LAGUNA DE VOCES

●    Luna de noviembre

Llegará el día en que la luna se acerque tanto a la tierra, que podremos llegar a sus tierras (que no son de queso) de un simple salto, y se llenará de lobos que harán lo mismo, de tal modo que la tierra, nuestro planeta, de pronto se hará silenciosa sin sus aullidos. Ayer por la noche se puso re grandota como una pelotota para alumbrar el callejón del gato viudo, según la canción de Chava Flores.
    Si lo anterior sucede, es decir que de tanto rozar con su manto la gran canica azul de agua, seguro en algún instante imperceptible, planeta y satélite se harán uno; pero no se imagine en medio de una catástrofe, con muertos al por mayor y horror. No, me refiero a que se abrazarán, se amarán de nueva cuenta, y debo aclarar que me refiero a sus habitantes, reales o imaginarios.
    Algún día seguramente podremos saber si los selenitas o los terrícolas, de verdad existieron. Como quiera hay constancia de que los lobos se convirtieron en voceros de tantos y tantos enamorados de la luna, porque solo un aullido de su calibre puede cruzar los cielos y descender en los oídos de aquella que todas las noches escucha.
    Un tiempo, con telescopio en mano, me convertí en vigilante de la única acompañante de los que no pueden dormir. La vi tan blanca, tan como si fuera de cartón iluminada con una gigantesca lámpara, que pensé en la posibilidad de que finalmente lo del show de Truman podría ser una realidad.
    Es decir que, una de dos: o se pega un salto enorme y cae en tierras selenitas, o acepta que se le debe mirar de lejos, en forma de uña, redonda, gigantesca, pero siempre cuando ella quiere, se le antoja, se le pega pues su regalada gana.
    Sin lentes de por medio que acercan el objeto, es posible imaginar que si hay tantas canciones y poemas a la luna, es porque efectivamente posee cualidades mágicas para curar el corazón de los que extrañan el amor. Si Sabines le confirió la capacidad de ser hipnótico, sedante y cura para los que han intoxicado de filosofía, algo habrá de verdad.
    Como amuleto, dice el poeta, es mejor que la pata de conejo para encontrar a quien se ama; es buen postre para los niños que no se quieren dormir, y unas gotas son suficientes para que, llegado el momento, nos permita morir con serenidad.
    De tal modo que ayer, al menos para el que escribe, resultó que fue la penúltima oportunidad para verla re grandota, como una pelotota, toda vez que cuando regrese, en 2034, en mi calendario personal el tiempo marcará 73 años, y eso si llego.
    Cuando cursaba la preparatoria, el grupo de amigos que todos tenemos a esa edad, pasaba la noche entera con guitarra en mano y vino, cantándole el “Sapo Cancionero”. Y por supuesto, siempre había motivos para argumentar que en algo nos parecíamos al personaje central de tan sentida melodía.
    Había tiempo para verla casi todas las noches, pero sobre todo existía la constante vocación de llevar la mirada puesta en el cielo, no el suelo como ahora sucede por todo lo que a veces la vida nos hace, o deja de hacer.
    Así que ayer por la noche, espero haya coincidido con millones y millones de terrícolas, que se asomaron por un rato al paisaje brillante, luminoso, donde seguro viven selenitas que hicieron lo mismo.
Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta

CITA:
Es decir que, una de dos: o se pega un salto enorme y cae en tierras selenitas, o acepta que se le debe mirar de lejos, en forma de uña, redonda, gigantesca, pero siempre cuando ella quiere, se le antoja, se le pega pues su regalada gana.

   
   

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