LAGUNA DE VOCES

•    El Batimóvil de la prepa

Empecé por preguntarle si la noche había sido tan trágica como se había dicho en el círculo de conocidos, si de verdad la muerte necesitaba de tanta saña para terminar con su historia, la que construyó desde que nos conocimos en la preparatoria y manejaba un auto con alas parecido al Batimóvil, sin que una sola ocasión acabáramos estrellados en una de tantas carreteras que tomábamos a las tres de la mañana, mientras cantábamos a gritos los cinco de siempre.
    Algunas veces me acuerdo todavía de lo que decía su hermana cuando lo vio tendido en la cama del hospital, con la cabeza como de momia y la mirada perdida, “mejor se hubiera muerto, así no vale la pena vivir”. Sin embargo la libró, pero ya nunca pudo reconocer a ninguno de los que habíamos creído con absoluta sinceridad que seguiríamos igual de inmunes al destino, al tiempo, a la vejez, a la inconstancia que dan los años.
    Rafael siempre fue una buena persona, un pueblerino como yo metido en la ciudad, espantado con el futuro, amable y de una bondad que se le daba de manera natural, sin poses de ningún tipo.
    Más de tres veces fuimos a su pueblo en el estado de Tlaxcala. Las mismas veces que tomamos el tren en Buenavista y apenas salía de Azcapotzalco ya cantábamos guitarra en mano y ahogados de borrachos por los amores que nunca eran correspondidos, y si lo eran algo tenían que dolernos para sacar tanto dolor de la voz.
    Todos guardamos en la memoria un instante, único, archivo que en un futuro esperamos abrir para descubrirnos poseedores de esa inmensa capacidad que da la juventud para soñar, creer en lo que soñamos, volver a creer aun cuando nada se cumpla, porque el tiempo, aseguramos, dará la razón a los que se atreven a la imaginación.
    De los cinco, dos nos dedicamos al periodismo. Rafael se tituló como abogado. Otro nunca supe si terminó como mariachi igual que su padre, un excelente violinista. Yo creo que no porque las veces que tomó el arco y quiso sacarle sonidos al instrumento de madera de plano nos espantó, pero insistió que tocaba música abstracta. Todos sabíamos que nunca pudo aprender, pese a los regaños de quien miraba con angustia el futuro de su primogénito.
    El único cuerdo era Toño, seguro arquitecto como dijo que sería desde entonces, el cuarto semestre de la preparatoria. Siempre se agregaba al grupo de cantantes, pero a leguas se veía que sufría cuando Rafael se trepaba al Batimóvil y daba la primera vuelta con llantas que rechinaban, en tanto sus pasajeros aullaban de gusto.
    La juventud casi siempre nos hace invulnerables a cualquier hecho fatal. Digo casi porque al final de la historia cada cual tomó su camino, miró la realidad y decidió que después de todo la había pasado bien.
    Rafael fue el único que decidió seguir con absoluta sinceridad la promesa de que nunca creceríamos, de que tendríamos como compromiso vital de vida la capacidad de soñar aunque nada se pudiera cumplir. Que seríamos eternamente jóvenes de mente y corazón, y apostaríamos la vida entera a la búsqueda de una razón cierta para construir historias que valieran la pena.
    Hace muchos años que de pronto apagó la memoria de su vida, y olvidó no solo al grupo de amigos que soñaban un país diferente, pleno de igualdad. También dejó de reconocer el rostro de su hija, de su familia, y apenas si recordaba quién era o por qué lo miraban con tanta curiosidad los que le insistían en que repitiera nombres que le eran ajenos.
    Solo a veces se iluminaba la memoria y estaba seguro que surcaba las carreteras en el Batimóvil, acompañado de cuatro amigos que por desgracia un día se despertaron a la realidad que él nunca aceptó luego de salir disparado de una curva al estamparse contra un poste de luz.

Mil gracias, hasta mañana.
jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta

CITA:
Todos guardamos en la memoria un instante, único, archivo que en un futuro esperamos abrir para descubrirnos poseedores de esa inmensa capacidad que da la juventud para soñar, creer en lo que soñamos, volver a creer aun cuando nada se cumpla, porque el tiempo, aseguramos, dará la razón a los que se atreven a la imaginación.

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