para muchos infantes, las actuaciones se traducen en crueldad, en enojo, en lágrimas, y los papás se limitan a señalarles que así fue que hubo un Dios que se hizo hombre y murió para el perdón de los pecados.
De fondo no puede faltar la canción “perdón y clemencia… perdón y piedad”, y tras avanzar un par de calles comienza la subida al cerro de El Lobo, en cuya cima además de la representativa bandera que alberga y que se puede ver desde cualquier punto de Pachuca, están las dos cruces que junto con la que carga a cuestas Sergio Nava Hernández en el papel de Jesucristo.
Nuevamente la gente se arremolina, improvisan veredas en el cerro, algunos en el intento de avanzar y ver más adelante al Galileo, se espinan con cactáceas, son atacados por hormigas a quienes destruyeron sus hormigueros o bien se ensucian los zapatos con excremento de quién sabe quién, y no falta la persona que a pesar de estar en una celebración religiosa en pleno Viernes Santo piensa y emite una grosería.
De igual forma no faltó la señora que compró su sombrilla con la finalidad de cubrirse de los implacables rayos del sol que azotan de igual manera que el látigo con el que los soldados romanos enrojecen la piel de Dimas y Gestas, y la cuesta continúa, y a pesar de que mucha gente acompaña al actor principal en su recorrido por el Gólgota pachuqueño, muchos más deciden adelantarse al punto final y agarran un buen lugar para ver morir al cansado y maltratado Cristo.
Tras las caídas, María, la madre del Nazareno no para de llorar, su agonía sólo es comprendida por las mujeres que siendo madres ven morir a sus hijos, el dolor de una madre que se acerca que no deja sólo a su hijo, es una de las escenas que más conmueven durante el Vía Crucis, y el camino continúa, es pesado para quienes asisten, las cuestas son demasiado inclinadas a momentos, y el Cristo está ahí, cargando una cruz que anteriormente fue llevada por cuatro hombres, y que el sólo carga con la metáfora palpable de los pecados de todos los mortales.
En tanto algunas familias apartan lugar para hacer un día de campo en el cerro tras el paso de Jesús, y no faltan quienes al ir en ayuno pasan a comer garnachas, quesadillas, chicharrones preparados, y demás frituras que se venden al por mayor por encima de frutas y las comidas saludables que también hay en todo el camino hacia el mirador.
Uno a uno los personajes aparecen, desde Simón de Cirene, hasta la Verónica que tras limpiar el rostro ensangrentado de Cristo, este queda estampado con sangre en la manta, y tras el suceso el grito de ¡milagro! no se hace esperar, sin embargo los soldados romanos son implacables y continúan azotando al ya cansado personaje cuyo único pecado fue ser “el Hijo de Dios”.
Tras más de tres horas de camino y agonía, Jesús es clavado en la cruz y muere junto a Dimas y Gestas tras decir las bíblicas “siete palabras” “Padre, perdónalos, no saben lo que hacen”, entonces el cuerpo es bajado de la cruz para darle sepultura, y la gente se dispersa, no sin antes elevar una plegaria y recordar que dicha representación, más que una actuación es la forma de recordar al “Hijo de Dios que se hizo Hombre y murió por el perdón de los pecados”.
De regreso el monte calvario pachuqueño, se convierte en un verdadero calvario visual, la basura está al por mayor, la gente tira sin culpa alguna sus envases y otros, los que hicieron su día de campo dejan sus bolsas de basura abandonadas, sin pena ni culpa, el final es quizá el único detalle que le pone un pero a todo el trabajo que realizan cientos de actores y miles de personas que acuden año tras año a dicha celebración que marca pauta de Vía Crucis pachuqueño desde 1981.