LA MEDALLA BELISARIO DOMÍNGUEZ ¿A LOS 43?

“En la Selva de Tamaulipas, un camión con dos toneladas de dinamita arde y amenaza
con devastar el campamento de trabajadores que construyen la presa.
El Ingeniero responsable se ve obligado a elegir entre su Código del Deber
y la seguridad de los empleados, la construcción de la presa y la vida de su pequeño hijo.
Un intenso drama que, en medio de adversidades sin tregua,
 replantea los más elementales valores humanos”.

Luis Spota.

Tres personajes inspiran estas reflexiones.  El primero tiene como escenario una novela; el segundo un corrido popular con base en hechos reales y el tercero un vandálico suceso de graves repercusiones sociales, políticas y aún de seguridad nacional.

El pueblo en todos los tiempos tiene hambre de heroicidad.  Desde su más tierna infancia, el ser humano encuentra, por ejemplo en los cómics, símbolos de admiración por las hazañas portentosas de personajes que buscan a la justicia “hasta el infinito y más allá”.  Desde la Epopeya de Gilgamesh hasta la Guerra de las Galaxias, pasando por Hércules, Aquiles, El Cid Campeador, Alejandro el Grande, El Llanero Solitario, Supermán y muchas otras figuras históricas, de ficción, leyenda o una mezcla de todas ellas, nutren nuestra imaginación; son compañeros de aventuras, cómplices y protectores en la eterna lucha del bien contra el mal.  Llenas de ellos están las páginas, de la literatura medieval, las tradiciones orales y todas las expresiones del pensamiento mágico… (famoso es hasta la fecha el “Romance Román Castillo”).

En el romanticismo europeo, también los antihéroes, se ubican en un nivel protagónico que les da presencia universal.  Quasimodo, “El Jorobado de Notre Dame” es ejemplo de una alma grandiosa y noble, prisionera en un cuerpo deforme, contrahecho… Jean Valjean, un reconocido ladrón, después de traicionar a su protector, arrepentido inició una nueva vida que lo llevó a convertirse en el Señor Magdalena, rico y virtuoso personaje, esclavo de su trágico pasado en “Los Miserables”; ambos son criaturas del francés Víctor Hugo.  La imaginación de Goethe engendró a Werther, el suicida; éste se convirtió en paradigma de la juventud atormentada de su tiempo; en igual orden de ideas, el mismísimo Mefistófeles trascendió a la historia de los súper villanos desde la magistral pluma del Maestro Christopher Marlowe, matizado por el goethiano Doctor Fausto.

Sin tantas pretensiones de universalización histórica ni literaria, Teresa Mendoza, “La Reina del Sur”, surgió de la imaginación y la experiencia de Arturo Pérez Reverte, para trascender desde España y México, al mundo de los narcocorridos, un género que se encuentra en auge, a pesar de las restricciones oficiales.  Los traficantes se vuelven héroes populares y hasta tienen un Santo exclusivo para su celestial protección: el Santo Malverde, también se sospecha de la Santa Muerte.

Retomando lo que se expresó al principio, hace poco me reencontré con Luis Spota.  Al leer su pequeña novela Las Grandes Aguas, reconocí a un protagonista poco común en esta época, pero frecuente en los años heroicos de cimentación del México moderno.  Carlos Rivas, Ingeniero de profesión, egresado del IPN, entra en un terrible conflicto ético cuando tiene que decidir entre la atención a su pequeño hijo moribundo y el control de una enorme presa recién construida bajo su responsabilidad, a punto de desbordarse, con el obvio costo de vidas humanas y recursos del erario público.  El deber ser, el patriotismo, la jerarquía de los valores cívicos, la ética profesional… se colocaron por encima de las cuestiones personales.  Finalmente el niño murió, pero la presa se salvó y cientos de seres humanos sobrevivieron.  El héroe tuvo breves momentos de gratitud, antes de caer en el olvido.  El cumplimiento del deber, no trae consigo la gloria, por lo menos en este mundo.

“Máquina quinientos uno / la que corría por Sonora / por eso los garroteros / el que no suspira llora…” son versos que México escucha desde hace tiempo, en la voz bravía de El Charro Avitia; su letra recuerda a Jesús García, “El Héroe de Nacozari”, personaje que no dudó en sacrificar su vida para evitar una tragedia de dimensiones incalculables al perderse el control de un carro de ferrocarril cargado con dinamita.  Jesús García murió; no sé en qué condiciones quedaría su familia, pero, seguramente, dentro de la pobreza ancestral de su clase social.

Llama la atención, otro Rivas: Miguel Rivas Cámara, a quien, a iniciativa del ilustre suicida Luis González de Alba, el Senado de la República acaba de otorgar la Medalla Belisario Domínguez, por considerarlo “un héroe de dimensiones civiles”.  Falleció en medio de dolorosas quemaduras, un mes después de impedir el incendio de una gasolinera en Iguala, Gro. (el doce de diciembre del dos mil doce) durante un desalojo de estudiantes pertenecientes a una institución que hoy se considera proveedora oficial de mártires: la Escuela Normal Rural “Isidro Burgos”, de Ayotzinapa, Guerrero.

Es de lógica elemental que, en una competencia, dos elementos antagónicos no pueden ser igualmente ganadores.  El triunfo de uno de ellos, significa la exclusión del otro.  El silogismo se construiría más o menos de esta manera: Rivas es un héroe.  Los normalistas causaron su muerte.  Luego… (¿Quién o quiénes son los asesinos?)

Si se llevan, las premisas anteriores, a un proceso de Reducción al Absurdo, el héroe resultaría ser el villano y sus agresores merecerían el premio.

Buena parte de la opinión pública; grupos interesados y hasta algunas instancias oficiales, nacionales e internacionales lo aplaudirían ¿O no?

Noviembre, 2016.

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