RETRATOS HABLADOS

* La enfermedad del poder

Perpetuarse en el poder es una enfermedad que afecta a quien lo mantiene por más allá de lo que establece la ley en la materia, y esta es una verdad universal. Las razones pueden ser múltiples, pero una fundamental y elemental, es que el enfermo da por sentado que sin su presencia, sin su prudente y atinado don de mando, todo estará perdido.
    Abundan los casos en que incluso se pone en marcha un proceso sucesorio tipo monarquía, donde es posible heredar cargos a través de imposiciones cínicas. Y sin duda en esta realidad que es una constante observar de manera más que frecuente, la responsabilidad va desde el que de pronto descubrió su divinidad, como del grupo que se beneficia del que ha perdido la cordura.
    Partamos de un hecho simple, y que la vida permite constatar: nadie es indispensable, absolutamente nadie. Porque una cosa es creerse que uno lo es, y otra que en la realidad así sea.
    Viene lo anterior ante el proceso sucesorio puesto en marcha en la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo, con el despido que el titular del Patronato Universitario, Gerardo Sosa Castelán, hizo del ahora ex rector, Humberto Veras Godoy, la asunción de Adolfo Pontigo Loyola como interino, y la cada vez más viable elección de Agustín Sosa Castelán, como sucesor directo al reinado.
    Es al observar este tipo de acciones, cuando descubrimos que la obsesión por el poder generalmente acaba con personajes que, en su momento, habían logrado rescatar no solo su propia imagen, sino además impulsar los mejores momentos de la UAEH en su crecimiento en materia de infraestructura y académico.
    Sosa Castelán logró dar vuelta a la imagen que lo agobió durante mucho tiempo, y convertirse en el rector que marcó un cambio radical durante su mandato, para dar paso a una universidad con estándares de calidad internacional, de tal modo que pocos evocaban su pasado porril.
    Incuso a su grupo más cercano de colaboradores, achacados también por esa negra historia personal, decidió imponerles un ultimátum, en que o cambiaban su estilo, cursaban una preparación académica real, o debían olvidarse de cualquier apoyo de su parte.
    Algunos acataron la orden y se mantuvieron en diversos responsabilidades dentro de la institución, otros fueron relegados al olvido absoluto.
    Es decir que la carrera enfebrecida por lavar su imagen era en serio.
    Lo logró, pero a medias.
    Al paso del tiempo como única y real autoridad de la UAEH, Sosa Castelán empezó un largo y sinuoso camino en el que de pronto dio por sentado que sin él, sin su mano que dirigiera destinos, todo se perdería, su obra, la propia justificación de su existencia.
    En un principio se pensó que, como a todos, simplemente le afectaba un síntoma de la dichosa enfermedad del poder, pero que eso pasaría, que además su tendencia al ejercicio de la política, tarde o temprano le haría dejar en otras manos la conducción de la Universidad.
    Ahora se ve que no fue así, que no es así, y que tal vez nunca será así.
    Veras Godoy cumplió a la perfección un papel que con anterioridad desempeñó Juan Manuel Menes Llaguno, quien a la orden de Gerardo Sosa se enfermó del corazón, igual que con casi todos los que han estado en el cargo.
    Y ahora viene lo bueno, con lo que se ve será la imposición de un integrante de la dinastía real para llegar al trono universitario. Es decir que la enfermedad del poder cruza incluso la frontera de la vida.
    Una lástima, pero es una constante en los seres humanos que ejercen el poder absoluto, más allá del tiempo para el que fueron elegidos.

Mil gracias, hasta mañana.

jeperalta@plazajuarez.mx/historico/historico
twitter: @JavierEPeralta

CITA:
Y ahora viene lo bueno, con lo que se ve será la imposición de un integrante de la dinastía real para llegar al trono universitario. Es decir que la enfermedad del poder cruza incluso la frontera de la vida.

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