Trump: soflama y destino

Inicialmente Donald Trump se topará ante fuertes restricciones estructurales, las cuales van a provocar que recule en varios rubros de campaña —como ya sucedió con el Obamacare—, mientras que en otras de índole económica se encontrará fuertemente limitado

El presidente electo de EU se hallará, desde el comienzo de su encargo, frente a complejos dilemas de espinosa resolución, sobre todo si quiere ser congruente consigo mismo y si desea respetar mínimamente sus ambiciosos compromisos electorales.
Inicialmente Donald Trump se topará ante fuertes restricciones estructurales, las cuales van a provocar que recule en varios rubros de campaña —como ya sucedió con el Obamacare—, mientras que en otras de índole económica se encontrará fuertemente limitado.
Empero, la impetuosa y reconocible ciudadanía que hizo eco de sus arengas y diatribas, no le perdonará ningún escamoteo y flaqueza en su mandato, al menos en ciertos rubros; esto, sin perjuicio, de que todos los efectos globales que le molestan sean —en realidad— de largo aliento.
Efectivamente: las sonadas promesas que condujeron a Trump a su clamorosa victoria pueden ser —paradójicamente y a la postre— los idénticos motivos de su rotundo fracaso; ello debido a que ninguna se podrá resolver de manera pronta y satisfactoria.
Así, el principal reclamo de las clases trabajadora y rural que votaron mayoritariamente por él, tiene que ver con el desplazamiento natural que ha provocado, notoriamente en su perjuicio, el paso de la globalización hacia una sociedad mayormente calificada.
A diferencia de los profesionistas ubicados en las grandes costas de Estados Unidos, que masivamente votaron por Hillary Clinton, los obreros y granjeros de la parte central de ese inmenso país, no han podido o no han querido ceñirse voluntariamente a los nuevos parámetros del libre comercio.
Se trata de un cambio generacional que no están dispuestos a asumir. Ciertamente, tampoco lo ha hecho su gobierno, el cual ha preferido atraer a su vibrante economía, a científicos y técnicos de todo el orbe, principalmente por comodidad, eficacia y rentabilidad.
En ese fenómeno, que abre la brecha entre ricos y pobres, también han influido las decisiones impuestas por Washington en los tratados comerciales, como el hecho de no optar por la libre y ordenada movilidad de personas dentro del mercado regional; esto, a diferencia de lo que sucede con los capitales, bienes y servicios.
En los hechos, esa absurda restricción ha significado la deslocalización de fábricas a países en desarrollo, mismos que ofrecen condiciones laborales y estándares fiscales más competitivos, llegándose a convertir en verdaderos paraísos para las multinacionales.
Así, por ejemplo, si Trump expulsa a 2 o 3 millones de personas de su país —por el motivo que sea—, lo único que ello provocará será la huida de capitales y una recesión económica en el corto y mediano plazos, además de una crisis interna en sus mercados de consumo y de trabajo.
Indiscutiblemente EU es la mayor economía del mundo, pero esa sola circunstancia no le confiere —a pesar de su gran tamaño relativo— el poder omnímodo y exclusivo de hacer lo que se quiera, desconociendo o ignorando al resto de bloques, regiones y mercados.
Si el flamante político tantea aplicar sus políticas aislacionistas, proteccionistas y unilaterales en los mercados abiertos, tal como lo prometió a sus despechados electores, lo será invariablemente con un señalado beneficio para resto de las ponencias económicas, consolidadas y emergentes.
Hoy el pueblo estadounidense se dio el lujo de virar el rumbo y de escoger a un candidato republicano de escasos y discutibles méritos, pero lo hizo o lo pudo hacer justamente porque Obama entregó excelentes cuentas, destacadamente crecimiento económico y bajo desempleo.
Pero como lo ha demostrado la rica historia de ese gran país, cuando su economía vaya mal, eventualmente, esa sociedad pragmática de nacimiento, seguramente optará por una apuesta sensata y por un candidato mucho mejor preparado.
Son esos condicionamientos los que indudablemente llevarán a Trump a la necesidad de moderar su discurso, acción y método, no solamente hacia su propia sociedad, sino también para con el resto de las naciones, incluyendo en ello a sus socios estratégicos, como México.
Desde esta perspectiva, los mexicanos de uno y otro lado de la frontera, debemos estar confiados en el sentido de que la normalidad institucional y el necesario respeto son los factores que deberán regir la relación de dos soberanías que se necesitan mutuamente.

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